sábado, 8 de marzo de 2014

LA COLUMNA DE JUAN VILLORO

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21 de Noviembre 2014

El reino de Oz



Tom Disch, visionario de la ciencia ficción, afirmó que la publicidad es el cuento de hadas de la sociedad moderna. En la compra de un yogur te prometen un palacio. Un territorio fantástico donde los beneficios no provienen del esfuerzo sino de la milagrosa acción de una marca.


En América Latina el incon- sciente colectivo está cada vez más determinado por los anuncios y las telenovelas. Millones de personas orientan su comportamiento a partir de fórmulas televisivas. Lo peculiar es que esta subordinación psicológica también atañe a quienes pretenden guiar una nación. Enrique Peña Nieto surgió como el perfecto telecandidato mexicano. Un hombre atractivo, de peinado imperturbable, que aun al improvisar parece leer un teleprompter. Casado con una conocida actriz, no tuvo que acercarse a la gente para ganar las elecciones. En la sociedad del espectáculo, triunfó como quien desempeña un papel.

¿Qué clase de mentalidad respalda sus decisiones? A fines de 2011, Jacobo García, periodista de El Mundo, le pidió que mencionara tres libros que lo hubieran marcado. Peña Nieto fue incapaz de hacerlo. A la distancia, lo más grave no parece ser su incultura ni la falta de reflejos políticos para disponer de una respuesta preparada por sus asesores, sino la estructura misma de su mente. Con toda probabilidad podría haber mencionado veinte telenovelas o cincuenta películas. La cultura de masas es la nueva memoria impersonal. ¿Cómo afecta esto a quien guía los destinos ciudadanos? Estamos ante un caso fronterizo que merece detenido análisis.

No se le puede pedir a un mandatario que lea mucho. Su cargo es refractario a la capacidad de dudar y aceptar contradicciones, efectos básicos de la lectura. En su espléndida novela Una lectora nada común, Alan Bennett plantea lo que sucedería si la Reina de Inglaterra se volviera adicta a los libros. En efecto, abdicaría.

Lo que está en juego en el caso de Peña Nieto no es su nivel cultural, sino su peculiar acercamiento al mundo. Después de hacer campaña en aviones privados y hablar en asambleas tan controladas como una película, planeó reformas en los apartados salones del poder. Al ofrecer su primera declaración patrimonial, tanto él como varios miembros de su gabinete revelaron tener propiedades por "donación". Los ciudadanos deben comprar o heredar una casa. Los políticos pertenecen a otra lógica, la economía de la dádiva donde los inmuebles se regalan. ¡Bienvenidos al nuevo reino de Oz, donde se cumplen las promesas de la publicidad y los cuentos de hadas!

Mucho se ha hablado en los últimos días de la "Casa Blanca", la mansión de unos siete millones de dólares propiedad de la primera dama, Angélica Rivera. Ese predio pertenece a la constructora Grupo Higa, compañía a la que Peña Nieto favoreció desde sus tiempos de secretario de Administración en el Estado de México y que se expandió notablemente durante su gubernatura. Curiosamente, la licitación del tren rápido a Querétaro fue a dar a esa empresa (la misma que prestó a Peña Nieto aviones privados durante su campaña a la Presidencia). Aunque el Presidente no sea el dueño directo de la "Casa Blanca", no es difícil suponer una relación de tráfico de influencias (sobre todo tomando en cuenta que la "donación" es un recurso de apropiación aceptado por su gobierno). En una declaración en YouTube, dicha en el tono de falsa intensidad de las telenovelas, Rivera asegura que compró la propiedad con el dinero que le dio Televisa, empresa en la que trabajó 25 años y con la que dejó de colaborar en 2010. Para quienes no vivimos dentro de un anuncio de televisión, resulta poco creíble que una actriz reciba una liquidación tan espectacular. En caso de que hubiese sido así, seguramente le ayudó estar casada con el mandatario que ajustó la reforma de telecomunicaciones a los íntimos deseos de Televisa.

La insensibilidad del Presidente de ir a China en un momento de crisis nacional y la respuesta de Rivera, en la que se muestra ofendida y habla como quien "se digna" a dar explicaciones que, según ella, no tendría por qué ofrecer, pertenecen a la lógica de quienes viven en una evanescente irrealidad. La promesa de vender la casa equivale a la de cambiar de set. Todo se arregla alterando el guión o la escenografía.

Peña Nieto es el primer telepresidente de México. Sus reformas ofrecieron una nueva telenovela nacional, pero demasiado pronto se le atravesó la realidad. Para sobrevivir tendrá que salir de la pantalla y enfrentar lo que está afuera de ella: un país dolorosamente verdadero.






14 de Noviembre 2014
Elogia Villoro literatura infantil


Francisco Morales V.

"No hay nada más importante que enseñarle a leer a la gente", dijo el escritor Juan Villoro ante un teatro lleno de quienes, momentos antes, habían sido calificados como "héroes".

Se trataba de los maestros y promotores de la lectura participantes del seminario "La literatura y el juego, otra forma de habitar el mundo", en el Cenart.

Y en ese papel de héroes, recibieron una cátedra para liberar esclavos.

Bajo el título "La utilidad del deseo", el autor trazó la genealogía de la literatura infantil, desde las fábulas de Esopo -quien fue un esclavo liberado por las palabras- hasta las Crónicas de Narnia.

Para Villoro, quien también ha incursionado en la literatura para niños, ésta no debe subordinar a la imaginación para dar una lección, pero tiene un requisito moral de hacer triunfar al bien.

"Las exigencias de la literatura infantil pactan con la filosofía", dijo también, porque los grandes temas que trata, como el sentido de la vida y los desafíos de la naturaleza, son compartidos por ambos.

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7 de Octubre 2014

La doble vida de los otros

En 1989, poco antes de la caída del Muro, se hospedó en mi casa un pintor de la RDA que atacaba los lienzos con una enjundia que consideraba "post- expresionista". Durante su estancia en el DF, se aficionó a los mercados, al tequila y a despertar a las dos de la tarde. Alargó su estancia hasta que una amiga común aceptó recibirlo. Sin saberlo, fuimos testigos de una trama oculta de la Guerra Fría (esto suena más emocionante de lo que es, pero lo dejo en suspenso para crear tensión).

De 1981 a 1984 viví en la RDA, donde fui agregado cultural de México. Como a todos los diplomáticos, se me vigiló por rutina. A veces era fácil descubrir a quien trataba de ser mi "sombra". El camarada Antonow, de la embajada soviética, parecía un conspirador inventado por Chesterton; es decir, un espía disfrazado de espía. Hacía preguntas impertinentes y ponía a prueba mi adhesión al socialismo. Tuve mejor trato con los camaradas Kotow y Agayan, expertos en coñac búlgaro, mujeres del Pacto de Varsovia y chistes anticomunistas. Tal vez los verdaderos espías eran ellos. Esta hipótesis cobra fuerza a la luz del "caso Martin Winkler": el más simpático de mis interlocutores en la diplomacia de la RDA, al que despedí con una fiesta cuando partió en misión a Montevideo, era espía de la RFA.

Cuando Alemania se reunificó, solicité mi acta secreta al Bundesbehörde, la oficina que custodiaba los archivos de la Stasi (Seguridad del Estado). A diferencia de lo que ocurrió después del nazismo, la sociedad alemana decidió lidiar con su conflictivo pasado y abrir las actas del espionaje. Algunos pensaron que esto daría lugar a una cacería de brujas, pero el país mostró una excepcional madurez para conocer los entretelones de una vida fundada en la persecución y la paranoia, donde uno de cada tres habitantes era "informante no oficial" de la Stasi. La mayoría de mis amigos prefirió no investigar su pasado por temor a decepcionarse de lo que sus seres queridos habían tenido que hacer para conservar su trabajo, obtener una beca o viajar al extranjero.

En ocasiones, los mensajes de los ciudadanos convertidos en espías eran perfectamente inocuos. En su novela Héroes como nosotros, Thomas Brussig se burla de los miles de informantes que escribieron infundios, disparates y tonterías para salir del paso ante la burocracia de la delación. Esa trama recuerda a Nuestro hombre en La Habana, de Graham Greene, donde un espía copia el diagrama de una aspiradora y lo manda en un reporte secreto, fingiendo que se trata de una base militar enemiga.

Aquí es donde el pintor "post-expresionista" vuelve a escena. Al revisar mi expediente, me sorprendió que la última entrada hubiera sido escrita en 1989. Yo llevaba cinco años fuera de la RDA y no ocupaba ningún cargo público. Mi importancia geopolítica era nula, pero mi carpeta se seguía abultando. Esto habla del automatismo y la extensión de la vigilancia: una vez desatada, la red de la denuncia no podía frenarse. No menos absurdo fue que la Stasi confiara en los juicios de mi huésped, tan torpe que se "ocultaba" bajo el apodo de "Der Maler" (El Pintor).

Otra revelación, más difícil de aquilatar, fue saber que también el novelista Fritz Rudolf Fries informaba de nuestros encuentros. Nacido en Bilbao, dominaba el español a tal grado que tradujo Rayuela al alemán. De niño había sobrevivido al bombardeo de Dresde y su padre murió en la guerra. Nunca aceptó la estética del realismo socialista y publicaba con mayor frecuencia en la RFA que en su propio país. Sin ser un disidente, era visto como enemigo del oficialismo. El mundo literario se enteró con sorpresa de que, de 1972 a 1985, había espiado con el sobrenombre de Pedro Hagen, y su reputación quedó arruinada.

Cuando mi novela El disparo de argón se publicó en alemán, escribió una reseña generosa en la misma máquina de escribir en la que reportaba a la Stasi de nuestras conversaciones. Crítico y delator, expresó las contradicciones de un sistema que perseguía por el "bien del pueblo".

El Muro fue la agraviante expresión física de una nación donde la gente podía estar dividida por dentro: Fritz Rudolf Fries respondía a su conciencia y Pedro Hagen obedecía al Estado. Reunificar dos patrias es más fácil que reconciliar las dos vidas de una misma persona.




31 de Octubre 2014


El rencor vivo

La tragedia de Ayotzinapa ha unido al país en la empatía y el sentimiento: queremos otro México. El problema es que para llegar ahí debemos pasar por la política.

El 26 de septiembre me encontraba en Acapulco con Rogelio Ortega, actual gobernador interino de Guerrero. Fui a dar una conferencia sobre José Revueltas. En su calidad de secretario general de la Universidad Autónoma de Guerrero, Ortega era nuestro anfitrión. Recibimos con estupor las noticias de Ayotzinapa. Indignado por los hechos, me contó de su largo camino en la izquierda. Participó en la Asociación Cívica fundada por un normalista que luego optaría por las armas: Genaro Vázquez. También conoció a otro maestro guerrillero, Lucio Cabañas, con quien subió a la sierra, aunque sólo para recibir la orden de volver a la ciudad, donde podría expresar su rebeldía a través de la enseñanza. Con un posgrado en la Universidad Complutense de Madrid y conocimiento de los movimientos sociales de Guerrero, Ortega fue un elocuente interlocutor en los días posteriores al drama. Ni él ni sus acompañantes imaginábamos que sería gobernador.

Su designación ha despertado las simpatías de quienes consideran que vale la pena darle una oportunidad a un universitario comprometido con las luchas de su estado, pero también ha revelado la crispación del medio político y de la prensa. "El izquierdismo: enfermedad infantil del comunismo", escribió Lenin. Quienes padecen ese síntoma han acusado a Ortega de ser acomodaticio ante el poder y no declarar una amnistía para presos políticos el mismo día de su toma de posesión. Esta postura impaciente contrasta con la de quienes lo acusan de terrorista por su supuesta intervención en un secuestro orquestado por las FARC en Guerrero. Antes de cumplir una semana en el cargo, el gobernador ha sido sentenciado.

La polarización de los discursos es tan extrema que la auténtica radicalidad parece quedar en el centro (lo difícil es saber dónde ubicarlo). Ortega tendrá un año escaso para hacer algo. No aspiraba al puesto; carecía de programa de gobierno y equipo de trabajo. Conoce el territorio pero deberá enfrentar el dilema de desmontar "tenebras" sin pertenecer a ellas. Lo mejor que podría pasar es que le fuera bien. Para ello requiere, si no de respaldo, por lo menos del beneficio de la duda. Pero en México, como en las novelas de Kafka, la condena antecede al juicio.

Si ha faltado tolerancia para valorar al gobernador interino, al PRD le ha sobrado indulgencia para valorarse a sí mismo. Aunque importantes miembros de ese partido (Cuauhtémoc Cárdenas, Alejandro Encinas, Miguel Barbosa) criticaron a Aguirre, la cúpula tardó en hacerlo. Es la peor pifia de una organización que no ha vacilado en postular candidatos ajenos a sus convicciones. ¿Tiene sentido que la izquierda sea la zona de repechaje del PRI? Se puede argumentar que Arturo Núñez es mejor para Tabasco que Andrés Granier, pero eso no significa que ofrezca una alternativa real. Lo mismo puede decirse de Juan Sabines en Chiapas, Gabino Cué en Oaxaca y Ángel Aguirre en Guerrero.

En vez de ejercer la autocrítica y acabar de una vez por todas con el resultadismo que lleva a vestir priistas de amarillo, el PRD repite que se trata de un "crimen de Estado". Aunque esto es cierto (la guerra sucia, la connivencia de décadas con el crimen organizado y la violencia impune de la policía y el Ejército son cosas probadas), no exime de responsabilidad a los poderes en manos del PRD.

Nadie acepta culpas y todos buscan culpables. López Obrador ha sido señalado como "cómplice" de José Luis Abarca, el infausto alcalde de Iguala. Las "pruebas" son unas fotos en actos de campaña (en una época en que un candidato se retrata con millones de personas) y una presunta simpatía por Abarca. Sin ser concluyente, esto se aprovecha para denostar al líder de la "otra" izquierda. A río revuelto, ganancia de difamadores. Se diría que por cada estudiante desaparecido, los políticos quieren cobrar una víctima en el campo rival.

La gente enciende velas, reza, guarda minutos de silencio, busca razones para convertir el miedo en esperanza. ¿Es posible construir un futuro a partir de esos signos solidarios? No mientras la política sea campo de la opinión airada, la falta de sentido de las obligaciones, la intolerancia, la búsqueda de fines sin reparar en los medios. En ese ámbito, otorgar el beneficio de la duda o escuchar una idea ajena son gestos disidentes.

Habitamos el país de Pedro Páramo, donde los muertos dicen la verdad y donde campea el "rencor vivo".


30 de Octubre 2014
 

“Yo sé leer”: vida y muerte en Guerrero

En este territorio bipolar, el carnaval coexiste con el apocalipsis. El emporio turístico de Acapulco y la riqueza de los caciques contrasta con la pobreza de la mayoría, y el narcotráfico no es la principal causa de su deterioro.

El pasado 17 de octubre el cadáver de Margarita Santizo fue velado en la calle Bucareli de la Ciudad de México, frente a la Secretaría de Gobernación. Así se cumplía la última voluntad de la difunta, que había buscado sin éxito a su hijo desaparecido. La escena sirve de alegoría para un país donde la política amenaza con transformarse en un rito funerario.

La espiral de violencia alcanzó un grado superior el 26 de septiembre con el asesinato de seis jóvenes y el secuestro posterior de 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa. Ese día me encontraba en la Universidad Autónoma Guerrero para dar una conferencia sobre José Revueltas. Mi anfitrión era un alto funcionario de la Universidad que en su juventud perteneció a la guerrilla de Lucio Cabañas. Hablamos del escritor comunista tantas veces encarcelado por sus ideas. Esto permitió que el académico repasara su propia trayectoria: “Lucio Cabañas me salvó la vida”, comentó con una peculiar mezcla de admiración y tristeza: “Me obligó a bajar de la sierra antes de que mataran a su gente: ‘No tienes aspecto de campesino’, me dijo: ‘Si te encuentran acá, no podrás decir que andabas sembrando; tienes que continuar la lucha donde vales más: el salón de clases”.

La exigencia del guerrillero significó la pérdida de una ilusión. Al mismo tiempo, el solitario camino de regreso a la vida civil permitió que un luchador social siguiera con vida.

La gran paradoja del Estado de Guerrero es que ser maestro también es un oficio de alto riesgo. Cabañas nació en un pueblo que refutaba su nombre (El Porvenir) y se dedicó a la enseñanza primaria. Muy pronto descubrió que era imposible educar a niños que no podían comer. Al igual que otro maestro, Genaro Vázquez, creó un movimiento para mejorar la vida de sus alumnos y se topó con la cerrazón oficial. Con el tiempo, quienes enseñaban a leer radicalizaron sus métodos de lucha.

La cultura de la letra ha sido un desafío en una zona que dirime discrepancias a balazos. En los años sesenta del siglo XX, dos terceras partes de los pobladores de Guerrero eran analfabetas. La Normal de Ayotzinapa surgió para mitigar ese rezago, pero no pudo ser ajena a males mayores: la desigualdad social, el poder de los caciques, la corrupción del gobierno local, la represión como única respuesta al descontento, la impunidad policiaca y la creciente injerencia del narcotráfico. Esas lacras no son ajenas a otras partes del país. La peculiaridad de Guerrero es que el oprobio ha sido continuamente impugnado por movimientos populares.


En México armado, libro fundamental para entender este conflicto, Laura Castellanos narra el tránsito de los maestros a la guerrilla. Genaro Vázquez fundó una Asociación Cívica que recibió el repudio de las autoridades y el mote despectivo de “Civicolocos”. Por su parte, Lucio Cabañas creó el Partido de los Pobres, pero no logró incidir en la política local. El Gobierno ofreció a los cabecillas dinero y puestos políticos (en Guerrero, suelen ser sinónimos). Los líderes rechazaron esa salida "negociada" y optaron por un camino sin retorno en la montaña.

La cultura de la letra ha sido un desafío en una zona que dirime las discrepancias a balazos

La salvaje represión de la guerrilla se conoció con el redundante eufemismo de “guerra sucia”. Después de la muerte de Cabañas, hubo 173 desapareciedos. Castellanos cuenta la historia de la base aérea en Pie de la Cuesta, Acapulco, donde los aviones despegaban para arrojar disidentes al océano, inclemente recurso que también usarían las dictaduras de Chile y Argentina. En los años setenta, durante la presidencia de Luis Echeverría, México fue el país esquizoide que daba asilo a perseguidos políticos de Sudamérica y sepultaba a sus inconformes en altamar.

Hablábamos en Acapulco de José Revueltas y Lucio Cabañas cuando supimos que seis jóvenes habían sido asesinados en el municipio de Iguala. Esta noticia del infierno venía agravada por una certeza: el horror no era nuevo; llegaba de muy lejos. En Guerrero, la violencia ha sido sistemáticamente alimentada por las masacres cometidas por el ejército y grupos paramilitares. Luis Hernández Navarro, autor de un libro crucial sobre el tema (Hermanos en armas), señala que todos los movimientos insurgentes de la región han surgido después de matanzas (la de Iguala, en 1962, produjo el levantamiento de Genaro Vázquez; la de Atoyac en 1967, el de Lucio Cabañas; la de Aguas Blancas en 1995, el del Ejército Popular Revolucionario).

¿Cuál será el saldo de 2014? El narcotráfico ha ganado fuerza en la región con la presencia rotativa de los cárteles de La Familia, Nueva Generación, los Beltrán Leyva y Guerreros Unidos. Pero no es la principal causa del deterioro. En ese territorio bipolar, el carnaval coexiste con el apocalipsis. El emporio turístico de Acapulco y la riqueza de los caciques contrasta con la pobreza extrema de la mayoría de la población. La indignante desigualdad social justifica el descontento y explica que muchos no encuentren mejor destino que sembrar marihuana o matar a sueldo.

