lunes, 10 de marzo de 2014

"LA GRANDE BELLEZZA" Merecedora del Óscar a la mejor película extranjera . El comentario de FERNANDO ZAMORA en Laberinto y de CARLOS BONFIL, EN LA JORNADA Y recuerda que: "La belleza está los ojos que la miran, en los labios que la besan, y en el alma que la siente y que la vive. "



La gran belleza


Buscas a Roma en Roma...

Por:  Fernando Zamora
@fernandovzamora


Para el protagonista de La grande bellezza, ganadora del Oscar por mejor película extranjera, Roma es el inicio de la novela de un artista que, perdido en la fama, ya no puede crear; es una sociedad que ha llegado al fin del mundo como la ciudad de Augusto y es también (pero hay que verlo) el truco de un mago que desaparece jirafas. Roma es para Jep, nuestro escritor en crisis, un exorcista que habla solo de cocina y una santa que cuando sopla, devuelve las aves al viento. Sorrentino, famoso por Il Divo y por la fallida This Must Be The Place, tiene, como su protagonista, algo de Eugenio Montale y algo de Julio Cortázar. Como a Montale, le obsesiona la nostalgia, como a Cortázar, la conducta en los velorios, las gotas de agua y muchas otras cosas que solo un hombre tan superficial puede ver con ojos profundos.

Para Sorrentino, Roma es también Cineccità, los estudios en que trabajaron Visconti, Pasolini y el mago Fellini; ese que, muchos años antes que Sorrentino, filmó también su elogio de Roma y le llamó El Satiricón. El escanciado de las imágenes en La grande bellezza (aquí el director, más que montar, escancia imágenes) no parece seguir un orden riguroso. Más programado por la creatividad que por las necesidades narrativas, Paolo Sorrentino reconstruye la vida de este escritor en crisis toda vez que su cumpleaños número sesenta y cinco lo enfrenta con el fin que es (según se desprende del final), el principio: “venga la muerte, que la novela comience.” Sin duda la conclusión de esta película trae a la memoria El séptimo sello de Bergman.

Roma es también la capital de las orgias de las que nació Occidente, pero es también la piedad. Es Tiberio y es una santa, es el Salò de Pasolini y La dolce vita de Fellini. Para Jep Gambardella, Roma es también la ciudad que lo ha castrado creativamente. En ella ha descubierto que es mejor vivir una vida digna de novela que escribir toda la literatura del mundo. Cuando la vida está llena de placeres hay poco tiempo para escribir. A La grande bellezza hay que verla con ojos abiertos para disfrutar el detalle: los movimientos de cámara, el vestuario, las locaciones, el movimiento de los ojos, la ruptura de la “cuarta pared.” El arte visual está en movimiento, es el cuadro que se mueve con la elegancia con la que Storaro fotografió el Novecento de Bertolucci.

Jep Gambardella, el frívolo protagonista de La grande bellezza está obsesionado con esta idea de Flaubert: escribir una novela que “hable de nada”. Inútil. La vida no habla, no dice nada. Y por más que los escritores discutan en la terraza de Jep si es mejor una novela de sentimientos o una novela de compromiso social, ya lo dijo Pavese: “vendrá la muerte y tendrá tus ojos.” Algo similar está diciendo Paolo Sorrentino, un director y guionista que aspira a volverse inmortal como Roma. Y para ello propone buscar el secreto cautivo en las paredes de esta ciudad: que Roma no está en Roma pues, ya lo ha escrito Francisco de Quevedo, “solamente lo fugitivo permanece y dura”.



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FICHA TÉCNICA:
La gran belleza (La grande bellezza). Dirección: Paolo Sorrentino. Guión: Paolo Sorrentino. Música: Lele Marchitelli. Fotografía: Luca Bigazzi. Con Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli  e Carlo Buccirosso. Italia, Francia, 2013.

Publicado por Laberinto 




Carlos Bonfil para LA JORNADA

"Roma es un lugar ideal para esperar el fin del mundo". 
Esta frase la dice el escritor estadunidense Gore Vidal en una de las secuencias finales de Fellini Roma (1972), al tiempo que en torno del Coliseo un grupo de jóvenes motociclistas añaden una nota más de estruendo al viejo caos de la ciudad eterna.

Cuatro décadas después, esos mismos adolescentes ruidosos podrían ser los protagonistas ya encanecidos y con carnes abotagadas que sudorosos bailan al ritmo del remix Far L’Amore, a cargo de Bob Sinclar y Raffaella Carra, en La gran belleza (La grande belleza), del realizador italiano Paolo Sorrentino (Il divo, 2008).