En 2011, el Partido de la Revolución Democrática llevó a la gubernatura a Ángel Aguirre, que había pertenecido al PRI y fungido como gobernador interino en 1999, sustituyendo a su jefe, Rubén Figueroa, responsable de la matanza de Aguas Blancas. Su elección fue un giro oportunista para sumar intereses políticos con el engañoso mensaje de una alternancia en el poder. Como los barcos que utilizan la insignia de Panamá, el PRD se ha convertido en una entidad que alquila su bandera. En la búsqueda del poder por el poder mismo, apoyó a un personaje que jamás combatiría la corrupción ni la injusticia. Al amparo de esa gestión, surgieron figuras dignas de Los Soprano, como el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, también del PRD y hoy fugitivo. De manera inverosímil, la cúpula partidista respaldó a Aguirre después de la desaparción de los estudiantes. Sólo la presión social llevó a su renuncia, que en modo alguno mitiga el eclipse del “Partido del Sol”.

La indignante desigualdad social conduce a muchos a sembrar marihuana o matar a sueldo

En la búsqueda de los normalistas desaparecidos se han encontrado fosas con otros muertos. De 2005 a la fecha han aparecido 38 criptas de ese tipo. Excavar la tierra en Guerrero es un inevitable acto forense.

Durante medio siglo, los abusos de las autoridades han sido repudiados por una población pobre pero politizada. La Escuela Normal representa un centro neurálgico de la discrepancia. Conviene recordar que en los años sesenta uno de sus activistas se llamaba Lucio Cabañas.

El 26 de septiembre hubo cuatro balaceras distintas y un solo blanco: los jóvenes. Con el apoyo del crimen organizado, el alcalde Abarca sembró el terror para amedrentar a los normalistas que se movilizaban para recordar a las víctimas de la matanza de Tlatelolco. Una vez desatado el mecanismo represivo, también fue acribillado un equipo de fútbol. ¿Su delito? Ser jóvenes; es decir, posibles rebeldes.

“Hay una tensión entre leer y la acción política”, escribe Ricardo Piglia. Interpretar el mundo puede llevar al deseo de transformarlo. En ocasiones, la letra, y la ortografía misma, son un gesto político que desafía un orden bárbaro: “Podríamos hablar de una lectura en situación de peligro. Son siempre situaciones de lectura extrema, fuera de lugar, en circunstancias de extravío, o donde acosa la amenaza de una destrucción. La lectura se opone a una vida hostil”, argumenta Piglia en El último lector.

El Che Guevara pasó su última noche en una escuela rural. Ya herido, contempló una frase en la pizarra y dijo a la maestra: “Le falta el acento”. La frase era “Yo sé leer”. Ya derrrotado, el guerrillero volvía a otra forma de corregir la realidad.

Hace años, maestros acorralados por el Gobierno decidieron tomar las armas en Guerrero. Lucio Cabañas decidió salvar a uno de los suyos para que volviera a la enseñanza, instrumento de lucha en un país sin ley.

43 futuros maestros han desaparecido. La dimensión del drama se cifra en una frase que se opone a la impunidad, el oprobio y la injusticia: “Yo sé leer”. El México de las armas teme a quienes enseñan a leer.

A ese país le falta el acento. Llegará el momento de ponérselo.

Juan Villoro es escritor. Acaba de publicar ¿Hay vida en la Tierra? (Anagrama).






24 de Octubre 2014
 

Matar maestros

La carretera Acapulco-Zihuatanejo bordea un litoral de embrujo. En 1959, en ese lugar idílico aparecieron los cadáveres de dos campesinos que iniciaban un movimiento social, Isabel Durán y Roberto Bello Serna. Fueron asesinados por órdenes de un cacique emparentado con el gobernador Raúl Caballero Aburto. No se detuvo a los homicidas.

Ese mismo año, la Reseña Mundial de Cine se celebró por primera vez en Acapulco. Mientras las cámaras disparaban para retratar a James Stewart, agricultores rebeldes eran acribillados no lejos de ahí. Desde hace más de medio siglo el estado de Guerrero ha ofrecido los placeres del jardín del Edén y los ultrajes discrecionales del infierno. No es casual que una de las peores matanzas de la región haya ocurrido en un pueblo que parece imaginado por Dante: El Paraíso.

Los asesinatos de Isabel Durán y Roberto Bello Serna pertenecen a una extensa trama documentada en los imprescindibles libros de Laura Castellanos (México armado) y Luis Hernández Navarro (Hermanos en armas). Durante décadas, el gobierno local ha ejercido la represión y apoyado a los caciques, los crímenes han quedado impunes y los narcotraficantes han ganado ascendencia hasta desafiar la soberanía. Pero lo más significativo es que la inseguridad y la injusticia han sido impugnadas por organizaciones populares. Guerrero ha sido la tierra del oprobio, pero también de la resistencia.

En 1960 Excélsior publicó un desplegado en el que varias organizaciones exigían la destitución del gobernador Raúl Caballero Aburto. Ahí figuraban los alumnos de la Escuela Normal de Ayotzinapa, liderados por Lucio Cabañas. Desde entonces, los normalistas no han dejado de luchar. Dos maestros, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, buscaron un cauce legal para el descontento, fundaron asociaciones civiles, enfrentaron la intransigencia gubernamental y escogieron la lucha armada como última salida ante una realidad donde las demandas han sido contestadas con masacres (Iguala en 1962, Atoyac en 1967, Aguas Blancas en 1995, Ayotzinapa en 2014).

En los años sesenta del siglo pasado el analfabetismo alcanzaba en Guerrero el 62.1%. En esa década, Vázquez y Cabañas descubrieron que no podían enseñar a leer a alumnos que no podían vivir. Del aula pasaron a la sierra. Sus luchas armadas fueron relevadas por otras y recibieron la salvaje respuesta de la "guerra sucia". Aunque los tizones de esa hoguera no han dejado de arder, el gobierno procuró ignorarlos: "El PRI creyó que podía administrar el infierno", ha dicho el poeta Javier Sicilia.

El pasado 26 de septiembre el fuego de siempre se convirtió en incendio. El asesinato de un grupo de jóvenes suscitó las protestas de los estudiantes normalistas. 43 de ellos fueron secuestrados. De nuevo, Ayotzinapa fue el epicentro. A veces la barbarie requiere de demorada preparación: medio siglo de tensiones, incrementadas por la presencia del crimen organizado, desembocaron en una nueva edición del horror. Los cárteles han cambiado de nombre (La Familia, Nueva Generación, Guerreros Unidos) y la gubernatura pasó del PRI al PRD. La impunidad es la misma.

En 1996 Ángel Aguirre se convirtió en gobernador interino al sustituir a Rubén Figueroa, responsable de la matanza de Aguas Blancas. Estuvo cerca de tres años en el cargo, bajo la bandera del PRI y en 2011 ganó la gubernatura con el PRD, que le otorgó vergonzoso respaldo en los días posteriores a la tragedia de Ayotzinapa.

Aunque Aguirre apenas gobernó un estado donde el narco pone y quita presidentes municipales, fue el representante de lo que llamamos "legalidad". Su inoperancia para prevenir el crimen resultó tan lesiva como sus represiones. "La saga de sangre del gobernador Aguirre comenzó con el violento desalojo de jóvenes normalistas de Ayotzinapa, el 12 de diciembre de 2011", escribe Hernández Navarro.

Sería gravísimo que en Guerrero se reactivara el expediente de criminalizar a las víctimas, famosamente utilizado por el presidente Felipe Calderón en 2010 cuando declaró que los 17 jóvenes acribillados en Chihuahua en una fiesta eran "pandilleros".

Entre los muertos del 26 de septiembre se encontraban unos futbolistas. Fueron asesinados por el delito de ser jóvenes; es decir, posibles estudiantes; es decir, "disidentes".

Horas después, los 43 normalistas pagaron el precio de protestar contra la violencia. Si la indignación rebelde no encuentra acomodo en la vida civil, una vez más lo encontrará en las armas.

Matar maestros significa matar el futuro. Guerrero es el paraíso envenenado donde la esperanza brota para ser aniquilada.
 


17 de Octubre 2014
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Pollo espectral

Ya en otras ocasiones he comentado que mi amigo Frank ejerce las molestias de la precisión. Es el implacable juez de nuestra generación. Los antiguos condiscípulos lo consultamos con temor reverencial. Emite dictámenes con la severidad de quien desprecia a los seres sin orgullo ni carácter que buscan que un 5.7 se convierta en un compasivo 6.

El otro día lo acompañé a una Farmacia del Ahorro. En la caja le preguntaron si deseaba "redondear" su pago en favor de una causa altruista. "Nunca he redondeado nada", contestó con vehemencia, ratificando su convicción de no alterar los resultados.

Con los años, visitar a Frank se ha convertido en algo semejante a ir al dentista. Valoramos tanto su doloroso servicio que tratamos de aplazarlo.

Hace unos seis meses hablamos de la forma en que surgen las historias. "La vida está hecha de malentendidos", dije entonces: "Las mejores tramas dependen de la realidad, pero no de conocerla, sino de equivocarte ante ella". Puse un ejemplo que me pareció elocuente. En México, Malcolm Lowry quedó cautivado con el menú de una fonda, que ofrecía "Pollo Espectral de la Casa". El autor de Bajó el volcán consideró estupendo estar en un país donde se comían guisos fantasmas, pidió otro mezcal y decidió quedarse. En realidad, el mensaje era otro: Lowry confundió la palabra "especial" con "espectral". El misterio del guiso estaba en la interpretación del escritor.

Las historias suelen surgir de un error creativo, que mejora la realidad. Pero a veces no es necesario confundirse para alterar las cosas porque la realidad ya está alterada. El siguiente platillo en el menú era "Huevos Divorciados", nombre fabuloso que no provenía de un equívoco, sino de la tradición, que se enrarece por su cuenta. Un guiso imaginario hizo que Lowry deseara vivir en un país extraño y un guiso real le dio la razón.

Frank considera que no hay mayor estímulo intelectual que contradecir a las personas. Esta actitud es molesta pero pedagógica. El juez puso a prueba mis argumentos: "El que se basa en un malentendido para crear historias es esclavo de la realidad; por disparatado que sea, el malentendido depende de la verdad que distorsiona. ¿Sabías que en Casablanca no había aeropuerto? ¡La mejor escena del cine se hizo sobre una base irreal! A ver si aprendes", agregó con una suavidad que perfeccionaba su ofensa.

Su capacidad para refutar es inaudita. Vi a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en una planicie sin aeropuerto y no supe qué decir.

Esa noche entré a Google y supe que Frank había mentido. Le hablé a las dos de la mañana, hora perfecta para decir: "¡Sí había aeropuerto en Casablanca!". "¿Lo ves?", contestó, como si le diera la razón: "¡Eres un fanático de la realidad! No soportarías que la película no se ubicara en un lugar concreto. A lo más que llegas es a que un 'pollo especial' se convierta en 'pollo espectral'. Nunca imaginarás un 'olímpico cisne de nieve', como Darío". "¡Lo del pollo le pasó a Lowry, no a mí!". "Pero tú lo convertirse en teoría estética: sal de esa fonda, Flaco".

Aunque la última palabra era cariñosa, no le hablé en meses. Fue él quien llamó para decir: "Los pollos se mezclaron. Ven a la casa".

Nos encontramos en lo que durante un tiempo fue un squash de alquiler y ahora es un criadero de animales. Alguna vez lo acompañé a llevar cien canarios a la sección de animales de Liverpool. Una de las cajas donde los transportábamos se abrió y mi Volkswagen se convirtió en un pandemonio amarillo.

En esta ocasión, otro color llamó mi atención. Los canarios tenían manchas anaranjadas. Parecían extrañas mascotas del Atlético Morelia. Frank explicó la causa, no menos rara: "Son de una variedad que pasa del amarillo al naranja si come zanahorias, pero los canarios se quedaron a medias; creo que me vendieron la especie equivocada". "O las zanahorias equivocadas", aporté. "Tal vez", reconoció: "Las zanahorias orgánicas son carísimas. Estas deben ser transgénicas; las de antes tenían el color de los vagones del metro", me mostró una pálida zanahoria y agregó para mi sorpresa: "Estos canarios se parecen a la literatura. ¡Mis jaulas están llenas de malentendidos! Son como el 'Pollo Espectral' y los 'Huevos Divorciados' de Malcolm Lowry". Frank había cambiado de postura: "No hay modo de escapar a la realidad, lo más que podemos hacer es confundirla".

Sentí que me daba la razón, pero como siempre, se salió con la suya. Sacó un canario de la jaula, lo acercó a mi cara y dijo: "Mis malentendidos cantan mejor que los tuyos".



10 de Octubre 2014

Leer ilustra
Las pasiones de los hombres son inescrutables. Un amigo argentino, al que llamaré Pipo Perfumo, ha orientado su vida en torno al futbol. Decir esto no es nada. La mayoría de sus paisanos decide sus domingos como él. Lo singular es que su entrega alteró otra zona de su vida.

Nos conocemos desde hace más de cuarenta años. Llegó a México en la adolescencia en compañía de sus padres (profesores universitarios amenazados por los militares) y se integró a la comunidad "argenmex" de Villa Olímpica sin mostrar otra seña de nostalgia que el anhelo por ciertos alfajores de Mar del Plata, hasta que un día decidió volver a su país para que sus futuros hijos supieran lo que significa apoyar al River Plate.

Lo visité en Buenos Aires en 2011, cuando el equipo de la franja acababa de descender a segunda división por vez primera en su historia. Pensé que lo encontraría conmocionado. En sus años de exilio me había hablado no sólo de los jugadores que había visto, sino de Carrizo, Labruna y Sívori, con la pericia de quien ha atestiguado sus hazañas en el estadio Monumental.

Para mi sorpresa, encontré a un hombre más abatido por la edad y la dificultad para vender su departamento en dólares, que por el descenso de su equipo. "He sufrido cosas peores", dijo, como si recitara el estribillo de un tango. "¿Te acuerdas de Laurita?", preguntó, apagando con excesivo énfasis un cigarro.

Era imposible no recordarla, por su belleza y porque Pipo estuvo a punto de morir por ella. Durante más noches de las que vale la pena recordar, lo oímos hablar de algo que, a falta de mejor calificativo, él llamaba "falencia".

Laurita había sido su Novia Ideal, la chica que nunca se aburría con su demorada descripción de los jugadores que integraron la legendaria "Máquina" de River. Todo funcionó de maravilla hasta el momento del encuentro íntimo. Viajaron a Acapulco, compartieron un día de sol que ella mejoró con su bikini, y regresaron al hotel. Ahí, él se quedó pasmado ante el portentoso cuerpo de su amada y su incapacidad de reaccionar al respecto. A eso le llamaba "falencia".

Pipo sufrió el estupor del enamorado que no está a la altura de su deseo en un tiempo en que la química no había inventado pastillas azules para las "falencias". Un tiempo antiguo, de bikinis anchos (el dato es importante).

Mi amigo se sintió tan humillado que rompió la relación. Laurita había sido comprensiva pero no paciente; trató de tranquilizarlo sin ser su terapeuta, y a los dos meses se comprometió con un arquitecto.

Pipo quedó devastado. Ese fue el Momento Oscuro de su vida. A partir de entonces sería, para siempre, la persona que no consumó su pasión con Laurita.

¿Qué tenía que ver eso con la caída de River a segunda división? En forma directa, nada. Pero las pasiones turbulentas dan rodeos. "Mi mayor decepción futbolística ya ocurrió", Pipo encendió otro cigarro. "Sólo lo supe cuando leí Dudoso Noriega, de Juan Sasturain. Leer ilustra, hermano. La novela se ubica en Mar del Plata. La gente se asolea y pasan cosas". Me quedé esperando el significado de las últimas dos palabras: "pasan cosas".

Pipo Perfumo miró una gaviota que parecía extraviada en el cielo, incapaz de encontrar el Río de la Plata. Luego dijo: "Nunca me gustó la playa, pero las mujeres quieren tirarse al sol. Fui consecuente, Juan".

Esperé que volviera a ser consecuente y aclarara el enigma de una vez: "Cuando llegamos al cuarto, ella se quitó el bikini", recordó. "Venimos de un mundo de bikinis anchos. La mina se había bronceado tanto que tenía una franja blanca en el pecho y me paralicé. ¡Su piel parecía la camiseta de Boca! Soy de River, ¡qué iba a hacer! Entonces no me di cuenta de eso. Sólo lo supe al leer el libro. Sasturain habla del bronceado que de pronto parece una camiseta de Boca. Así entendí el horror que me provocó ese cuerpo glorioso. De haberlo entendido a tiempo, habría esperado a que ese efecto demoledor desapareciera de su piel. Pero no supe analizar mi miedo. En Acapulco sentí un espanto cósmico y nada más. El futbol puede provocar eso: si no lo compensas con educación, te aniquila. Tienes que conocer los límites de tu fanatismo. Te pido que escribas de eso. Los bikinis de ahora son más pequeños, pero por ahí despistan a alguno. Además, el fundamentalismo es como la humedad, se mete en todas partes. Me fui a segunda división antes de que se fuera River. ¡Por no leer, hermano, por no leer!".

Alzó la vista. La gaviota había desaparecido. El cielo, rayado de nubes, parecía la camiseta de la selección argentina.







03 de Octubre 2014


La Puerta de Oro

"Quiero que me escribas", dijo un hombre de rabiosa cicatriz. ¿Deseaba darme su e-mail? La extraña solicitud me hizo pensar que esa cara lastimada era la consecuencia física de un desarreglo mental.

El desconocido tragó saliva, como si eso le doliera, y siguió hablando. Su propósito era aún más extravagante: quería que escribiera un artículo sobre él. Le dije que los textos por encargo salían mal. Me pidió una oportunidad -"sólo una"- de contar su historia.

"He visto algo que nadie conoce", su mirada adquirió un brillo repentino, pero no siguió con la explicación porque algo pasó en un coche cercano. Se dirigió a un Chevrolet que parecía estacionado para siempre. Dentro había cuatro niños. El hombre abrió la portezuela, entregó unos caramelos y retiró el termómetro que un niño tenía en la boca. "Febrícula", dijo satisfecho. "Es mi guardería, las mamás trabajan allá enfrente", señaló el coche y luego una oficina de gobierno.

Fue esto lo que me retuvo a su lado. Él quería hablar de algo extraño y yo quería hablar de lo que consideraba normal.

"Soy salvavidas. Estuve en Revolcadero, Pie de la Cuesta, Punta Diamante, you name it", dijo. "He salvado a todo mundo y su perro. Un día salvé tres veces al mismo ahogado. Sólo dejó de meterse al mar cuando le invité unas cervezas y se ahogó por dentro: ¡a las cinco de la mañana le seguía saliendo agua por la nariz!".

Se interrumpió para volver al coche. Un niño quería ir al baño. Lo cargó en brazos y cruzó la calle rumbo a una cafetería. Regresó con dos biberones que había dejado a calentar.

"Salvé mucha gente, ya le digo, hasta que un día me salvaron a mí", pasó el dedo por su cicatriz: "La marca de mi desgracia".

Como tantos acapulqueños, nunca nadó por gusto ni pensó que se pudiera descansar en la playa. Ése era un sitio de trabajo. "Dios tiene sus caminos, pero el Diablo tiene atajos", comentó sin ilación. Perfeccionó el desorden de sus ideas diciendo: "¡Jamás he usado bronceador! La playa es para mí como la calle para usted".

"Me iba a hablar del Diablo", dije. No contestó porque un niño lloraba. Entró al Chevrolet. Lo oí cantar "Uno soñaba que era rey...".

"¿En qué iba?", preguntó al volver a la banqueta. "En el Diablo", mentí. "No me meto al agua para divertirme, pero subí a la barca". "¿Qué barca?". "El maldito yate de unas gringas". "¿El yate del Diablo?". "Ya había dejado las drogas, pero caí; ya había dejado las gringas, pero volví a caer. Es más: ¡esas gringas eran mexicanas!". Hice un ademán de despedida, la historia se enredaba demasiado. "No pierda su artículo, mi amigo", me retuvo: "Hay mexicanas gringas, mexicanas de spring break. Me perdí en ese yate, bailé, hice de todo hasta que me partí la cara con un mástil. Me privé y caí al agua. Cuando abrí los ojos, estaba al fondo del mar, y aquí viene lo que le quería decir: allá abajo hay una puerta de oro. La vi, con estos ojos. Otros ahogados me habían hablado de ella, pero no les creí. Hay que estar así de la muerte para verla y hay que morir para cruzarla. La sangre me escurría, ¿y sabe qué fue lo más raro?: en ese momento quise morir; me pareció mejor ir al otro lado de la puerta que regresar acá. Pero no lo logré. Me sacaron del agua y me despidieron por intoxicado. Nadie quiso saber de la puerta, por eso se lo cuento: el más allá es bien padrote, no hay que tenerle miedo. Estuve a un centímetro de llegar ahí y sólo un nadador sabe lo que vale un centímetro".

Aunque su mirada tenía la fijeza del fanático, de pronto se interesó en otra cosa. Un niño había hecho un dibujo y quería mostrárselo. "Escogiste mi morado favorito, te has ganado un premio". El salvavidas fue a la cajuela y sacó una caja de colores.

Le pregunté por los niños. Me dijo que al quedarse sin trabajo en Acapulco decidió probar suerte en el DF. Acomodó coches hasta que un día una mamá le pidió que cuidara a su hijo mientras trabajaba. Como en la ciudad faltan guarderías, poco a poco él extendió la tarea a otros niños. Un compadre le prestó el Chevrolet y ahí estableció su albergue. "Van a poner parquímetros en esta calle, pero ya conseguimos una casita para atender a las criaturas", dijo con ilusión.

Lo acompañé hasta que las madres llegaron por sus hijos. Los niños se despidieron de él diciéndole "tío".

"¿Cree en la puerta de oro?", preguntó.

El hombre no parecía enterado de su auténtica historia. El protagonista es su peor testigo.

"No sé cómo ponerle a la guardería", dijo, ignorando que su aventura ya tenía título.




01 de Octubre 2014

Juan Villoro, escritor. Foto: Octavio Gómez

El escritor Juan Villoro advirtió que México está al borde de un estallido social si se sigue criminalizando a los jóvenes, en lugar de dotarlos de las herramientas mínimas para salir adelante.

Los jóvenes, dijo, son “la principal energía que tenemos para transformar este país”.

En el marco de la presentación de su libro El apocalipsis, conformado por una serie de ocho cuentos, Villoro dijo en entrevista que le parece muy importante que ahora que falleció Raúl Álvarez Garín, exlíder del 68, deba mantenerse viva la flama de la crítica dentro de las universidades públicas.

El futuro de México, alertó, pasa necesariamente por las instituciones públicas, y la experiencia de ser estudiante no sólo tiene que ver con un sentido crítico respecto de la sociedad, también respecto de los planes de estudios.

“Creo es muy importante que se discuta y me parece que revitaliza la conciencia crítica de los alumnos. Espero que esto se encauce a una solución creativa que beneficie a todas las partes. Me parece alentador que permanezca la flama, especialmente en este momento en que acaba de morir Raúl Álvarez Garín, quien fue el principal representante del Instituto Politécnico Nacional en el movimiento estudiantil del 68”, dijo el autor de El disparo de Argón (1991).

También sostuvo que es terrible que en México a la juventud de alguna manera se le siga criminalizando. Mencionó que entre los estudiantes asesinados en Iguala, Guerrero, habían futbolistas que los uniformados pensaron eran rebeldes por el solo hecho de ser jóvenes.

“Esto me recordó a cuando el presidente Felipe Calderón se encontraba en una gira en el Oriente y hubo una balacera en el norte del país, en una fiesta donde murieron jóvenes inocentes, donde dijo que eran pandilleros, aunque después debió rectificar; tuvo que retractarse. Me parece que esto nos lleva a que el mero hecho de ser joven sea percibido como algo delictivo”, lamentó.

El también periodista explicó que es urgente reconstruir el tejido social y darle alternativa a los jóvenes. Y que por ello el combate al crimen organizado no pasa exclusivamente por lo militar; que la guerra contra el narcotráfico ha enseñado ya que toda bala “es una bala perdida”.

“Los jóvenes necesitan tener opciones concretas, tener alternativas de trabajo, de estudio, gratificantes deportivos, morales, incluso religiosos que puedan permitirles tener un sentido de identidad y autoestima que no están teniendo, y por supuesto no verlos como un enemigo posible, sino integrarlos como lo que son, que es la principal energía que tenemos para transformar este país”, dijo Villoro.

–¿Existe el riesgo de un estallido social?

–Existe, desde luego, más ahora que se están festinando las reformas del gobierno de Peña Nieto que creo que son importantes en la medida en que se reactiva el trabajo social y las iniciativas de futuro. Pero hay que ver de qué tipo de iniciativas se trata, cómo se aplican y qué va a suceder. A mí me parece la mayoría de ellas bastante insuficientes y creo que es demasiado pronto para echar las campanas al vuelo.

Además, sostuvo que le preocupa que el presidente Enrique Peña Nieto desestimara el tema de la corrupción en una entrevista reciente que tuvo con periodistas y dijera que la corrupción “es un asunto cultural”, como si eso perteneciera al carácter del mexicano.

“De qué sirve una reforma energética que traiga mucho dinero si ese dinero va a quedar en las manos equivocadas”, acotó el autor de Materia dispuesta.

Asimismo, expuso que el más reciente movimiento estudiantil del IPN es una llamada de alerta en el cual sólo espera que no haya indicios de represión. Pues “se debe buscar una salida que incluya a los jóvenes en el rediseño de este país. Porque eso sí es muy importante, si no el riesgo de descomposición social ahí está”.

“Creo que es en la educación, en la lectura, en los libros donde está la posibilidad de cambiar a este país y crear un México diferente. Nada cambia tanto al país como lo que están leyendo los niños hoy en día. O lo que están haciendo”, indicó.

También adelantó que pronto se publicará un libro póstumo de su padre, el filósofo Luis Villoro, que se llamará La alternativa, que hace un análisis de la propuesta de gobierno y democracia zapatistas.

“Creo que una de las grandes asignaturas pendientes es la autonomía de los pueblos indígenas. Creo que es una vergüenza que los Acuerdos de San Andrés, firmados en tiempos del presidente Ernesto Zedillo, no se hayan convertido en ley. Y que mientras no reconozcamos que este es un país de multiculturalidad, vamos a tener un país roto”, concluyó el escritor.


26 de Septiembre 2014

Decepcióname, por favor

Más que una realidad, la democracia representa un anhelo que encarna de diversos modos en los países que la proclaman.

La libertad de expresión es uno de sus requisitos básicos. Lo curioso es que cuando eso se llama "referéndum" o "plebiscito" -es decir, cuando puede tener consecuencias decisivas- aparecen pretextos para afirmar que lo ya decidido no puede ser modificado. ¿Carece un país del derecho a cambiar de opinión?

En España, la consulta sobre la soberanía catalana ha sido vista por el gobierno de Rajoy como un acto de secesión. Aunque el desenlace pudiera llevar ahí, el sólo hecho de preguntar se considera subversivo. De acuerdo con esa lógica, la voluntad popular no puede modificar las reglas a las que se somete. Algo semejante ocurre en México con la negativa del gobierno de Peña Nieto a que la reforma energética pase por el juicio de la gente.

Como lo que importa no puede ser decidido, la discutidora especie humana se desfoga en polémicas compensatorias. A falta de causas más altas, ejerce la libertad menor de escoger Pepsi o Coca, Nike o Adidas, PC o Apple. Esta ilusión de libre albedrío alcanza su punto culminante en los aviones, que ofrecen la peor comida del mundo, pero permiten elegir pollo o pasta, responsabilizando al pasajero de su decisión. La democracia es parecida: aunque quieres langosta, aceptas que el pollo te haga daño.

El afán de intervenir en la cosa pública ha llevado a uno de los más extraños sondeos del que se tenga noticia. Íker Casillas, mítico arquero del Real Madrid, rebautizado como "San Íker" por sus históricas salvadas, capitán del equipo y de la selección que ganó el Mundial en Sudáfrica, se somete a un referéndum en el estadio Santiago Bernabéu. Una parte de la hinchada lo abuchea, otra le aplaude.

¿Bastan algunas pifias para borrar una conducta de leyenda? El tema no sólo tiene que ver con el convulso mundo del deporte y la forma en que José Mourinho dividió a la afición merengue; pertenece a la sociedad del espectáculo y la desaforada necesidad de opinar.

El Chicharito es víctima de otro tipo de desencuentro con el público. Ya que no cumplió la promesa de ser héroe nacional, se le comienza a desear un fracaso estrepitoso. Su fichaje en el Real Madrid no ha sido visto unánimemente como un logro, sino como la prueba de que será un suplente eterno, capaz, en el mejor de los casos, de meter el séptimo y el octavo gol del partido.

Esto lleva a un significativo aspecto de la opinión pública contemporánea. ¿Qué clase de consenso se alcanza en las gratuitas polémicas de todos los días? Ante la imposibilidad de mejorar la realidad, pocos apuestan por una opción esperanzada (Íker volverá a parar un penalti, el Chicharito marcará el primer gol del partido). Como están las cosas, la condena se usa más que el voto de confianza.

Cada cierto tiempo renovamos nuestro deseo de ser decepcionados. En las tribunas de los estadios o en las redes sociales ejercemos un derecho a la crítica que se contagia de sí mismo, simplifica sus motivos y adquiere el nivel del linchamiento. Si pudiéramos modificar lo real, seríamos menos enfáticos ante asuntos que a fin de cuentas no nos importan tanto.

Ciertas figuras mediáticas han entendido esta dinámica a la perfección, capitalizando el estupor e incluso el repudio. Miley Cyrus saca la lengua como una estrangulada o se pasa la bandera mexicana por el trasero sin el menor deseo de convencer a nadie. Jubilada del inocente personaje de Hannah Montana, está más allá de la provocación. Sabe que los comentarios negativos se propagan por contagio y se rige por el siguiente adagio: "Que hablen de mí, aunque sea bien". Su estrategia es tan exitosa, que incluso esta frase la confirma.

El pasado 16 de septiembre, el Toro de la Vega fue torturado hasta la muerte en Tordesillas. La víctima del salvajismo llevaba este año el irónico nombre de "Elegido".

En el circo mediático los personajes son asediados como el Toro de la Vega. Unos son víctimas casuales, otros son voluntarios del ultraje. Casillas sobrelleva en silencio su calvario mientras que Cyrus encuentra creativas maneras de empeorar.

La democracia es lo que sucede mientras votamos por otras cosas. A falta de consultas verdaderas, usamos la conciencia crítica para decepcionarnos a gusto.




19 de Septiembre 2014

Corromper mejor

El partido de las "buenas costumbres" protagoniza un carnaval del descalabro. Un panista calificó de "simio" a Ronaldinho; otros dos ultrajaron a una mujer durante el Mundial y están siendo procesados en Brasil; un sector de sus juventudes se declaró neonazi, y varios diputados de esa entidad hicieron acuerdos con sexoservidoras. Mientras tanto, el ex presidente Calderón presentó un libro con un título que la conducta de sus correligionarios vuelve irónico: Los retos que enfrentamos.

¿Qué sucede? ¡Los monaguillos se fueron de parranda! Aunque la noción de "intelectual panista" suele ser un oxímoron, Carlos Castillo Peraza logró ejercerla ("es que sabe mucho de beisbol", me explicó uno de sus admiradores); conservador culto, invocó a Santo Tomás de Aquino para luchar contra el condón. Esta causa se ajustaba a los graníticos principios de un partido pudibundo. De modo previsible, en su papel de secretario del Trabajo, Carlos Abascal aconsejó a los obreros ampararse en la Virgen de Guadalupe. Lo imprevisto es que los expertos en señalar pecados ajenos se dediquen a ejercerlos sin tapujos. El PAN detectó la corrupción para aprovecharla.

Durante su campaña a la Presidencia, Fox habló de "tepocatas", "víboras prietas" y otras alimañas que se apoderaban del presupuesto y que él pensaba aplastar con su botas de avestruz. Pero esta folclórica lección de zoología sirvió de poco. En cuanto colgó su sombrero de cowboy en Los Pinos, el primer presidente panista se olvidó de sanear los usos políticos.

Esto en modo alguno redime a las demás opciones políticas. Baste recordar a los miembros del PRD recibiendo dinero del empresario Carlos Ahumada en maletines o bolsas de pan Bimbo, los desfiguros del Niño Verde y los escándalos dignos de Calígula del priista Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, exonerados por su propio partido. La inmoralidad es una moneda corriente que unos dilapidan más que otros.

71 años de "Partido Oficial" permitieron que el recurso más eficaz para hacer negocios fuera el tráfico de influencias, y el trámite más rápido, la "mordida". Esta larga tradición obliga a revisar un concepto que en vísperas de las fiestas patrias Peña Nieto juzgó "cultural": la corrupción.

El PAN rebajó la inmoralidad a tal grado que provocó una insólita confusión. No se añoró la inexistente honestidad de los gobiernos anteriores, pero sí su destreza para gobernar mientras robaban. En su espléndido documental Los ladrones viejos, Everardo González muestra a los "amigos de lo ajeno" que en los años setenta del siglo pasado entraban a las casas sin más arma que una ganzúa. Como hasta en el crimen hay niveles, los "cacos" que arriesgaban el pellejo para quedarse con un abrigo de visón sin lastimar a nadie producen cierta nostalgia.

Los delitos del PRI no estuvieron revestidos del romanticismo del pillo que corre riesgos para evitar daños peores, pero 12 años de panismo llevaron a extrañar a los ladrones viejos. "Ellos sí sabían robar", dice un refrán de la restauración política.

El PRI es percibido como eficaz gestor de los problemas que él mismo crea. Expolia pero reparte, como un "ogro filantrópico", según la certera formulación de Octavio Paz.

Cercano a los sectores más retardatarios del clero y amparado en la ideología moralista de las familias "decentes", el PAN prometió un país aburridísimo que por lo menos tendría beata probidad. Pero de tanto señalar vicios ajenos acabó aprendiéndolos. Su principal legado ha sido degradar aún más el soborno y los "moches". No es lo mismo quedarse con una "comisión" por hacer bien una presa que saquear las arcas sin presa de por medio. Cerca de mi casa apareció un graffiti: "¡Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos!". El lema no libraba a los panistas del desfalco; señalaba que además de ladrones eran incapaces de resolver problemas.

En la declaración patrimonial de los miembros del gabinete de Peña Nieto hay propiedades recibidas por "donación". Comparada con el aquelarre panista, esta injustificable economía de la dádiva cobra un extraño valor de cambio: es la "propina" de quienes hoy festejan las reformas, las detenciones del Chapo y la Maestra, la creación de un nuevo aeropuerto y otras metas que no alcanzaron Fox o Calderón.

No es de extrañar que Peña Nieto considere que la corrupción es "cultural". Los panistas consumaron la inaudita tarea de rebajar la "calidad" del abuso. En ese contexto, el PRI no representa la lucha por la transparencia, sino la posibilidad de corromperse "mejor".



12 de Septiembre 2014

Crear Desiertos

Hace unas semanas escribí sobre la propuesta de destacados científicos de que nuestra era geológica se bautice como "Antropoceno". Así se reconocería el impacto del hombre en la naturaleza y la responsabilidad que eso conlleva.

Los atentados al medio ambiente se agravan en países donde las leyes de protección se cambian o violan a discreción. En su reciente encuentro con periodistas, Peña Nieto dijo que la corrupción es un problema "cultural". Al modo del tequila y el ajonjolí, define nuestra identidad. De acuerdo con esta lógica, para no confundir lo público con lo privado habría que cambiar de tradición. Como eso llevaría siglos, no forma parte de la agenda para los próximos cuatro años de gobierno.

La respuesta del Presidente puso en duda el alcance de sus reformas. ¿De qué sirven 54 cambios a la Constitución si no se aplican legalmente?

Algo parecido ocurrió en el Senado. El panista Ernesto Cordero hizo una encendida defensa de la reforma de hidrocarburos y encaró a la prensa. La primera pregunta tuvo que ver con la corrupción. La perforación en aguas profundas traerá inversión extranjera de millones de dólares. ¿Será posible que quienes decidan las licitaciones sean ajenos a los intereses de los megaconsorcios petroleros, tomando en cuenta que la reforma no prevé suficientes candados para evitar el tráfico de influencias? Cordero respondió con absoluto candor: "Eso me preocupa mucho y voy a luchar para que no ocurra". El senador se propone combatir los abusos de una reforma que los permite. ¿No sería mejor aprobar leyes que garantizaran mayor participación y vigilancia?

La corrupción no es un modo de ser, depende de las opciones concretas de ejercerla. No se combate con un dilatado proceso antropológico para cambiar usos y costumbres, sino con reglas y sanciones. Es un asunto técnico que depende de la voluntad política, no del carácter nacional.

En el publicitado afán de Peña Nieto de "mover a México" la impunidad no ha salido del equipaje. Veamos el caso ocurrido en el Estado de México, lugar de formación política del mandatario.

A partir del 1o. de octubre de 2013, el Nevado de Toluca dejó de ser un Parque Nacional. Desde 1936, los bosques, las cascadas y el volcán formaban parte de la extraordinaria red forestal creada por Miguel Ángel de Quevedo. El "Apóstol del Árbol" no se oponía al uso de fuentes de energía. Al contrario, los 38 parques nacionales que contribuyó a crear tenían como principio rector que las zonas boscosas garantizaran la afluencia de agua a las presas generadoras de electricidad. Este equilibrio permitía un desarrollo sustentable, que preservaba la naturaleza.

Con el decreto de Peña Nieto, sólo el 4% (mil 941 hectáreas) del antiguo Parque Nacional mantiene su condición de zona enteramente protegida. Las 51 mil 649 hectáreas restantes podrán ser explotadas de distintos modos.

El problema venía de lejos porque el Parque Nacional no estaba bien protegido y ahí se practicaba la agricultura y la explotación de maderas. Sin embargo, en vez de recuperar la zona de manera integral, se optó por "normalizar" el daño que ya se hacía y por abrir nuevas posibilidades de deforestación.

Los escurrimientos del Nevado alimentan de agua a Toluca y parte del Valle de México. Su afluencia sólo es comparable a la de los ríos Lerma y Balsas. El decreto de Peña Nieto vulnera el ecosistema en aras de generar "riqueza".

Estamos ante la pérdida de un insustituible territorio que garantizaba la biodiversidad, el asentamiento del suelo y la precipitación fluvial. El nuevo decreto permite la ganadería, la agricultura, el turismo y la "construcción y mantenimiento de infraestructura pública o privada".

Quienes piensan que el Fondo de Cultura puede ser sustituido por Walmart, tal vez consideren que un Parque Nacional no sirve porque no es negocio. La paradoja es que buscar el "aprovechamiento" del bosque logrará que deje de ser un bosque.

"Con usura no hay casa de buena piedra", escribió Ezra Pound. En el México reformista las leyes parecen ser una molestia. Un excepcional decreto que tenía pleno sentido desde 1936 se modifica en nombre del dinero. La naturaleza se convertirá en un fraccionamiento "alpino" y más tarde en un desierto. Una metáfora de las reformas.

En 2016 un grupo de científicos decidirá si el impacto del hombre sobre la naturaleza ha sido suficiente para determinar una nueva era geológica. Nuestra particular manera de contribuir al ecocidio pasa por el abuso y la corrupción, no por la cultura.



5-Sep-2014 




80 AÑOS

"La autobiografía de un editor es su catálogo", ha dicho con elocuencia Jorge Herralde, director de Anagrama. La frase se aplica a editores independientes como el legendario Joaquín Díez-Canedo, fundador de Joaquín Mortiz, el recientemente fallecido Jaume Vallcorba, creador de Acantilado, o al propio Herralde. En el caso del Fondo de Cultura Económica, el catálogo representa el asombroso trabajo de una comunidad.