Todos ellos festejan al escritor Jep Gambardella (Toni Servillo), quien a los 65 años ha decidido vivir como se le dé la gana, sin dar cuentas a nadie de sus actos. Nada indica que en el pasado haya hecho algo diferente o tenido una actitud menos displicente y cínica ante la vida, pero esta vez parece decidido a encarnar por sí solo la vocación de decadencia y desastre de su Roma amada, y ser en ella y por tiempo indefinido el último bohemio.

Cuarenta años atrás, Gambardella publicó El aparato humano, un libro exitoso; después, con estudiada indolencia, prefirió ocuparse de tareas periodísticas de muy corto alcance. Roma me hizo perder el tiempo, confiesa para explicar su largo silencio y el descuido de su carrera literaria. La gran belleza de la capital italiana, ese imponente espectáculo crepuscular que le provoca a un turista en la cinta el colapso en plena calle, es el tributo que Sorrentino le rinde a una Roma mitológica y esencialmente cinematográfica, pero que con mayor fuerza que nunca identifica y confunde con la personalidad de Gep, el artista desencantado.

A diferencia de Marcello Mastroianni, alter ego de Fellini en La dulce vita y en Ocho y medio, las referencias más transparentes de esta cinta, el protagonista de La gran belleza ha perdido por completo todo rastro de candor y toda capacidad de asombro. Todo lo ha visto y nada le sorprende, y la carga de sus certidumbres es pesada para quienes le rodean y festejan, pero sobre todo para él mismo, que conserva, para desventura propia, la lucidez necesaria para no creer del todo en esa suficiencia suya.

La sinfonía coral que ensaya Sorrentino de la gran ciudad parece ser a estas alturas algo totalmente agotado y anacrónico. Difícil emular o competir con la sobriedad del Rossellini de Roma, ciudad abierta o con la intensidad dramática del Pasolini de Mamma Roma, y sobre todo con la exuberancia de los frescos y coreografías en las cintas de Fellini, el modelo inalcanzable.

Lo que sí logra aquí el director es un excelente retrato del intelectual desengañado que con languidez y petulancia elabora el inventario de sus viejas conquistas amorosas y de logros profesionales muy poco convincentes, para luego lanzar al rostro de algunos de sus cómplices en la mundanidad artística, fracasos parciales o totales de índole semejante. Tienes 53 años y una vida hecha pedazos, como la de todos nosotros, le espeta a una mujer que pretende haber alcanzado la realización profesional completa.

En los años 60, la crítica de cine neoyorquina Pauline Kael ironizaba en un ensayo muy agudo, Fiestas para gente disfrazada del alma enferma europea, sobre los espectáculos que algunas películas de Fellini y Antonioni ofrecían de la decadencia moral de la alta burguesía y la intelectualidad liberal italiana, señalando el moralismo de los cineastas y su complaciente arrobo frente a las atmósferas apocalípticas. Uno pensaría que cuatro décadas después, esas radiografías sociales estarían ya superadas.

La película de Sorrentino insiste, sin embargo, en el retrato de esa misma decadencia y añade las estridencias y los clichés de una nueva modernidad neoliberal. Lo que aleja sin embargo a La gran belleza de toda sospecha de narcisismo estéril y moralina bienintencionada, es la ironía con la que Gep Gambardella contempla no sólo la vida de sus compañeros de disipación, y el mundo frívolo en el que tanto se complacen, sino su propia existencia en una edad madura más reticente ya a la ilusión y al autoengaño.

Ese hombre en la antesala de la ancianidad, recuerda su vieja sensibilidad artística, el modo en que muy joven se decidió su vocación de escritor, y contempla los escombros de aquellas viejas ilusiones y duras exigencias en un momento en que la superficialidad y la bohemia han arrasado con todo. El inclemente retrato que ofrece de sí mismo es el reflejo fiel de esa misma sociedad que lo celebra. Es una ironía elocuente que Hollywood se haya unido a ese festejo concediendo a La gran belleza el Óscar a la mejor película extranjera.


Twitter: @CarlosBonfil1


carlos.arturo.bonfil@gmail.com
http://www.jornada.unam.mx/2014/03/09/opinion/a10a1esp



Pero, recordemos que
"LA BELLEZA ESTÁ EN LOS OJOS QUE LA MIRAN, EN LOS LABIOS QUE LA BESAN Y EN EL ALMA QUE LA SIENTE Y QUE LA VIVE."

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