A lo largo de ocho décadas se ha congregado ahí la lengua castellana. Se trata de un empeño que ha sufrido agravios, como la censura a Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, en tiempos de Díaz Ordaz, y no siempre ha publicado maravillas (Arreola solía decir que toda editorial tiene su oficina de claudicaciones). Pero no hay duda de que el Fondo ha sido una zona franca para pensar y escribir en nuestro idioma.


Este proyecto resulta aún más significativo en una época en la que la edición independiente apenas existe. El mercado es la forma más tolerada del primitivismo. La "mano invisible" que debía regular los precios es hoy el apodo de la mafia china. En el campo editorial, los grandes consorcios no compran empresas pequeñas porque quieran promover ese catálogo, sino para sacarlo del mercado (con excepción de los best-sellers). La absorción de sellos tiene como objetivo fumigar a la competencia.


En estas condiciones, el catálogo se reduce a la mesa de novedades, las veleidades de la moda y las ventas. El marketing no tiene memoria.


Cuando Conrado Zuluaga dejó su puesto como director de la Biblioteca Nacional de Colombia para dirigir un grupo editorial, enfrentó esta pregunta: "¿Cuál será su punto de inflexión en las ventas?", y respondió con sabiduría: "Afortunadamente lo ignoro". Como es de suponerse, no duró mucho en el cargo.

La industria editorial guarda curiosas semejanzas con la del deporte. En nombre de un supuesto objetivo lúdico, se piden subvenciones y beneficios fiscales. Pero el interés es otro y el que ya es poderoso domina al que busca mejor suerte.


"Un clásico es un libro que los hombres no han dejado morir", escribió Borges. Sin embargo, cuando los libros no se consiguen, de nada sirve el interés colectivo de leerlos. Pertenezco a una generación que leyó a la mitad de los clásicos en fotocopias y a la otra mitad en los libros del Fondo y Editorial Porrúa.

Este imprescindible catálogo de la comunidad debe circular mejor. En las oficinas de gobierno suele haber un archivo "muerto", que almacena viejos documentos, y uno "vivo", donde se extravían los más urgentes. También suele haber un archivero, hábilmente administrado por una secretaria, que contiene las botanas y las golosinas consumidas en el despacho, y que se suele dividir en "archivo dulce" y "archivo salado". Un buen catálogo debe parecerse a ese depósito bien clasificado y bien nutrido, capaz de satisfacer las tentaciones.


Incluso el mercado da algunas lecciones positivas. Cuando no hay un estímulo directo para vender, los productos no siempre llegan a los clientes. Las editoriales públicas enfrentan el desafío de circular. Muchas de ellas sólo afectan una apartada región del mundo: las bodegas. Durante un tiempo, en una librería universitaria un atiborrado anaquel tuvo este letrero: "Libros agotados". Obviamente, no se refería a que esos volúmenes no estuvieran ahí, sino a que se habían dado por perdidos en el laberinto de la distribución.


Los títulos del Fondo no están presos pero tampoco llegan a todas partes. En México, los libros siguen siendo un producto con denominación de origen. Si el tequila es de Jalisco y las guitarras de Paracho, la inmensa mayoría de los libros son del sur de la Ciudad de México.

A diferencia del mercado, la cultura tiene una circulación lenta. Depende de la conversación, la cátedra, las afinidades electivas. Lo decisivo es que sea tan continua y duradera como la tradición.

Las voces de la tribu mejoran si discrepan entre sí. El Fondo es custodio de esa pluralidad. No puede ser un órgano de gobierno y mucho menos de partido. En tanto espacio público, debe garantizar la crítica. Una sociedad es más perfecta mientras más se puede decir que es imperfecta.

Tales son los retos de una aventura que ha llegado a los 80 años, la edad de los profetas en que la sabiduría le otorga nueva vida a la experiencia.

Una vez apagadas las velas del pastel, conviene recordar la frase de Lewis Carroll: "¿Cuál es la luz de una vela apagada?". Ese imaginario resplandor es provocado por los libros, la resistente utopía de la comunidad.

© Derechos Reservados 2008 C.I.C.S.A.



29 de Agosto 2014


El amigo imaginario

El humo lo acompañaba a todas partes. Aunque prefería el tabaco oscuro, en emergencias aceptaba un cigarro rubio. En Cuba se aficionó a los puros, pero los reservaba para las terrazas calurosas. Sabía escuchar a los demás; su mirada atenta parecía agregarle interés a lo que el interlocutor decía. Sus ojos, extrañamente separados, miraban con una atención acrecentada, similar a la de los gatos, que él consideraba teléfonos secretos (llevaban mensajes que el receptor debía descifrar).

Arrastraba la "erre" y lo atribuía a haber nacido en Bélgica, aunque vivió ahí muy poco tiempo. No le creíamos esta explicación, tan fantasiosa como su primer recuerdo (una alarmante sombra al pie de su cuna). Exageraba la realidad para explicarla desde la imaginación.

Recogía fierros y alambres en las calles para ensamblarlos en azarosas esculturas. Escribía en forma parecida. Le interesaba transformar cualquier resto de la realidad en magia y talismán, entender un tornillo como un objeto sagrado.

Revisaba la página científica de Le Monde en busca de explicaciones racionales para lo sobrenatural. En literatura, era un lector voraz y esnob. Privilegiaba a los autores apenas descubiertos, complejos, prestigiados por su intrépido vanguardismo y sus escasos seguidores.

Sabía mucho de música, acaso demasiado para mantenerse en la esfera de la espontaneidad. Tal vez por eso trataba de llevar el jazz a la prosa; improvisaba en el teclado los solos que nunca dominó en la trompeta y con los que desveló horrorosamente a sus vecinos. Vivía en un edificio que se parecía a su cuerpo: alto, delgado, cargado de hombros. Pasaba los veranos en una casa del sur de Francia a la que agregó cuartos que parecían camarotes. Desde ahí miraba el horizonte de Provenza como un mar color lila.

Estaba harto de traducir informes de organismos multilaterales en la misma medida en que estaba orgulloso de su francés. A ciertos amigos argentinos les escribía en ese idioma, lo cual nos parecía muy argentino.

Pasó una juventud solitaria. Fue un autodidacta ejemplar y encontró en París su universidad. El éxito lo puso en contacto con más personas de las que había soñado conocer. Para su asombro, esto le permitió romper la coraza defensiva con que se apartaba de los otros. Viajó mucho, cometiendo el error de empacar botellas que no siempre llegaron intactas a su destino. Para conocer un sitio, iba a la plaza a bolearse los zapatos. Desde ese puesto de observación decidía qué tanto le gustaba la gente. Casi siempre le gustaba. Poco a poco, el cazador de sutilezas estéticas se transformó en un ser receptivo y sociable al que extrañamente no le salían canas. Se dejó la barba para mitigar la alarmante juventud de su tercera edad, pero sólo logró verse más beatnik y algo guerrillero.

Nos preocupó que su condición de ídolo pop minara sus energías de fabulador. El artista que había dicho que necesitábamos un "Che Guevara del lenguaje" se convirtió en el ángel justiciero que apoyaba revoluciones reales. Pero incluso en política fue literario. En una de sus obras más "comprometidas", un pingüino se pierde en las calles de París, demostrando que la libertad siempre es extraña.

Su pasión por Glenda Jackson nos hizo saber que le gustaban las mujeres de temperamento decidido, ajenas a la belleza convencional. Amaba a los niños y lamentó no haber podido tener uno, pero jugó con muchos y se llevó de maravilla con los hijastros transitorios que le deparó el destino.

Los colegas lo sentían tan cercano que le mandaban manuscritos para que les diera su opinión. Él les decía que era una lástima que no le enviaran también el tiempo para leerlos.

Nunca lo vimos personalmente. No hacía falta. Sus textos nos incluían en su mundo más próximo. Logró que su literatura fuera una forma de la amistad. 

Odiaba que se le acabara el mate y que la última cucharada del arroz con leche tuviera poca canela. Era un precipitado con la pizza y se quemaba el paladar al primer mordisco. Amaba el ars combinatoria en poesía, pero era clásico para la pizza y escogía la de jamón canónico. Alguien puso a prueba su tolerancia pidiendo una aberrante pizza hawaiana. No protestó: sabía querer a la gente por sus defectos. 

Sabemos esas cosas de los amigos íntimos. El nuestro acaba de cumplir cien años. Se llama Julio Cortázar y aún anda por ahí. 

Ha obtenido el Premio Herralde por su novela El testigo, el Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán por su libro sobre futbol Dios es redondo y el Iberoamericano José Donoso por el conjunto de su obra. Ha sido profesor en la UNAM, Yale, Princeton y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Entre sus libros para niños destaca El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica.



22 de Agosto 2014

Cómo bautizar el tiempo 

Hay personas despistadas que pueden vivir sin enterarse de que hoy es viernes. Esta falta de concentración en el paso del tiempo es lo de menos si se compara con el despiste generalizado de la especie: ¿cuántos recuerdan que vivimos en el Holoceno? Nuestra era geológica ha durado cerca de doce mil años sin que pensemos mucho en ella. A falta de parientes que hayan visto las grandes glaciaciones y cuenten historias de la bufanda de la hiperabuela, nos resignamos a pensar que la Tierra "es así": un paisaje estable, aunque a veces tiemble o llueva demasiado.

Comparadas con las eras geológicas, las civilizaciones son experimentos transitorios. La brevedad de la vida humana dificulta identificarnos con un entorno que nos antecede desde hace milenios. 

Pero el tema se vuelve dramático visto como presente. A cada instante, el elaborado ecosistema se daña en forma definitiva. En lo que se lee esta línea, la naturaleza recibe un impacto irreparable de máquinas y pesticidas. 

El científico holandés Paul Josef Crutzen, Premio Nobel de Química en 1995, ha propuesto que nuestra era se defina como el Antropoceno, la etapa planetaria alterada por el hombre. El término no celebra el reino de lo humano; tiene un componente científico y un componente ético: describe un hecho incontrovertible y obliga a responsabilizarse de él. 

Numerosos especialistas han seguido a Crutzen en su empeño por estudiar el planeta a partir de la intervención humana. Para algunos, todo comenzó con la agricultura y la deforestación; otros sitúan el cambio más severo en la revolución industrial y la consecuente contaminación del aire y de las aguas; otros más consideran que lo peor ha sido la radiación atómica liberada en Hiroshima, Nagasaki y Chernobyl. Lo cierto es que la Tierra ha sido modificada en forma irreparable. 

Jan Zalasiewicz, paleobiólogo de la Universidad de Leicester, encabeza un equipo dedicado a tasar estos impactos. En 2016 presentará un informe detallado a la Unión de Ciencias Geológicas para determinar si las alteraciones de origen antropológico son suficientes para juzgar que ya habitamos el Antropoceno. La conciencia sobre el ecocidio se ha acelerado vertiginosamente en los últimos años. Esto aún no produce resultados definitivos para controlar las emisiones de carbono, el envenenamiento de los ríos o la tala de árboles centenarios. Pero no hay cambio que no comience con la prefiguración de algo distinto. Hacía ahí apunta la adopción de un nuevo término para asumirnos como destructores de un planeta del que deberíamos ser huéspedes. 

Las transformaciones culturales equivalen a un instante del cosmos, un parpadeo del sol. Esa mínima alteración puede tener efectos de largo alcance. En 1923, la Escuela Nacional de Agricultura se trasladó a Chapingo, encarnando los ideales progresistas del México postrevolucionario. Para reforzar el venturoso carácter de ese proyecto, Diego Rivera aceptó pintar ahí murales a veinte pesos el metro cuadrado, tarifa de un pintor de brocha gorda. 

En mi infancia, Chapingo tenía un prestigio legendario. Jorge Friedmann, hermano mayor de mi amigo Pablo, estudiaba ahí de interno. Era nuestro ídolo: su uniforme incluía un vistoso espadín y se había roto una pierna en favor del equipo de futbol americano, los Toros Salvajes, cuya porra era un trabalenguas de fantasía: "Bumba-chicarraca- chicarraca-chica-bum". 

El recuerdo viene a cuento porque Jorge nos compartió con orgullo el lema de su Universidad: "Enseñar la explotación de la tierra, no la del hombre". Pablo y yo, que acabábamos de descubrir el Manifiesto comunista, celebramos ese ideal de justicia. Cincuenta años después, aquel lema cargado de optimismo, concebido para promover un mundo igualitario, parece en falta con la tierra. El progreso ha revelado su lado más sombrío. 

La concepción de la naturaleza como algo que debe ser dominado ha sido paulatinamente relevada por un principio de conservación. Este viraje positivo también ha provocado que surjan nuevos integrismos. En su espléndido libro Contra el cambio, Martín Caparrós alerta contra los excesos del ecologismo, que en ciertos casos prefiere explotar al hombre para salvar la tierra. 

"Hay otros mundos, pero están en éste", escribió Paul Éluard. Sólo tenemos un planeta. Definirlo a partir de lo que le hemos hecho es ya una forma de protegerlo. 

También el tiempo nace y muere. El nuestro necesita otro nombre de pila.


15 de Agosto 2014




El pan que cayó del cielo

"¿Qué es la patria? Los sabores y los olores de la infancia". Esta frase sobre el origen sensorial de la memoria pertenece a un autor casi olvidado: Lin Yutang. El escritor chino define el sentido íntimo de pertenencia con el que Proust recuperó el tiempo perdido al remojar en una taza de té la magdalena más famosa de la literatura.

El pasado tiene diversas formas de volver a nosotros. Los pocos datos que tenemos de Cervantes han alimentado la notable biografía escrita por Jean Canavaggio y miles de páginas de variada erudición. Hace unos días se dieron a conocer documentos que agregan unas pinceladas al elusivo retrato del novelista.

Ahora sabemos que estuvo en La Puebla, fue proveedor de trigo para la flota de Indias, ganó buen dinero por ello y tuvo relación con una bizcochera llamada Magdalena Enríquez, natural de Sevilla. El último dato es el más relevante: un nuevo personaje se mezcla en el destino del autor.

Magdalena tenía poder notarial para cobrar el salario devengado por Cervantes. Debía tratarse de una viuda, pues una mujer soltera o casada no podría haber recibido el poder. Aunque es posible que tuvieran una relación meramente práctica, el autor del Quijote despierta especulaciones novelescas y los filólogos ya buscan pistas intertextuales para descifrar un romance en Sevilla.

En la era de Facebook, donde la gente exhibe las más nimias bagatelas de su vida cotidiana, el hallazgo cervantino no parece muy contundente. Sin embargo, lo interesante del caso es la capacidad del azar para volverse literario.

Por principio de cuentas, la mujer en cuestión se llama Magdalena, nombre que asociamos con la tentación y la culpa en el Evangelio y con el pastelillo memorioso de Proust: el recuerdo sabe a pan. Para perfeccionar la coincidencia, la apoderada de Cervantes trabajaba como bizcochera.

En el capítulo LVIII del Quijote, el protagonista comenta que no vale la pena asistir a un banquete en un palacio si esa hospitalidad tendrá que ser pagada con sumisiones o favores. La verdadera recompensa consiste en recibir algo sin dar nada a cambio: "Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecérselo a otro que al mismo cielo". Ningún platillo supera al pan de los hombres libres.

La exigua información arrojada por los documentos recién descubiertos otorga vibrante realidad a esa frase, escrita por el proveedor de trigo de la armada cuyo salario era cobrado por una panadera.

La máxima de Cristo "No sólo de pan vive el hombre" impulsó a Dostoievski a escribir "El gran inquisidor", capítulo medular de Los hermanos Karamázov, donde el espíritu se contrapone a las ataduras materiales. Pero no puede pensar quien no ha comido. Por eso Cervantes asocia la libertad con un pan que cae del cielo y Victor Hugo muestra la maldad del mundo a través de la condena que recibe Jean

Valjean: veinticinco años de cárcel por robar unas hogazas de pan para sus sobrinos.

Otro aspecto significativo de los documentos hallados es el hecho mismo de otorgar poder. Para Cervantes, resulta más importante custodiar lo ajeno que ser dueño de lo propio. No se postula como el padre del Quijote, sino como su padrastro: administra los papeles del supuesto autor árabe Cide Hamete Benengeli.

En un sugerente discurso, escrito para la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación, Francisco Javier Arce Gargollo, notario 47 del Distrito Federal, analiza el testamento de Alonso Quijano, quien nombra albacea (palabra de origen árabe entonces novedosa) al cura y al bachiller Sansón Carrasco. El Quijote muere otorgando poderes para que otros cuiden de sus bienes.

El fundador de la novela moderna era un apasionado de los actos de confianza. Escribió un libro como quien custodia una obra ajena y la última voluntad de su protagonista fue una cesión de dominio. Alonso Quijano enloqueció de tanto leer novelas de caballería y confundió el mundo con un libro; la prueba de que recuperó la dolorosa y necesaria lucidez está en su testamento.

Cervantes hizo numerosos trámites de escribanía. Uno de ellos tuvo que ver con Magdalena, panadera capaz de recordarnos que no sólo de pan vive el hombre.

Lo revelador del hallazgo son las asociaciones que provoca. No sabemos quién fue Miguel de Cervantes, pero el mundo es cervantino.




08 de Agosto 2014

La crítica y la esperanza 

Uno de los dramas del periodismo es que puede convertirse en rehén de aquello que detesta. Hace unos días el novelista chileno Jorge Edwards hablaba de un efecto secundario de la dictadura de Pinochet. Durante esos años de niebla y oscuridad resultaba imposible conceder una entrevista a la prensa internacional sin hablar del golpe militar. En forma paradójica, las reiteradas condenas al general confirmaban que la crítica no servía para derrotarlo y permitían que su dilatada sombra dominara las conversaciones. 

De tanto vigilar el desastre algunos cronistas pierden la oportunidad de descubrir lo que escapa al desastre. 

El pasado 25 de julio participé en Morelia en un encuentro de promoción de la lectura organizado por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta. Durante dos días, 150 mediadores compartieron sus extraordinarias experiencias para contagiar la lectura. Todos trabajan en forma voluntaria, en condiciones muchas veces adversas. Hay salas en cárceles, escuelas para ciegos, hospitales, zonas de alto riesgo. Los obstáculos representan un curioso estímulo para estos brigadistas de la letra: mientras más difícil parece abrir un libro, más motivos encuentran para hacerlo; no se limitan a cumplir una tarea: encabezan una cruzada. 

Las consecuencias de este entusiasmo rebasan con mucho el marco de la literatura. Estamos ante una prueba de la función de los libros para recuperar el tejido social, establecer lazos comunitarios, fomentar la autoestima y consolidar valores éticos. 

Intervine ante los promotores que han transformado la lectura en un heroísmo cotidiano. No es difícil imaginar la emoción que un encuentro como ése provoca en cualquier persona relacionada con la escritura. Al final del acto prevalecía un ánimo de reinvención de la realidad similar al que presencié en Cali en los años duros de la violencia colombiana, cuando el escritor Fernando Cruz Kronfly organizó un congreso sobre un tema que entonces parecía improbable, el "Principio Esperanza" del que habló Ernst Bloch. 

Después del acto se improvisó una ronda con periodistas. ¿Alguno preguntó por el destino del libro, la promoción de la lectura, la importancia del arte para combatir la inseguridad y los demás asuntos discutidos? Para nada. Como en tantas ocasiones, los reporteros abordaron lo que les interesaba antes de llegar ahí: las autodefensas, el caso de "Mamá Rosa", la reforma energética, la violencia en el país. Comparto esos intereses y he escrito sobre algunos de ellos. Pero en mi opinión la noticia era otra. Contesté brevemente y traté de volver a los libros. La más enjundiosa de mis colegas me informó que no tenía caso hablar de algo que ya había fracasado. Le pregunté a qué se refería y dijo que los bajos índices de lectura revelaban la ausencia de políticas públicas. Obviamente, desde un punto de vista general tenía razón. Sin embargo, la realidad consta de partes y hay cosas que mejoran poco a poco. El infierno, como escribió Italo Calvino, no pertenece al más allá: está entre nosotros. La resistencia al mal consiste en detectar lo que no es infierno para apoyarlo y darle espacio. Caer en la "dialéctica del Todo o Nada", a la que tantas veces se refirió Octavio Paz, significa ejercer la esterilidad. Argumenté que los impresionantes esfuerzos de los mediadores no podían ser desechados a causa de la mala salud de la República. 

Al día siguiente las notas ignoraban el acto de hora y media y se concentraban en la entrevista de diez minutos sobre temas "noticiosos". 

No se puede cambiar el mundo sin empezar a cambiarlo. La construcción de la esperanza supone la derrota de nuestro propio pesimismo. Por desgracia, los primeros pasos que se apartan de la norma no suelen ser vistos por quienes piensan que la conciencia crítica consiste en repetir que todo fracasó. La necesaria condena de las numerosas lacras nacionales provoca que en ocasiones dar una buena noticia parezca una claudicación. 

Rara vez se toman en cuenta las profundas repercusiones políticas de los actos culturales, científicos, médicos o educativos. Quien trabaja en la sección "nacional" y se asoma a un encuentro sobre el libro, pregunta por Peña Nieto, que no pudo decir los nombres de tres libros. Un extraño y perverso triunfo de la política sobre la cultura.



Luz en la frontera

En diciembre de 2013 llegué a la Feria del Libro de Guadalajara y tardé unas cuatro horas en registrarme en mi hotel. La causa del retraso fue tan insólita como su duración: las puertas estaban siendo cambiadas por motivos de seguridad. Shimon Peres se hospedaría ahí para participar en un diálogo con Felipe González.

Los mexicanos somos expertos en descubrir defectos que rara vez reparamos. Nos quejamos de la falta o del exceso de vigilancia. En este caso, criticamos que el hotel se convirtiera en un territorio ocupado, tan confortable como el filtro de seguridad de un aeropuerto.

Pero la presencia israelí no sólo tuvo que ver con pasillos rigurosamente vigilados. Los mensajes de David Grossman, Amos Oz, Etgar Keret y muchos otros pusieron en práctica la rebeldía de la esperanza. El contraste entre la supervisión policiaca del espacio y la lucidez de los escritores fue una metáfora de un país en estado de excepción.

Escribo estas líneas desde Brasil, donde sostendré un diálogo con Keret. Recientemente, el autor de Pizzería Kamikaze ha sido hostigado por la compasión que mostró ante las víctimas palestinas. Su postura está lejos de ser radical. Insiste en el derecho de su país a defenderse, pero condena que eso implique la aniquilación de otras personas.

Esta defensa elemental del sentido de convivencia lo ha sometido a un auténtico pogrom en las redes sociales. La repercusión viral de las ofensas obliga a recordar lo que Salman Rushdie comenta en su autobiografía Joseph Anton: si internet hubiera existido en el momento en que lo condenó el Ayatollah, posiblemente habría sido asesinado por un fanático contagiado por la histeria digital.

La derecha israelí asocia la ofensiva militar contra Hamas con un irrestricto amor a la patria. Lo que se le reclama con mayor encono a Keret no es su rechazo a la solución armada, sino que sea capaz de entender el dolor del enemigo.

Hace algunos años, David Grossman pasó por la misma situación. Fue atacado con saña por imaginar un futuro sin escaramuzas en la frontera. Grossman sabía de lo que hablaba, no sólo como escritor, sino como padre de un soldado que murió poco después en el frente.

¿Cuántas vidas se deben perder para separar a una nación de otra? La pregunta adquiere particular relevancia planteada desde México, que comparte con Estados Unidos la frontera más cruzada del mundo (con la peculiaridad de que la mayoría de esos cruces son ilegales). Desde hace años, las planchas de metal que se usaron para que los tanques avanzaran en la "tormenta del desierto" forman un muro del lado norteamericano. No se trata de un obstáculo infranqueable (por el contrario, las láminas tienen hendiduras que sirven de escalones), sino de una instalación destinada a anunciar que cruzar está prohibido. Aunque al otro lado hay trabajos, llegar ahí pasa por el absurdo protocolo de arriesgar la vida.

La gran paradoja de las "tierras prometidas" es que tienen un cerco ardiente. Sin embargo, mientras la pólvora y la lumbre demarcan ese territorio, ciertos escritores reinventan el deseo de libertad. Etgar Keret pertenece al número de quienes creen que la identidad no sólo sirve para preservar lo propio, sino para defender al otro.

Un viejo proverbio judío se refiere al peso moral de la alteridad. Reunidos en torno a una fogata, un grupo de ancianos trata de definir lo que significa el amanecer. Uno de ellos lo describe en términos visuales: es el momento en que se advierten los contornos de las cosas. Otro lo define por familiaridad: es el momento en que reconoce la casa del vecino y su rebaño de ovejas. El más sabio encuentra una definición ética: el amanecer es el momento en que vemos a un perfecto desconocido y lo confundimos con nuestro hermano.

Esta parábola no es muy distinta a la del buen samaritano. Entendemos por "samaritano" a alguien que ayuda a los demás. El Nuevo Testamento refiere la historia de un hombre que socorre a otro en la carretera a Jerusalén. Pero lo que a Cristo le llama especialmente la atención es que quien auxilia proviene de la lejana Samaria: es un extranjero. Necesitamos la bondad de los desconocidos.

Las fronteras existen para dividir pero también para cruzarse. A contrapelo de las bombas, la literatura israelí imagina el amanecer donde un extraño se confunde con un hermano.



25 Julio 2014


Mi vida como castor

Los devastadores trabajos de la especie humana han modificado el clima. En el Distrito Federal llueve cada vez más, según atestigua la casa de un amigo dedicado a la música contemporánea que está componiendo una obra aleatoria para seis cubetas y goteras.

Tengo la impresión de que la palabra "ciclos" se inventó para tranquilizarnos ante las catástrofes naturales. Cuando un experto la utiliza, entendemos que la destrucción es un asunto de temporada. Aunque el ciclo anterior haya sido registrado por los sumerios, pensamos que si ellos la libraron, nosotros también lo haremos.

Otras personas incluso califican como optimistas del deterioro. Para ellas, el efecto invernadero nunca será tan preocupante como las glaciaciones ocasionadas por el impacto de un meteorito en la corteza terrestre. Nuestro futuro es aceptable, comparado con el de dinosaurios.

El tema ambiental se ha colado a los más diversos foros. Hace 15 años participé en un encuentro en Calgary. Me sorprendió que en la mesa donde los demás leíamos cuentos, participara un célebre ecologista: David Suzuki. Su cinturón era un muestrario de sus pasiones: llevaba linterna, navaja suiza y silbato, como si acampara en el congreso.

Cuando habló del "síndrome de la rana" entendimos por qué era uno de los comentaristas radiofónicos de mayor éxito en Canadá. Explicó que las ranas tienen una insensata capacidad de adaptación. Pueden distinguir el frío del calor, pero no advierten las transformaciones paulatinas. Si están en una olla con agua fría y la temperatura se eleva poco a poco, se acostumbran al incremento de calor hasta que revientan. "Padecemos el síndrome de la rana", dictaminó Suzuki: "Nos adaptamos a lo que no nos conviene". Esta participación rindió tributo simultáneo a Esopo y al Protocolo de Kioto.

Con los años, el ambientalismo se ha vuelto más frecuente en los encuentros culturales. En 2013 participé en Puerto de las Ideas, fiesta multidisciplinaria que se celebra en Valparaíso. Una curadora presentó una ponencia sobre los castores que invaden los bosques del sur de Chile. El hombre había dejado de cazarlos y ahora representaban una plaga. ¿Qué hacer con ellos? Para entender la situación, la curadora propuso que nos dividiéramos en tres grupos: científicos, artistas y castores.

Me uní a los castores y aprendí que nuestro lenguaje depende del olfato y nuestra convivencia de marcar el territorio. También, que mi semana laboral no tenía día de descanso. Supe que mis compañeros eran asesinados por una especie que se llevaba los troncos. Por desgracia, no había un lenguaje común entre ellos y nosotros.

El sentido de la actividad consistía en demostrar la falta de comprensión entre los participantes en un drama natural. Curiosamente, los aborígenes de la Patagonia han desarrollado un canto muy parecido al de los lapones, otra región llena de castores, en un intento por trascender las fronteras comunicativas de la especie humana. El acto terminó con un estremecedor gemido de la curadora, que en un mismo gesto probaba y refutaba la expresividad humana.

Mi breve experiencia como castor fue positiva a nivel informativo y decepcionante en lo individual: no establecí contacto con mi castor interior.

Casi un año después, esa incipiente participación se desarrolló gracias al cambio climático en la Ciudad de México. La humedad se cuela de tantos modos a mi casa que reconozco su presencia con el olfato. Como la lluvia no da tregua, superviso cada fisura con el horario sin descanso de un castor.

Luché contra una invisible gotera en el techo hasta que descubrí que el agua entraba por una grieta en la puerta. Esto me hizo desconfiar de la vista.

Dependiendo de los materiales que toca, la humedad deja huellas fragantes, apestosas a mojado neutro. Mientras huelo la casa, Capuchino, mi gato, busca una gotera apetitosa para beber agua corriente. Los felinos domésticos prefieren beber agua en movimiento que beberla de un tazón. Eso les viene de sus abuelos, los tigres, que alivian su sed en los ríos.

Espero no adaptarme, como la rana de Suzuki, a este ruinoso ecosistema, pero ha sido refrescante vivir como castor. La primera vez que el periódico llegó mojado, quise secarlo en el microondas y achicharré la primera plana. Ahora huelo las noticias y no entiendo nada, lo cual no deja de ser un avance (antes creía entenderlas).




18 de Julio 2014

La larga historia de los 9.15

Cuando termina el Mundial, los aficionados nos sumimos en la melancolía de enfrentar una realidad sin goles. Después del domingo de gloria, padecemos el síndrome de abstinencia de quienes dejan un vicio. ¿Qué metadona nos repone de la heroína del futbol?

Pensar en los partidos que nos depararán las ligas es un magro consuelo para la pérdida de las emociones mundialistas. Tampoco sirve de mucho evocar las proezas con detallada nostalgia, repasar con irritación los momentos decepcionantes o reconocer que a fin de cuentas el gran ganador fue la FIFA.

Ningún paliativo suple a la costumbre de organizar la semana en función de los partidos. Para colmo, terminada la gesta, el próximo Mundial queda demasiado lejos: ¿en qué condiciones llegará nuestro corazón a Moscú 2018?

Para compensar la falta de estímulos emocionales conviene practicar un ejercicio espiritual. Lo decisivo no es reconciliarnos con un deporte donde los árbitros se equivocan tanto y los astros no siempre chutan al ángulo, sino con nosotros mismos. A fin de cuentas, lo mejor del futbol son los sentimientos que le entregamos.

El destino es el más caprichoso de los guionistas. En ocasiones inventa tramas insólitas y en otras pierde la oportunidad de lucirse. En Brasil 2014 estuvo a punto de cuajar una historia que ya sólo puede existir en nuestra mente.

Todo empezó hace más de diez años. El periodista argentino Pablo Silva se mesaba los cabellos ante la falta de respeto que los jugadores tienen por la legalidad. Con los años, el futbol se ha convertido en un pretexto para hacer trampa. Numerosos histriones se tiran en el área para simular un penal, otros reciben un empujón en la espalda y se cubren la cara como si les hubieran arrancado la nariz; casi todos los defensas jalan las camisetas enemigas en los tiros de esquina, y las barreras tienen tendencia a no respetar la distancia de 9 metros con 15 centímetros que indica el árbitro.

Este último problema causó un perjuicio personal a Silva. Participaba en un partido amateur cuando el silbante marcó un tiro libre a favor de su equipo. Pablo y los suyos iban perdiendo por un gol. Era la oportunidad del empate. Como tantas veces, la barrera hizo lo que le dio la gana, Pablo cobró la falta y el disparo acabó en el estómago de un rival.

Indignado por la afrenta, Silva se propuso encontrar un remedio. Poco después diseñó un recurso para aportarle al juego un poco de justicia: un aerosol capaz de señalar dónde debe colocarse el muro defensivo y de desaparecer segundos después de cobrada la falta.

Los grandes inventos suelen tener muchos padres. Desde que la servilleta se atribuyó a Leonardo Da Vinci, no han faltado los envidiosos ni los eruditos que pongan en duda esa autoría o reclamen para sí el honor de haber ideado el tenedor, el alfiler o la tijera.

En el caso del spray arbitral, no hay duda de que Silva ha sido decisivo para promover su aplicación (primero en la liga argentina, luego en la Conmebol y en la Libertadores). En 2002 mostró su utilidad en un partido, lo patentó con el nombre de "9.15" -por la distancia que debe garantizar- y lo defendió con la rica adjetivación que el periodismo deportivo argentino ostenta desde los tiempos en que el legendario "Borocotó" animaba las páginas de El Gráfico.

Brasil 2014 fue el primer Mundial con aerosol. Pablo Silva se vio vindicado en las canchas planetarias. Curiosamente, su invento pudo haber sido más importante para la selección albiceleste que la cercanía del Papa Francisco con Dios.

El archirrival de los brasileños llegó a la final contra Alemania, permitiendo que Lionel Messi llamara a las puertas de la consagración definitiva. Con total oportunismo, el destino hizo que la última jugada del partido fuera un tiro libre a favor de Argentina. El mejor jugador del mundo se encontró en la misma situación que Pablo Silva enfrentó muchos años atrás: podía empatar con un disparo.

El árbitro Rizzoli, de pobre actuación, sacó su spray. La distancia de los 9.15 quedó garantizada. La idea de Silva podía beneficiar a su país en la agonía del partido. ¿Había trama más perfecta?

Justo entonces la épica se dio de baja y el 10 argentino mandó la pelota a las gradas de la desesperación. Hay veces en que el destino no sabe escribir una historia.

Para eso queda la literatura.




14 de Julio 2014


La épica de la normalidad: gana Alemania

En su atribulada historia, Alemania ha aprendido que lo importante no es ganar la guerra, sino la posguerra. La Final contra Argentina fue un equilibrio de la tensión hasta que en el tiempo complementario Götze bajó el balón con el pecho y remató de volea para marcar uno de los mejores goles del Mundial.

El cronista Nelson Rodrigues pedía al Brasil de Pelé que no exagerara con golizas en los partidos previos al Mundial. Ostentar la fuerza indigna a los dioses del futbol. Después de arrollar 7-1 a Brasil, Alemania despertó las sospechas de quienes saben que no conviene mandar toda la carne a la parrilla antes del banquete decisivo.

A lo largo del campeonato, la Mannschaft fue un equipo satisfactoriamente bipolar. Avasalló a Portugal y Brasil, presuntos grandes equipos, como si participara en una exhibición de futbol de playa; en cambio, sudó la gota gorda para vencer a naciones sin pedigrí, como Ghana, Estados Unidos y Argelia.

Por primera vez una selección europea se corona en América. El hecho de que Argentina no levantara la copa alivia un poco la pesadilla brasileña y evita las especulaciones teológicas sobre la comunicación directa del Papa con Dios. Aunque Ratzinger se encuentra en el banquillo, Bergoglio no hizo valer su titularidad.

La fortuna, el árbitro y los ángeles no participaron en un partido ganado desde el esfuerzo. Alemania controló la pelota sin apelar a la inventiva. No les hubiera molestado ser campeones del mundo con un tiro de esquina.

Por su parte, Argentina mostró un espléndido cuadro bajo y esperó que Messi hiciera un milagro de la media cancha en adelante. Con Di María lesionado, la "Pulga" debía actuar de enganche y falso extremo. En cada intervención, demostró que nadie más tiene ese control de la pelota, esa capacidad para cambiar de ritmo, ese sentido del dribling, esa puntería para ajustar los disparos cerca del poste. Estas inmensas virtudes carecieron de acompañamiento y no alcanzaron a inventar un prodigio.

En Sudáfrica, España dominó gracias a los jugadores del Barcelona. En Brasil, Alemania fue una versión reforzada del Bayern München. No es ocioso reparar en que el entrenador del Barça en 2010 y el entrenador del Bayern en 2014 son la misma persona: Pep Guardiola.

Alemania ha tenido en toda su historia la misma cantidad de entrenadores que México en los últimos 10 años. Esa continuidad y el trabajo reciente del Bayern München llevaron a la conquista de su cuarto Mundial.

Brasil 2014 fue una fiesta de la variedad al alcance de la FIFA, lo cual significa que no hubo negros en las tribunas y que al final ganó Alemania.


11 de Julio 2014

El quinto partido

Desde hace décadas la obsesión del futbol mexicano consiste en llegar al quinto partido. En política eso ya es una realidad. Pertenecer al quinto partido en las preferencias de los electores no cambia la agenda nacional, pero da notables dividendos a quienes ahí participan.

El Partido Verde Ecologista de México lanzó una campaña en pro de la pena de muerte sin que eso le representara mayor costo social. Aunque acabar con una vida no es ecológico, la incongruencia causa poca alarma en un país donde los lemas no se asocian con la realidad. Consciente de que nunca ganará unas elecciones, el PVEM puede proponer una medida extrema sin asumir la responsabilidad de ejecutarla. Gana algunos votos con ello y se abstiene de las molestias de gobernar.

No todos los partidos pequeños tienen esta actitud de becarios de la democracia, pero es obvio que no han sido capaces de corregir los vicios de los grandes partidos. Cuando Gabriel Quadri se presentó como candidato a la Presidencia por Nueva Alianza, propuso arrebatarle la chamba a los profesionales del erario para devolvérsela a los ciudadanos, pero ese atractivo mensaje resultó ser otra variante de la demagogia.

Por si faltaran agrupaciones pequeñas, tres nuevas plataformas podrán ser votadas. Ante el descrédito de las ideologías, sus nombres no aluden a la política sino a valores morales que recuerdan las difusas carreras de humanidades ofrecidas por las universidades "patito".

El pueblo de México tendrá la oportunidad de votar por la Regeneración Nacional, el Encuentro Social o el Frente Humanista. La oferta es tan vaga como la de distinguir al Antropoide Pensante del Humano Racional.

Esos membretes amparan posturas más o menos concretas. En el caso del Movimiento de Regeneración Nacional, el nombre se justifica por ser un acrónimo, siglas que se pronuncian como una palabra: Morena. Su líder, López Obrador, ha señalado su diferencia con el PRD, al que juzga conciliador al grado de ser cliente del PRI y hasta del PAN.

Por más positivo que sea definir posturas, la izquierda -de por sí en tercer lugar de las preferencias- avanzará poco al presentar dos formatos electorales. Uno de los grandes vicios de la mente izquierdista consiste en sospechar más del que tiene al lado que del que tiene enfrente; el aliado que discrepa es visto con mayor desconfianza que el enemigo frontal. La deseable confluencia del PRD y Morena se ha convertido en una lejana utopía de la concordia.

Por su parte, el Partido Encuentro Social tiene vínculos con la iglesia evangélica y practicó el acarreo con despensas regaladas en sus mítines de afiliación. Su presencia en el padrón electoral no es una buena noticia para el Estado laico ni para la transparencia.

En cuanto al Partido Humanista, se le asocia con Felipe Calderón y sus seguidores, deseosos de contar con un espacio político luego de perder las elecciones internas del PAN ante Gustavo Madero.

Lo humano se aplica a cualquiera de nuestras acciones: errar es humano, llorar es humano. El humanismo se separa de esta tendencia en la medida en que enaltece los valores que la mayoría de los mortales no cumple. No apela a lo que somos, sino a lo que deberíamos ser.

Si la referencia de ese partido es Calderón, podremos identificarlo con el error humano. El sexenio calderonista dejó un saldo aproximado de 80 mil muertes violentas y 30 mil desaparecidos. Asociarlo con el humanismo es forzar las palabras al grado de considerar que un asesinato es un "daño colateral".

De acuerdo con el informe de calidad ciudadana del INE, ningún oficio cuenta con tanto descrédito como el de diputado. La relación del legislador con los votantes acaba el día de la elección. A partir de ese momento sigue una agenda que en ocasiones ni siquiera representa a su partido, sino a los tejemanejes del gasto público y del tráfico de influencias.

Si toda empresa necesita abogados, en el México de los monopolios los grandes consorcios necesitan diputados, según se evidenció en la reciente aprobación de las leyes secundarias para la reforma de telecomunicaciones.

Ciudadanizar la política representa un desafío esencial en un país donde los profesionales del gremio han velado en lo fundamental por sus propios intereses.

Tenemos una democracia representativa en la que sólo contamos con poder el domingo de elección. Hasta que no haya formas de participación más directa, la regeneración, el encuentro social y el humanismo serán expresiones huecas.

La mala noticia es que hay nuevos partidos. La peor es que ya había otros.





04 de Julio 2014


Los aparatos nos descomponen

Uno de los enigmas de la sociedad de mercado es que haya garantía para los productos pero no para los clientes. La calculadora puede hacer que olvides la aritmética, la computadora te puede convertir en autista social y el GPS, provocar que renuncies a orientarte y parezcas un cliente de Lázaro de Tormes. 

La tecnología existe para liberarnos de algunas tareas y hacer cosas de las que somos incapaces. Es una prótesis que nos complementa. Como todo lo que sirve para ayudar, no nos obliga a ser mejores. Prescindir del esfuerzo es extraordinario cuando eso significa rebanar 200 pepinos para un banquete, pero resulta grave cuando significa prescindir del cálculo o la memoria. 

Más allá de la publicidad, los aparatos se resisten a ser elogiados. Quien habla maravillas de su refrigerador parece un imbécil. Obviamente, los objetos se pueden poetizar tanto como las cosas naturales. Si Lugones habló del "árido camello" y López Velarde de la "pecosa pera", Huidobro encontró que los ventiladores eran "aeroplanos del calor". Lo difícil es hablar bien de ellos en las reuniones. Elogiar una pera o un camello no es genial pero tampoco es aberrante; elogiar un ventilador es banal. ¿Por qué sucede esto? 

Nuestra relación con los artefactos no ha dejado de ser mágica. Me refiero, por supuesto, a la gente común, que compra por el precio y el color, no a los ingenieros, que los conocen de otro modo. 

La tecnología sólo pide nuestra elocuencia cuando se descompone o cuando alguna manía personal invalida su uso. Entonces podemos analizarla sin caer en la redundancia ("qué frío está el refrigerador") o el lenguaje plano ("cómo acelera tu coche"). El accidente, el cortocircuito, el mal uso y los problemas personales hacen que las cosas inertes se vuelvan lingüísticamente interesantes. El teléfono celular se vuelve opinable si lo separamos de su función común y lo vemos como un recurso para activar bombas a distancia o un grillete (Blackberry debe su nombre a la esfera negra que inmovilizaba a los presos). 

Los defectos de la técnica permiten ejercer el sentido crítico que se inmoviliza cuando las luces y los botones trabajan de maravilla. 

Como cualquier persona, considero que internet y las redes sociales agilizan la comunicación, pero a nadie le interesa este lugar común. En cambio, si menciono la pérdida de privacidad que conlleva la vida en red, quedo como "crítico de la realidad virtual". El elogio a la tecnología se descarta por banal y su cuestionamiento se atesora. Se trata de un doble rasero que merece análisis. No estar sometido del todo a los objetos nos parece un pequeño triunfo cultural. Cuando los aparatos funcionan, nos descomponemos, y viceversa. 

Para tranquilizar el contacto con inventos que no acabamos de comprender, acudimos a expresiones de épocas pasadas. En el siglo XII, los libros creados por los escolásticos presentaron una nueva plataforma del conocimiento: pergaminos con letras bien ordenadas. Para definirlas, acudieron a la palabra "página" que alude a "viñedo". La novedad se normalizaba al asociarla con el mundo agrícola, del mismo modo en que, hoy en día, la pantalla de la computadora se normaliza al encontrar ahí un "escritorio". 

Los motores se definieron por sus "caballos de fuerza", no sólo para hacerlos comprensibles, sino para no sucumbir a un pánico sagrado ante su poderío. 

Mi amigo Philippe Ollé-Laprune me informó hace poco que los aviones se abordan del lado izquierdo porque así se montan los caballos, lo cual deriva de que casi todos los jinetes han sido diestros y en otros tiempos usaban espada del lado izquierdo. 

Necesitamos contactos imaginarios con épocas remotas para tolerar los artilugios del presente. Las armas están prohibidas en los aeropuertos; sin embargo, cuando subimos a un avión tenemos algo de los espadachines que decidían su suerte a caballo. Esto es mucho más raro que volar, pero también más humano. 

Admirador de la velocidad aérea, Ramón Gómez de la Serna trató de comprenderla e imaginó que los pilotos saben a pájaro. La mente es considerablemente más compleja que una turbina, pero tiene un modo agradable de ser extraña. Sin ser antropófagos, entendemos la humorada de Gómez de la Serna mejor de lo que entendemos el avión que, fieles a las supersticiones culturales, abordamos por el lado izquierdo.



30 de Junio 2014

Fuimos a toda madre 

¿Qué hicimos para merecer esto? La Selección dio un partidazo hasta que se asustó de su propio poderío y se refugió en su área como en el regazo materno. 

Giovani, que había sido un fantasma, tuvo su domingo de resurrección. Su gol confirmó la capacidad del equipo para decidir jugadas de media distancia. Pero también tuvo un efecto emocional atroz. A partir de ese momento, el Tri ya no parecía entrenado por el enjundioso Herrera, sino por un Sófocles de barrio que propiciaba una tragedia. 

En ese lapso de angustia, cada vez que Robben tomaba la pelota daban ganas de que el árbitro decretara una pausa de hidratación. 

El equipo de Orange jugó a la temperatura en que crecen las naranjas. El estadio de Fortaleza parecía estar en Martínez de la Torre, Veracruz. Van Persie salió del campo derrotado por la marca y el calor. El clima era nuestro aliado, pero ningún partido se gana por insolación. 

Por desgracia, el Tri abandonó la pelota apenas se sintió fuerte. Esto sería un enigma psicológico si no formara parte de una atávica costumbre nacional: asustarse con los logros conseguidos. 

Holanda carece de sentido del drama en el futbol. Tres veces ha quedado en segundo lugar sin que eso represente un trauma. Recuerdo la ocasión en que Kluivert falló un penalti y la cámara enfocó a Guillermo Alejandro, entonces Príncipe de Orange. ¿Qué hizo el heredero al trono ante la pifia? Sonreír divertido. 

El dolor del "Maracanazo" convirtió a Brasil en una potencia. En cambio, los prósperos Países Bajos pueden prescindir de la compensación emotiva del futbol. Si ganan, lo disfrutan; si pierden, siguen siendo holandeses. 

México llegó al campo con los agravios acumulados por el gol de Peiró en Chile '62, la fractura de Onofre en vísperas de México '70, la eliminación en Haití para Alemania '74, las golizas recibidas en Argentina '78, la suspensión de Italia '90 por los cachirules, los penaltis de Estados Unidos '94. Pero no basta sufrir más que Holanda para superarla. 

Herrera tomó al cuarto equipo de la Concacaf y le cambió el rostro. Su forma de festejar los goles se convirtió en el más extremo performance de la dicha. Si nuestro sueño de niños era abrazar a Santa Claus, ahora es abrazar a "El Piojo". Ojalá el sorprendente técnico siga al frente del Tri otros cuatro años. 

La Selección nacional enfrentó a Holanda sin miedo, pero se temió a sí misma. Asustada de lo que había logrado, cedió la iniciativa. Sólo cuando superemos este complejo seremos capaces de salir del laberinto de la soledad para merecer la extraordinaria frase de Miguel Herrera: "¡Somos a toda madre!".



27 de Junio 2014

Cuando el amor es preponderante 

Las democracias existen, entre otras cosas, para permitir que todo mundo pueda hacer el ridículo. La afición mexicana ha ejercido este derecho a plenitud en los estadios de futbol con un grito homofóbico. Se trata de una mala costumbre imposible de sancionar. Cuando la alcaldía de Guadalajara trató de multar a quienes usaran malas palabras en el mercado, se encontró con la dificultad de tener una policía lingüística y la imposibilidad de que los vendedores forzaran su lenguaje para ofrecer un "gentil plátano" o un "insigne tomate". 

Los hábitos colectivos no cambian por decreto. El grito de "puto" sólo se suprimirá cuando la fanaticada se avergüence de discriminar al rival. Que eso parezca divertido pone en entredicho nuestra escala de valores. Se trata de algo tan primitivo como el humor de la televisión mexicana, que durante décadas se ha burlado de los personajes amanerados, partiendo del prejuicio de que si alguien parece "joto" eso es obligatoriamente chistoso. 

Umberto Eco narra que Umberto Bossi, líder ultraderechista de la Liga del Norte, fue a Roma y se encontró con esta pancarta: "Cuando ustedes aún vivían en los árboles, nosotros ya éramos maricas". La aceptación de la alteridad sexual es una prueba de civilidad. 

Representantes de la Federación Mexicana de Futbol han descartado la importancia del insulto por considerar que forma parte del folclor popular. Eso equivale a decir: "Así somos, ¿y qué?" o: "¡Así semos y a mucho orgullo!". El agravio debe ser oficialmente repudiado. 

Por su parte, la FIFA confirmó que sólo es infalible en su capacidad de evadir impuestos. La multimillonaria organización "no lucrativa" aprovecha todo lo que pueda reportarle ganancias, a tal grado que exigió a los estadios brasileños que volvieran a vender alcohol para permitir que Budweiser vendiera cerveza (si se pueda llamar así a las pálidas aguas amargas de esa compañía). 

En el caso de nuestro grito homofóbico, la FIFA intentó intervenir, algo absurdo porque en ningún estadio se legislan sustantivos o adjetivos. Por una vez franca, la Federación se declaró incompetente para fincar responsabilidades. Pero hubiera sido mejor que no interviniera, pues pareció que exoneraba a la afición. 

Lo rescatable del incidente es que sirve para medir el grado de sociedad que tenemos. Las malas costumbres sólo cambian cuando la tribu comprende que lleva demasiado tiempo haciendo el ridículo. En mi infancia se consideraba elegante que hubiera escupideras en las oficinas. Hoy eso da asco. Algún día, el grito fatal será relegado al desván de las escupideras. 

Pero no sólo en los estadios se abusa de las palabras. Nuestros legisladores son expertos en esconder sus intenciones tras un vocablo que no se entiende del todo. El más reciente es "preponderante". 

Como señaló ayer Reforma, los posibles cambios a la legislación de telecomunicaciones favorecerán aún más a Televisa. Para definir a la empresa que controla mayoritariamente un sector, se comenzó a emplear la palabra "preponderante". Hubiera sido más lógico decir que determinado grupo es dominante, pero eso desnudaría a quienes concentran más poder, algo que los legisladores no han querido enfrentar. 

Un solo término puede matizar y alterar significados políticos. "Preponderar" significa ser más importante o más numeroso, pero la palabra no tiene la misma carga que "dominar". Una cosa es decir que Kim Jong-un domina Corea del Norte y otra decir que prepondera ahí. En cambio, no hay duda de que en nuestro futbol el grito de "puto" es preponderante. 

Después de haber diseñado un estupendo proyecto constitucional para reformar las telecomunicaciones, los legisladores parecen dispuestos a aceptar la retardataria iniciativa que les devolvió el Presidente. ¿Sus ideas carecían de peso o se sometieron a una voluntad preponderante? 

Tal vez en el futuro otros abusos se amparen en el mismo término. Hasta ahora, los carteristas pertenecen al gremio de los ladrones. ¿Llegarán a ser vistos como personas con dedos preponderantes? ¿Algo similar pasará con quienes saquean el presupuesto o tienen empresas casi monopólicas? 

En este País de las Maravillas las palabras cambian de signo y los ultrajes acaban por parecer virtudes. Para perfeccionar su estrategia, Televisa podría lanzar una telenovela con el título Cuando el amor es preponderante.




24 de Junio 2014

Pasiones cruzadas

La identidad tiene un origen confuso. Aldyr García Schlee nació en 1934 en Yaguarón, en la frontera de Brasil con Uruguay. De niño se aficionó a la escuadra celeste y en 1950 fue uno de los pocos brasileños que celebró el "Maracanazo". Curiosamente, el triunfo de Uruguay también le brindó su primera oportunidad de trabajo.

Con el fin de borrar todo vestigio de la derrota, Brasil lanzó un concurso para cambiar de uniforme. La selección vestía de blanco y nadie quería recordar a esos fantasmas.

A los 19 años, Aldyr se impuso a otros 300 concursantes para elegir la nueva vestimenta. Destinada a superar el complejo del "Maracanazo", la canarinha fue inventada por un fan de Uruguay. Con el tiempo, Aldyr se doctoró en Ciencias Humanas sobre un tema que ya se adivinaba en su diseño textil: la identidad cultural y las relaciones fronterizas. Además ha escrito obras narrativas (Línea divisoria, Una tierra sola) donde recrea los valores híbridos de su provincia.

El sentido de pertenencia es tan caprichoso como la historia de la camiseta brasileña. Los hermanos Boateng son el mejor ejemplo al respecto. El patriarca de la tribu lleva el apropiado nombre de Prince; nació en Ghana en 1953 y es alemán por adopción.

El mayor de sus hijos, George, tenía talento para el futbol pero se incorporó a una pandilla berlinesa y hoy es criador de perros. Cinco años menor, Kevin-Prince aprendió a jugar en una jaula del barrio de Wedding.

Prince abandonó a sus primeros hijos y favoreció a Jérôme, hijo de una azafata, que creció en el más acomodado barrio de Wilmersdorf. El estilo de juego de los Boateng refleja su educación. Kevin-Prince recorre la cancha con una enjundia que se confunde con el instinto asesino (en vísperas del Mundial de Sudáfrica fracturó a Michael Ballack, capitán de Alemania). Mientras tanto, Jérôme cumple con disciplina sus tareas de defensa.

Los tres Boateng sellaron su amistad con un tatuaje. No les costó trabajo encontrar un motivo común: el mapa de África. Pero la vida es más contradictoria que las emociones y Kevin-Prince y Jérôme juegan para selecciones distintas.

Como el destino vive de coincidencias, el 21 de junio Ghana enfrentó a Alemania en Brasil 2014. En un partido de elevada tensión, los medios hermanos repartieron su suerte: 2-2. Al quitarse las camisetas, entre otros tatuajes apareció la silueta de África. El uniforme es menos genuino que la piel.

"El amor es eterno mientras dura", escribió Vinicius de Moraes. Esto se aplica a los romances y a las camisetas. Lo saben los Boateng y lo sabe Aldyr, quien diseñó el idolatrado uniforme de la selección que repudiaba.


24 de Junio 2014

El último mohicano 

En ocasiones el futbol es una dolorosa forma del placer. El 0-0 ante Croacia nos calificaba, pero cualquier error podía echarnos afuera. Ver esta clase de juegos es como usar los zapatos muy apretados para sentir el alivio de quitárnoslos. 

Un espléndido tiro al larguero de Herrera mostró que el Tri no se conformaba con el empate. Pero la personalidad del equipo apareció en el segundo tiempo bajo la conducción de Rafa Márquez. 

En 2012, el capitán de la Selección comía los filetes del prejubilado en la liga de Estados Unidos, pero regresó al país para llevar dos veces seguidas al León al campeonato y se convirtió, tardíamente y gracias a la visión de "El Piojo", en un entrenador dentro de la cancha. Controla la línea defensiva como un acordeón que reduce espacios y sus pases en profundidad son lecciones de táctica. No es raro que la bilirrubina se le suba en el Tri: en el Mundial de 2002 le propinó un artero cabezazo a Cobi Jones y en 2006 metió una mano inútil dentro del área. Ante Croacia estuvo a punto de ver roja directa por una entrada de cuchillería. Aparte de ese exabrupto, refrendó dos virtudes a la ofensiva: el remate de cabeza con el que abrió el marcador y la pelota peinada con la que habilitó a "El Chicharito" para el tercer gol. 

El futbol se vive en presente, pero se entiende en pasado. Durante 45 minutos estuvimos demasiado nerviosos para saber qué sucedía. Con el ritmo cardiaco recuperado, comprendimos que la Selección le cerraba espacios a las celebridades de Croacia con el recurso tribal de agrupar jugadores en torno a la pelota. 

Había muchas cosas en juego en vísperas de San Juan. Se rumoraba que el Congreso, tan reacio a la discusión, aprovecharía el juego como cortina de humo para aprobar la reforma energética. ¿El Tri salió a la cancha con pantaloncillo color petróleo en azarosa alusión al patrimonio perdido? Sería extraordinario que la pasión nacional desbordara las canchas para analizar qué se está haciendo con los recursos naturales que no son entrenados por "El Piojo" Herrera. 

Cada Mundial inaugura modas. Brasil 2014 ha sido el festival de los mohicanos. Pero actuar como mohicano es más importante que parecerlo. "Si los pelos fueran importantes, estarían dentro de la cabeza", ha dicho Eduardo Galeano. 

En su cuarto Mundial como capitán, Rafa Márquez defiende una tradición casi extinta. Como Franz Beckenbauer o Paolo Maldini, en vez de despejar, inicia una jugada de 70 metros. 

Mientras otros se vuelven vistosos con alardes de peluquería, el último mohicano de nuestro futbol demuestra que el líbero todavía existe.




20 de Junio 2014

'Tiene un rayón'

Hubo una época relajada en que los estacionamientos recibían coches sin reparar en las aventuras padecidas por la carrocería. En aquel mundo sereno entregabas las llaves y esperabas recuperar el auto en el mismo estado.

Como la cultura que mejor prospera es la de la desconfianza, hoy en día la "unidad" se somete a un cuidadoso escrutinio. Un perito analiza los daños y entrega un croquis con crucecitas en los sitios con raspones. El examen desemboca en una frase humillante: "Tiene un rayón", lo cual significa que en realidad tiene muchos, manejas con descuido y no sabes cuidar tus propiedades.

"¿Deja algo de valor?", te preguntan después. Hay dos formas de interpretar esto. La primera es jurídica y tiene que ver con la limitada responsabilidad del establecimiento: sólo si declaras tener algo, ellos lo cuidan. Ignoro si alguien ha dicho alguna vez: "Le dejo tres mil dólares en joyas y una manzanita de oro". Aunque el pacto verbal se funda en la desconfianza, actuamos como si la memoria, las intenciones y los oídos fueran perfectos.

La segunda interpretación es más interesante porque es paranoica: el empleado quiere ofenderte; pregunta sobre la posibilidad de que en tu coche abollado haya algo de valor sabiendo que la respuesta será negativa.

La última vez que me dijeron "Tiene un rayón" no respondí "¡A mucha honra!" porque me pareció exagerado. Me limité a murmurar: "Por suerte".

Explicaré mi psicología de los rayones para que se entienda lo que sigue. Cuando estrenas un aparato oloroso a triunfal tecnología, sabes que no mejorará con el uso. Los seres humanos representamos el desgaste de los objetos. Tener un auto impecable suscita el pavor de estropearlo en cualquier momento.

Cuando sobreviene el primer rayón, la mente tiene dos posibilidades básicas: descubre con rigurosa autocrítica que no merece un coche que no sabe cuidar, o se relaja sabiendo que ese modelo ha sido humanizado por su dueño. Sin caer en grandes determinismos, considero que ser mexicano ayuda a inclinarse por la segunda opción.

El tema de la nacionalidad es decisivo para presentar a mi amigo Harald. Nació en México, de padres y abuelos alemanes, y estudió conmigo en El Colegio Alemán.

Dejé mi coche en el valet parking y entré al restaurante donde pensaba rememorar los tiempos de la Deutsche Schule, pero lo primero que Harald me dijo fue: "Tiene un rayón". Se refería a la carátula de su nuevo celular. "Se me acaba de caer", explicó. Acudí al remedio de jalarme la manga del suéter para frotar su teléfono, pero el corrosivo zigzag siguió ahí.

Fue una de las peores comidas de mi vida. Harald no se concentraba en nada (ni siquiera probó el dip de chipotle que tanto le gusta). Al cabo de un rato dijo, como si citara el pasaje más lúgubre de Nietzsche: "La desgracia comienza con un daño mínimo". Mientras no cambiara la carátula de su celular -o el aparato completo- no estaría tranquilo. Vivir con una fisura significaba perder la guerra. Le recordé que no estábamos en guerra sino en un restaurante típico y que los mexicanos vivimos con fisuras que nos humanizan. "Por eso no llegamos al quinto partido", blandió el tenedor como un Zeus repentino.

Dos paradigmas de comportamiento cristalizaron en la mesa. Harald defendía el impulso teutón de reparar de inmediato el menor desastre para impedir que llegaran otros peores y yo aconsejaba aceptar el mundo como un paisaje perfeccionado por sus rayones. "Defiendes la mediocridad, te adaptas hacia abajo... ¿Sabes por qué ganan los alemanes? Porque saben que lo importante no es triunfar en la guerra sino en la posguerra. El desastre debe ser un estímulo, no un freno", Harald habló con el énfasis de quien se dispone a invadir Polonia (o por lo menos la mesa de al lado, donde los comensales lo veían con temor).

Su afán de corrección me pareció patológico: saludé a un amigo y me despedí de un loco. Pero lo del quinto partido me caló duro.

Los mexicanos aceptamos el caos hasta que nomás no nos gusta. Entonces buscamos una solución de emergencia: el remedio mágico. Si no has podido cambiar la realidad con razones, hay que tratar con supersticiones.

Al recuperar mi auto, sentí que asumía el destino de la selección nacional: si volvía a rayarlo, no llegaríamos al quinto partido en el Mundial.

Como la magia es indestructible, sé que si manejo de maravilla y aun así no llegamos al quinto partido, será porque ya había rayado el coche.

Le hablé a Harald para darle la razón.

Extrañamente, mi comportamiento no le pareció lógico.



18 de Junio 2014
Un triunfo de entrenador 


Hay empates que consagran a un técnico. Con un equipo más limitado que el brasileño, Miguel "El Piojo" Herrera obtuvo un punto de oro y superó el planteamiento de Scolari. 

Hace unos meses, nuestra Selección era la burla de Centroamérica. Ahora defiende cada centímetro de la cancha como una porción del patrimonio nacional. 

Cuando la figura de tu equipo es el portero, hay que preocuparse. Cuando eso sucede ante Brasil, hay que festejar. Ochoa dio el partido de su vida y justificó haber sido escogido por encima de Corona, menos acrobático pero que transmitía mayor seguridad. Las estampitas de Ochoa ya son religiosas y confirman lo raras que son las matemáticas: el uno vale más. 

Al partido le faltó calidad, pero el público mostró la épica condición de los pulmones. Por su parte, Felipao y "El Piojo" gritaron como los tenores heroicos de un libretista muy mal hablado. 

México había derrotado a Brasil en el Mundial Sub-17 y en la Olimpiada, pero siempre había perdido en Copa del Mundo. El empate es histórico por su novedad estadística y por la forma en que se consiguió. 

A diferencia de los pentacampeones, el Tri no tiene astros que militen en el Chelsea, el Bayern o el Real Madrid. Nuestra única figura indiscutible, Carlos Vela, no fue al Mundial por desavenencias con la Federación. Pero Herrera creó un grupo compacto, que ataca y defiende con enjundia. 

Durante décadas, la Selección consideró que el sitio más remoto para disparar a portería era el manchón de penalti. Hoy ensaya el tiro al blanco de media distancia. Ante los riflazos de Vázquez, Guardado y Jiménez, Julio César temió que la suerte estuviera echada. 

Herrera sabe combinar la sensatez con el riesgo. En su último cambio no pretendió mantener el resultado; en vez de tranquilizar el juego con Salcido, optó por la verticalidad de Jiménez. 

Cuando aún era futbolista, "El Piojo" fue entrevistado antes de que su equipo, el Atlante, disputara la Final. "Vamos a dar la vuelta olímpica en la cancha", respondió. Optimista incorregible, ya pensaba en la celebración. Con el mismo talante, prometió ante Peña Nieto jugar siete partidos en Brasil. 

En México ninguna mercancía es más barata que la ilusión, pero el técnico nacional no habla en vano: su entusiasmo tiene un efecto viral. Los jugadores se creen distintos. ¿Qué piojo les picó? 

"¿Quieres seguir vendiendo agua con azúcar o quieres cambiar la historia del mundo?", preguntó Steve Jobs al estratega de Pepsi. La Selección Mexicana ha estado en manos de demasiados vendedores de agua con azúcar. "El Piojo" no tiene medida. Ignoramos adónde va a llegar, pero sólo parece conocer una meta: cambiar el mundo.


18 de Junio 2014

Juan Villoro con Aristegui 

“Brasil nos está dando una buena lección de que se puede jugar al futbol y se puede querer al futbol y al mismo tiempo se pueden criticar los abusos del Mundial", además no hay que descuidar los temas políticos que acontecen durante la Copa del Mundo, indicó el escritor.



“Ningún gobierno se sostiene con goles, lo sabemos, esto nada más contribuye a nuestro estado de ánimo de un fin de semana, no es como el puente Guadalupe Reyes, de ahí no pasa”, afirmó el escritor y autor de Balón dividido, Juan Villoro acerca del Mundial de Futbol. Destacó que “si México le gana a Brasil, al día siguiente nos van a parecer las tortillas más sabrosas, todo nos va a parecer más barato… esto es una ilusión y dura poquito”.

El encuentro entre México y Brasil “que por un lado es un partido soñado, hemos tenido finales de ensueño, en la sub 17 ganamos el campeonato mundial derrotando a Brasil y luego la pasada olimpiada ganamos medalla de oro nada menos que contra Brasil, es una final de ensueño, cuando se da como final”, comentó el escritor en entrevista para Aristegui CNN.

“Ahora parecía un partido de enorme presión porque no se sabía cómo llegaba la selección y una vez que le ganamos a Camerún hay bastante confianza y de alguna manera la presión se le ha trasladado al país anfitrión porque Brasil si no es campeón todo lo demás es un fracaso, ya que quede en segundo lugar es un desastre”, aseveró.

“La presión está con ellos, es un partido importante para México”, agregó.

Villoro se definió como “un verdadero defensor de las injusticias en el futbol, eso lo hace mucho más apasionante, las televisoras comerciales siempre quieren que se acuda a la repetición en video porque eso convertiría a la TV en la Suprema Corte de Justicia del Futbol, que es lo que siempre ha querido ser la TV, lo es en lo comercial entonces lo sería en la jurisprudencia pero una de las cosas más apasionantes del futbol es que el árbitro representa la posibilidad del error humano, es la fatalidad, es el imponderable, en el futbol 22 jugadores tratan de ser semidioses y uno sólo trata de ser hombre que es este pobre jugador que no decide las jugadas con la pelota pero si con sus decisiones y muchas veces se equivoca y esa posibilidad hace más interesante el juego”.

Sin embargo, “ahora son unos chambones que se equivocan demasiado, México tiene buen arbitraje”.

La nueva tecnología implementada por la FIFA, para apoyar a los árbitros, no convence a Juan Villoro, ya que “el futbol es el deporte que más gusta en el mundo y una de las razones por las que gusta, es porque es el deporte que más se parece a la vida, te da recompensas y castigos que no esperas y que no mereces, el arbitro es esa centella que cae y modifica el curso de la historia en forma arbitraria”.

Ante la pregunta de ¿por qué Balón Dividido (su más reciente libro)? Villoro dijo que “el futbol siempre tiene como máximo objeto del deseo el balón, como Dios bota como le da la gana y hace lo que quiere; primero publiqué Dios es redondo hace ocho años y ahora pensé en una expresión muy futbolera y común de las canchas que es este momento en que ese objeto del deseo no es de nadie, no tiene dueño legítimo, está dividido entre dos jugadores y de alguna manera un libro es eso, es un objeto del deseo entre el autor y su lector”.

Señaló que es “un libro que trata de relacionarse no solo con el deporte, no soy un experto en el futbol, a mi lo que me interesa mucho es lo que rodea el futbol, es decir, los goles ocurren en la cancha pero también en la mente de los aficionados, tiene que ver con supersticiones con deseos, con anhelos no cumplidos, este es un libro sobre la afición a partir de figuras importantes del futbol reciente como Lionel Messi, como Pique en su relación mediática (con Shakira) en la cultura del espectáculo, por eso el subtítulo que tiene es: dos son multitud, que ellos se quieran ya es un acto público”.

Al mismo tiempo que se juega el Mundial, en México se discuten reformasimportantes, Villoro indicó que en Brasil está pasando algo apasionante, que es “la coexistencia de gran calidad dentro de las canchas, con una discusión muy fuerte fuera de los estadios”, la sociedad “empieza a valorar si les conviene o no les conviene el Mundial”.

“No a cualquier precio se quiere el sueño del Mundial, lo contrasto con México, nosotros nos emocionamos más fácilmente que los brasileños”.

Qué pasa con temas tan importantes que “tenemos en México como la reforma energética o de la de telecomunicaciones, esto afecta a todo el mundo, porque el petróleo es casi el 10% de nuestro PIB y todo mundo ve TV y esto tiene que ver con el derecho a la información, debería de haber manifestaciones paralelas muy importantes en México y nosotros estamos mucho más absortos en el Mundial como algo que nos tiene separados de la realidad que los brasileños que están metidos en ella, hay una buena lección en las manifestaciones brasileñas, obviamente una cámara no puede dejar de sesionar durante el Mundial, ni modo decirles durante 31 días quédense quietecitos. Lo que nos parece lamentable es que no se haya discutido lo suficiente, el Parlamento, el Congreso es la casa de la palabra y cuando se ha discutido se utilizan todas estas fórmulas de must carry, must offer, preponderantes, la gente no sabe de qué se trata y es una paradoja que la ley de comunicaciones no se comunique, no sabemos qué está pasando en general”, expresó Villoro.

Además dijo que “la iniciativa de Enrique Peña Nieto es retardataria incluso a lo que ya teníamos antes y esto le da más fuerza a la Secretaría de Gobernación, quita poderes al órgano autónomo que puede verificar la comunicación, lo cual es lamentable”.

El también periodista resaltó que “Brasil nos está dando una buena lección de que se puede jugar al futbol y se puede querer al futbol y al mismo tiempo se pueden criticar los abusos del Mundial, porque también no son sólo los problemas de Brasil, una de las organizaciones más mafiosas del mundo y probablemente la institución que más evade impuestos del mundo es la FIFA, en esos términos. Los grandes jerarcas del deporte han fomentado el deporte en sociedades democráticas, pero estas organizaciones deportivas son autocráticas.

“Este año hay elecciones en Brasil y los periodistas brasileños comentan que si a Brasil le va muy bien y si es una fiesta, esto va a salir”.

Indicó que “una sociedad del espectáculo que genera cosas como el futbol, puede aprovechar la oportunidad de discutir a través del futbol, más cosas de las que discute normalmente”.

En el futbol “hay inversiones no verificadas, no se sabe de dónde viene el dinero muchas veces”… “mucho dinero ante un descontrol total, y hablando de cantidades verdaderamente impresionantes”.

Hay tanto interés en el futbol y tanto apoyo de la gente, que se ha convertido en un botín, añadió Villoro.

“Hoy en día es la forma de entretenimiento mejor repartida en el planeta Tierra, cómo entender nuestra época sin entender cómo se entretiene la gente”, finalizó Juan Villoro.



16 de Junio 2014


Triunfo en Macondo 

La Selección Mexicana jugó bajo una tormenta sin misericordia que parecía inventada por Gabriel García Márquez y ante un cuerpo arbitral de tres colombianos dispuestos a que perdiéramos todas las batallas de la Guerra de los Mil Días. 

Durante poco más de 90 minutos, el estadio de Natal fue una sucursal de Macondo. El Tri tuvo que sortear a Camerún, pero sobre todo al silbante Roldán y a su primer asistente, el inolvidable Clavijo, que invalidaron dos goles legítimos. En esa cancha sin ley, Giovani hubiera necesitado a los dos santos de su apellido para que acreditaran sus logros. 

Camerún es una versión africana del caos que sólo se organiza para protestar contra su Federación y armar aquelarres en el vestidor. En la cancha, los Leones Indomables se parecen a las fieras de los circos trashumantes, que acaban siendo vendidas a precio de bicicleta y de las que alguna vez escribió el novelista Eliseo Alberto. 

Samuel Eto'o, que ya transita por la parte más grave la treintena, mostró algunas pinceladas técnicas, pero no pudo salir del laberinto de la soledad al que lo confinó la defensa mexicana. 

El gran mérito del Tri consistió en no perder la cabeza ante un árbitro que, por suerte, sólo maneja un silbato. Si fuera barbero, habría que cuidarse la yugular. La maldición azteca de no vencer a un equipo africano en competencia oficial terminó al fin. Esto no nos libró de las zozobras que nos siguen provocando las jugadas a balón detenido. El Tri es una escuadra hiperventilada que se pone nerviosa en las pausas donde hay que estar quieto y cuando se vuelve posible la inquietante actividad de pensar un poco. 

Ante los jueces colombianos, Oribe Peralta mostró que el otoño del patriarca puede ser deslumbrante. El tardío héroe de México respondió a lo que se esperaba de él empujando a las redes el tiro que el portero le desvió al insistente Giovani dos Santos. Hay mundiales donde el primer partido tiene una condición neurótica absoluta y decide cómo se sufrirán los siguientes. Gracias al 1-0 ante Camerún, México se quitó de encima la presión de enfrentar a Brasil con déficit de puntos. 

La misión se cumplió sin brillo, pero con la satisfacción de vencer la lluvia y a los enviados del infortunio. Las huestes de "El Piojo" Herrera podrán reposar mientras la Patria celebra un fin de semana que comenzó a las 11:00 A. M. del viernes y durará hasta el martes en que Brasil ponga a prueba la mexicana alegría. Al modo de personajes de Gabriel García Márquez, los árbitros colombianos, que acaso algún día de vientos confusos soñaron con la épica, abandonaron el campo como ladrones de gallinas.
13 de Junio 2014




El nuevo cielo 

Los aviones han cambiado su ruta de aproximación al Distrito Federal. Esto se debe a que la ciudad gana altura. Junto a la Estela de Luz se construye la Torre Bancomer, tan elevada que antes de llegar a su término ya modificó los circuitos de la aviación.

Mi amigo Efrén Magallanes vive no muy lejos de ahí, en la colonia Condesa. A pesar de su apellido, es la persona más sedentaria que conozco. Sus únicas circunnavegaciones son cerebrales. Pero es un fanático de los aviones y sus horarios son tan extravagantes que lo mantienen en estado de jet-lag permanente. Sin necesidad de desplazarse, vive como si acabara de llegar de Singapur.

Su trabajo de corrector de estilo le permite dormir una siesta a cualquier hora y desvelarse por una errata según su antojo.

Hay muy diversas maneras de ver el cielo. Adivinar formas en las nubes es quizá el primer indicio de una vocación artística o religiosa. En el caso de Efrén, su mayor distracción comenzó como una molestia. Se mudó a un espléndido departamento en la Condesa, justo antes de que la colonia se pusiera de moda. La renta era tan conveniente que le pareció sospechosa. Cuando descubrió que el sitio estaba debajo de la trayectoria de los jets, supuso que los anteriores inquilinos se habían cansado de tener algodones en los oídos.

Sería bueno poder dormir una noche en un departamento antes de rentarlo. ¿Cómo saber, si no, a lo que te enfrentarás a las tres de la mañana? Efrén nació y creció en ángulos más silenciosos de la Condesa. Ahora estaba en una especie de torre de control y podía saber que las turbinas sólo dejan de trabajar de las tres a las cuatro y media de la mañana. El cielo era rasgado con un poderío que no lo dejaba dormir y, cuando lograba hacerlo, caía en dramáticas pesadillas (por alguna compensación del inconsciente, casi todas era submarinas y, en ellas, nuestro mutuo amigo Chacho aparecía como un molesto Aquaman).

Efrén recurrió sin éxito a tapones en las orejas, a una extraña terapia de ruidos y a un programa de meditación contra las agresiones del medio ambiente. Todo cambió gracias a su esposa. Mariana es diseñadora gráfica y un día colocó una cartulina en la pared con trazos elípticos y pequeños emblemas de las aerolíneas: un reloj del cielo. Ahí estaban los horarios y las rutas de llegada de las naves que venían de Frankfurt o Zacatecas.

Dominar el complejo engranaje de la aviación otorgó a mi amigo un curioso estado de serenidad. Sabía, en todo momento, de dónde llegaban los ruidos: "Buenos Aires", comentaba ante el avance de un vuelo. Se acostumbró a prever aviones como quien aguarda un oleaje. Aunque en ocasiones se alteraba por algún retraso, identificar la procedencia de cada aeronave le producía la sensación de vivir bajo un universo ordenado. Lo que antes era un ruido arbitrario se convirtió en un agradable rumor de fondo.

Ya dije que Efrén odia desplazarse. A las cuatro de la tarde emprende lo que sus amigos llamamos el "Circuito Magallanes": da una vuelta a la manzana con su perro Quinqué. La operación se repite a las cuatro de la mañana, bajo un cielo sin aviones.

En 2009 la amenaza de la gripe A produjo una conmoción en casa de los Magallanes. Mariana vio el mapa de los aviones y se preguntó si quería morir estornudando en esa casa. La proximidad del peligro la llevó a una decisión radical: quería ver el mundo antes de ser víctima del virus fatal o de los muchos accidentes que concede la vida. En cuanto el aeropuerto regularizó sus vuelos, despegó hacia la India.

Efrén fue incapaz de seguirla. Hay gente así, aterrizada, contenta de que otros viajen por ellos.

Su riguroso control del cielo se convirtió entonces en una dolorosa nostalgia, una manera de extrañar a Mariana. Chacho, que no deja de pensar en cómo deben vivir los demás, tuvo una de sus grandes inspiraciones: le presentó a Leonora, azafata de profesión. Los irregulares horarios de Efrén combinaron de maravilla con el perenne jet-lag de la viajera del aire. A partir de ese momento identificó la procedencia de los aviones y la de su novia. Bautizamos este sentido de la anticipación como la "Obertura Leonora" (Chacho, siempre inclinado a la exageración y a la épica, puso la música de Beethoven en un momento en que Efrén escuchaba el avión de su novia).

Cuando los aviones modificaron su ruta, la vida de Efrén Magallanes perdió sentido. Ahora busca departamento en un rumbo donde pueda volver a ordenar el cielo por sus ruidos. 

La fuerza de su amor es tan grande que está dispuesto a salir de la colonia Condesa.
06 de Junio 2014



Los Renunciantes

Vivimos extraños tiempos de repliegue en los que los líderes vitalicios ceden su sitio. Las figuras ajenas a una sucesión programada adquieren relieve al abandonar un mando sin fecha de caducidad. 

En 2013 el Papa Benedicto XVI dejó de guiar a su grey. Abrumado por responsabilidades insalvables, convirtió su renuncia en acto político. La barca de San Pedro zozobraba y otro timonel debía enderezar el rumbo. Acostumbrada a renovarse por defunción, cisma o guerra, la Iglesia enfrentó un drama ajeno a sus costumbres medievales: una crisis de oficina. El jefe presentaba su renuncia para convertirse en el jubilado más raro del planeta: Papa emérito. 

El signo de la hora no es el de los "héroes de la retirada", como los llama Hans Magnus Enzensberger, los líderes que desmontan el sistema que los hizo posibles (como Mijaíl Gorbachov o Adolfo Suárez), sino el de quienes señalan la sencilla importancia de hacerse a un lado. 

En México el subcomandante Marcos regresó a la escena luego de un largo alejamiento, pero sólo para transformarse en el subcomandante Galeano en homenaje al profesor José Luis Solís López, apodado "Galeano", recientemente asesinado. En este caso no estamos ante una desaparición sino ante una transfiguración. Dos décadas después del levantamiento zapatista, su vocero asume otra identidad. 

El EZLN ha señalado que no lucha por el poder: "Ayúdennos a no ser posibles", "Ayúdennos a desaparecer". Desde el principio de la rebelión quedó claro que las mujeres y los hombres de pasamontañas regresarían a la noche de los tiempos en cuanto sus demandas de autonomía y respeto a los pueblos indios fueran cumplidas. Al subrayar que su extinción es deseable confirman el componente ético de sus reivindicaciones. No buscan dominar ni perpetuarse, sino ser innecesarios. 

La transfiguración de Marcos no señala el fin de un movimiento sino una nueva fase, que seguramente obedece a un cambio generacional y un reacomodo interno del zapatismo. 

En buena medida, la figura de Marcos había sido una construcción colectiva. Del mismo modo en que Pancho Villa es más real para nosotros que Doroteo Arango, su nombre cívico, el líder del EZLN se ha convertido en sujeto histórico. Al adoptar otro nombre, ¿modifica su destino? Será difícil que Galeano alcance la estatura mediática de Marcos. El sacrificio de ese capital político es un gesto moral. Al renunciar a los privilegios del carisma y la celebridad, el hombre que fue Marcos pone el acento en la causa que respalda: el movimiento indígena que sigue siendo soslayado. Las Juntas de Buen Gobierno y la Escuelita Zapatista son admirables realidades en la zona del EZLN, pero el asesinato del profesor Galeano y el incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés revelan que se trata de un entorno amenazado. 

Si Marcos se transmutó en otro para acentuar el sentido indígena de la lucha, en España el Rey Juan Carlos abdicó para otorgar nuevo impulso a una nación desgastada por la crisis económica y los escándalos de la monarquía. El invaluable papel que el Rey jugó en la transición a la democracia y en la construcción de una modernidad asentada en la soberanía del pueblo, hizo de él una figura de excepción. Pero las excepciones se desgastan al durar. El último gran gesto de Juan Carlos en la arena internacional fue una paradoja: mandó callar a Hugo Chávez, y guardó silencio. 

Más allá de los muchos méritos de Felipe VI, el hecho de que un país se renueve por abdicación pone de manifiesto el carácter obsoleto de la Corona, así se trate de una monarquía constitucional. El dispendio que supone la realeza y la delegación de decisiones de Estado en un criterio individual escapan a la razón contemporánea. Lo mejor a la monarquía en los tiempos que corren es que ninguna noticia supere a la de abandonar el trono. 

Un Papa, un líder guerrillero y un Rey desaparecen. Ratzinger admitió su impotencia; Marcos sacrificó su aura para enfatizar la causa colectiva; Juan Carlos, excepcional hombre de la circunstancia, aceptó que su hora había pasado. 

Ningún poder es eterno. Al respecto escribe Paul Virilio: "Cuando se habla de la soledad que acarrea el poder como hecho consumado, a nadie se le ocurre, en el fondo, interrogarse sobre ese autismo causado inevitablemente por la función de mando que determina, según Balzac, que 'todo poder será tenebroso o no será', pues toda potencia visible está amenazada". Lo que existe, perece. 

Mientras la realidad virtual gana terreno, la acción política se convierte en una épica de las cancelaciones.

30 de Mayo 2014

Descansar cansa 

La cultura del ocio nos somete a suplicios que consideramos divertidos. Los parques temáticos son sitios para hacer colas. En los más organizados, un letrero promete que, si aguantas 45 minutos de pie, obtendrás un veloz entretenimiento. 

Las molestias que asumimos para ser felices son tantas que algún psicólogo del porvenir descubrirá que lo que en realidad nos gustaba era sufrir. 

Por alguna razón, a los mexicanos nos parece apasionante ir apretados. Rara vez siete personas viajan en un coche por necesidad; generalmente lo hacen para alcanzar ese placentero nirvana de la convivencia en que se suspende la respiración. 

El recuerdo que tenemos del esparcimiento suele derivar de incomodidades; "¿Te acuerdas de cómo nos picaron los mosquitos?", dice alguien, muerto de la risa. Lo memorable del viaje es que se nos acabó la gasolina en el Cañón del Zopilote, nos equivocamos de desviación al salir de La Pera y acabamos en Xochitepec de las Tunas, un aguamala nos quemó el antebrazo en Acapulco y seguimos el consejo de que alguien orinara sobre nosotros. A la distancia, esos desastres se convierten en "experiencias". No sirvieron de nada al suceder pero causan gracia al recordarse. 

Las situaciones más anodinas mejoran con algún problema: "Hice seis horas de carretera y ya me andaba", informa un viajero satisfecho. Su anécdota no vale la pena por el trayecto, sino por haberlo hecho sin ir al baño. 

A los 35 años contribuí a los placeres del descanso con un accidente. Estábamos en Acapulco, jugando poker, y en vez de fichas usábamos frijoles. Yo había ganado varias "manos" y sentía culpa por quitarle dinero a mis amigos. Al menos así justifico el nerviosismo que me llevó a meterme un frijol en la oreja. Me tuvieron que llevar al médico del Hotel Princess, que estaba a un kilómetro. Cuando encuentro a alguno de los amigos que compartieron ese viaje, pregunta de inmediato: "¿Te acuerdas del frijol?". Todo lo demás pasó a segundo plano (incluyendo el dinero que me debían en el poker). 

Nada divierte tanto como la calamidad recreativa. Si todo sale bien, desconfiamos de la suerte. Lo maravilloso es que la amenaza campee sobre nosotros, nos sintamos perdidos y descubramos que aun así podemos gozar al máximo. Del mismo modo en que los mejores juguetes son los que no fueron pensados para el juego, los entretenimientos superiores son catástrofes que nos distraen. 

Cuando viajé a Disney World con mi familia ningún juego mecánico fue tan divertido como el aeropuerto. Me equivoqué de horario y llegamos tardísimo. Tuvimos que correr con las maletas en la mano, nos decomisaron una pistola de agua en el filtro de seguridad y llegamos sin aliento al avión que se cerró tras de nosotros mientras mi hijo decía: "Este juego sí estuvo increíble". 

Con frecuencia, el dolor es la ameritada antesala de la dicha. "Sólo quien conoce el infierno puede imaginar el paraíso", afirmó Nietzsche. Esta filosofía de las compensaciones permite entender la vida diaria como un carrusel de oportunidades para encontrar placeres muy inesperados. 

La burocracia es una de las más raras variantes del ocio. Quien hace una solicitud en una dependencia pública sabe que ese día no trabajará ni tendrá tiempo para otra cosa. El ciudadano en trámite pasa la jornada entera con un pálido fólder bajo el brazo. 

Confieso una neurótica versión del hedonismo: pocas cosas me causan tanta dicha como concluir un procedimiento espantoso. El teatro o el futbol garantizan esparcimiento de principio a fin. La burocracia opera de otro modo: su recompensa es siempre una sorpresa. Después de entregar 18 documentos de identidad entre los que sólo faltó una placa de tórax, recibes un sello que equivale a un milagro. La última ventanilla justifica el camino de expiación. Terminar con eso es una de las formas más intensas e inesperadas del placer. 

La dialéctica de nuestra diversión depende de superar molestias para recordarlas como momentos culminantes. Ir de excursión puede ser ameno, pero se vuelve inolvidable cuando descubres que el sándwich al que le diste tres mordiscos está lleno de hormigas. 

Los balnearios permiten orinar subrepticiamente en la alberca con la esperanza de que nadie más tenga esa idea y la sospecha de que alguien ya la tuvo. Si un amigo agrega agua de su cosecha y lo descubres, la natación valió la pena. Ningún trabajo agota como lo que hacemos por descanso. El ocio es la sabiduría de las incomodidades, una oportunidad de comprender que el verdadero "programa de diversión" son los defectos del mundo.



23 de Mayo 2014



Un país doblado

Los españoles de cierta edad asocian el acento mexicano con las caricaturas. Entablé conversación con el técnico que venía a revisar mi conexión de internet en Barcelona y recibí este peculiar elogio: "¡Usted habla como un dibujo animado!".

Comprobó el estado de los cables recordando El libro de la selva y Don Gato y su pandilla. Al final estaba genuinamente emocionado: "¡No le puedo cobrar a un dibujo animado!", dijo, rompiendo la factura.

Me sentí tan orgulloso que lo despedí imitando a Pedro Picapiedra.

México ha sido una potencia del doblaje. Esto no sólo revela dependencia psicológica, sino una gran capacidad para interpretar por nuestra cuenta lo que otros dicen.

A lo largo de casi sesenta años he conocido a personas de muy diversas nacionalidades. Con el tiempo, me empezó a preocupar algo que tal vez sea ocioso pero que ya roza la obsesión: en los demás países no hay tantos imitadores como en México. ¿A qué se debe esto?

En cualquier reunión vernácula aparecen tres amigos capaces de desprenderse de su entonación para hacernos reír con las de otras personas.

Los rumanos y los húngaros han adquirido fama en el espionaje. La rica composición de sus idiomas les permite suplantar identidades extranjeras sin ser descubiertos. Nuestra habilidad es diferente: no queremos pasar por otros sino adaptarlos a lo que somos. En sus extraordinarios doblajes, Tin Tan y Luis Manuel Pelayo mezclaron personalidades ajenas con las suyas.

Y aquí viene nuestra aportación al doblaje: la segunda voz aspira a ser mejor que la primera. "Originalidad: cuestión de estómago", escribió Paul Valéry para distinguir el plagio de la provechosa asimilación.

Hace unos meses fui con mi hija Inés a La Mole, convención de cómics donde conseguimos el autógrafo de Gabriel Chávez, quien dobla al Señor Burns en Los Simpson. Bastó que dijera "¡excelente!" para que nos sintiéramos miembros de la familia amarilla.

Cuando Telly Savalas estuvo en México, comentó que Víctor Alcocer, el actor que lo doblaba en Kojak, tenía un timbre vocal muy superior al suyo. Gabriel Chávez ha recibido el mismo elogio de Harry Shearer, dueño de la voz original del Señor Burns.

Sin caer en fáciles determinismos, podemos conjeturar que el mexicano requiere de impulso ajeno para expresar lo mejor de sí mismo. Somos reactivos, para qué más que la verdad. Nuestra selección se crece ante Brasil y baja de juego ante Jamaica. En política exterior tenemos muchas opiniones, pero las expresamos después de saber lo que se dijo en Washington.

¿Imitar voces ajenas es un defecto o una virtud? En Francia, una reunión puede ser exitosa sin que alguien se convierta en un De Gaulle instantáneo ni se parodie el pésimo carácter de la portera del edificio. ¿Los franceses están más satisfechos con su tono íntimo que nosotros con el nuestro?

Otra variable del asunto es que los hombres imitamos mucho más que las mujeres. ¿Lo hacemos por inseguridad, envidia, admiración o soterrado rencor malsano?

A veces no sólo calcamos la voz sino los gestos de otra persona. Mi amigo Sebastián Figueroa es capaz de transfigurarse por completo. La persona imitada lo invade en tal forma que necesita un remedio diurético para librarse de ella: supera el "síndrome de la copia ante el original" bebiendo absurdas cantidades de agua.

La semana pasada compartimos un viaje en autobús y me contó la curiosa conversación que le había oído a dos artistas españoles. Se trataba de personas cuya sofisticación no las libraba de un tono rústico muy peninsular: "La rabadilla da sueño", dijo uno de ellos. Luego explicó que un nervio conecta esa terminal del cuerpo con el cerebro. Al sentir la vibración de un asiento, el nervio manda una señal de sueño; por eso los transportes adormecen. La imitación de Sebastián fue tan convincente que se quedó dormido en el autobús mientras la hacía.

Entendí que hacer voces es un sistema de creencias. Aunque no puedo comprobarlo, estoy seguro de que mi amigo no se durmió por sentir una arrulladora sensación en su rabadilla, sino por pensar que eso es posible.

La imitación depende de ideas que ya han sido probadas. Alguien experimentó eso previamente. Al usar una voz vicaria, somos la consecuencia y no la causa; continuamos una serie. Por lo tanto, carecemos de verdadera responsabilidad en el asunto. El doblaje resulta ideal para un país donde tener iniciativa compromete demasiado.

Traté de despertar a Sebastián en el autobús, pero antes de lograrlo me quedé dormido y soñé este artículo.




16 de Mayo 2014

Limbo 

Esta semana el músico de rock Gustavo Cerati cumple cuatro años en coma. La medicina permite la existencia de seres fronterizos que duermen entre la vida y la muerte. Un artista del sonido y de la furia vegeta sin diagnóstico preciso. Aunque cuatro años parecen demasiados, la conjetura de un posible retorno impide retirar los cables. 

En 1992 publiqué la novela para niños El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, donde un rockero cae en coma y revive gracias a que escucha su propia música. La idea de que un cuerpo se cura con lo mejor de sí mismo sirve para contar una fábula, no para aliviar a un enfermo sujeto a las restrictivas normas de lo real. Las canciones de Soda Stereo suenan sin ser escuchadas por el artista que las concibió. 

Si Cerati despertara, los principales efectos secundarios de su enfermedad serían la ausencia de recuerdos y la ignorancia de lo ocurrido en ese lapso. Alguien debería ponerlo al tanto. 

Esto lleva a un predicamento moral: ¿vale la pena decir qué ha sucedido?, ¿no sería mejor contar una historia alterna? 

Cerati murió en vísperas del Mundial de Sudáfrica. ¿Habría que alentarlo en su recuperación, diciéndole que Argentina ganó la Copa y Maradona logró como entrenador lo mismo que como futbolista y Messi se consagró como su indiscutible sucesor? 

En el ambiente encapsulado de la convalecencia, el cantante podría someterse a un tratamiento ilusorio, de noticias positivas, donde el peronismo fuera una forma de la sensatez y la autocrítica, y los músicos cobraran derechos por todas las canciones que circulan en la red. 

Sospecho que este reforzamiento positivo sería más necesario para nosotros que para él. La verdad sea dicha, da vergüenza confesar que en cuatro años casi nada ha mejorado. 

Ya fuera del hospital, Cerati pasaría a la zona impura donde existen las verdades. Pese a todo, algunas son alentadoras y producen el asombro de lo inverosímil. Sería más fácil que Cerati creyera en otro triunfo de Maradona que en un Papa argentino, dispuesto a cambiar las normas medievales de la Iglesia. 

Acaso el doble milagro de la resurrección y del primer Papa llamado Francisco -pobre entre los pobres-, harían que el cantante asumiera una férrea devoción. Quienes sobreviven a catástrofes extremas suelen asumir una honda espiritualidad y regresar al lugar de su accidente como a un santuario. Todo esto no es sino una exagerada especulación. Por desgracia, la mayoría de las verdades no son estimulantes ni curativas. Antes de actualizar a Cerati, convendría responder a sus preguntas con el piadoso recurso de cambiar de tema. 

Quienes se encuentran en coma ponen en entredicho lo que hacemos. Su eclipse mide nuestro tiempo. Si abrieran los ojos, ¿podríamos justificarnos ante ellos o sentiríamos la tentación de meter la basura bajo la alfombra? Entre dos orillas, los seres intermedios nos desafían a demostrar que vale la pena seguir de este lado. 

En demasiadas ocasiones, el rock ha obligado a repetir la consigna griega de que los favoritos de los dioses mueren jóvenes. El caso de Cerati se aparta de esa romántica necrología. No pertenece al club suicida de Jim Morrison, Janis Joplin, Amy Winehouse, Jimi Hendrix, Brian Jones o Kurt Cobain. Tampoco es heredero de la estirpe de Keith Richards o Lou Reed, profetas del acabamiento que se salvaron sin repudiar su gusto por las calaveras. Para Richards y Reed, la angustia de estar vivo no se supera buscando la felicidad ni adoptando enternecedoras mascotas. Su oscura ruta de superación personal consiste en que la autodestrucción fracase. 

Lejos de esas actitudes, el líder de Soda Stereo llevó al rock en español a un plano superior. Su vitalidad fue del tamaño de los estadios que llenó. No buscó el sacrificio ni el martirio. Su destino es tan inexplicable que obliga a cuestionar el nuestro. 

"La música, misteriosa forma del tiempo", escribió Borges. Gustavo Cerati mejoró una época tan difícil como todas las épocas. 

Desde 2005, el Vaticano hizo que el limbo desapareciera. La tierra media entre el infierno y el paraíso, a la que iban a dar los niños sin bautizar, fue erradicada por los teólogos para refugiarse entre nosotros. 

La realidad está mal hecha. Falta justicia y sobran moscas. Curiosamente, la lograda representación de esa realidad es la forma más convincente y extraña del placer. El limbo existe, pero también el arte. 

Cerati merecería de un relato a la altura de su música: no un informe sobre los defectos del mundo, sino uno novela para sobrellevar el mundo.



9 de mayo de 2014



Cuauhtémoc
Por Juan Villoro



Lo mejor del PRD es el logotipo diseñado por Rafael López Castro. Aparte de eso, el "sol azteca" está nublado.

En la política mexicana la autocrítica es un bien escaso. De ahí la relevancia del discurso de Cuauhtémoc Cárdenas con motivo de los 25 años del PRD. Su diagnóstico de la crisis de la izquierda es certero y su llamado a mantener la radicalidad del partido, evitando que los principios se diluyan en nombre de los pactos, es un manual de supervivencia para una formación política amenazada con transformarse en comparsa del poder. Si el PRD baila al son del PRI, de poco sirve que de vez en cuando le dé un pisotón.

El ingeniero Cárdenas cumplió 80 años dando muestras de vitalidad. Se le llama "líder moral" de la izquierda para señalar que influye sin tener un cargo. La expresión se ha vuelto cada vez más literal: es un líder ético. Más allá de las diferencias que se puedan tener con él, se trata de alguien íntegro, récord difícil de igualar para quien ha sido subsecretario, gobernador, jefe de Gobierno y tres veces candidato a la Presidencia.

Desde su primera infancia, parecía destinado a la historia patria. Fue el primer bebé que vivió en Los Pinos. Poco después, en el Jardín de Niños Brígida Alfaro, conoció a Porfirio Muñoz Ledo, con quien muchos años después fundaría la Corriente Democrática del PRI.

Respetuoso de las instituciones a un grado que a veces desespera a sus seguidores, Cárdenas también ha ejercido los favores de la discrepancia. Baste recordar el momento en que llamó a renovar desde dentro el partido oficial. Su llamado cayó en el silencio, como si ocurriera en las tierras sin viento de la luna.

Ni siquiera con la pérdida del poder en las elecciones del año 2000, el PRI se sometió a una transformación interna. En 2012 volvió a la Presidencia sin pasar por la autocrítica.

Hijo del mandatario más decisivo del siglo XX mexicano, Cuauhtémoc no vivió a la sombra del general. Como subsecretario de Agricultura y gobernador de Michoacán apuntaba a convertirse en un eficaz hombre del sistema. Su salida del PRI cambió esta ecuación, pero también suscitó desconfianzas. Quienes militábamos en partidos radicales pensamos que su protesta tendría poco recorrido.

Pero el vendaval retórico de Muñoz Ledo y el carisma de Cárdenas (la fuerza tranquila del que sabe escuchar y desconoce los arrebatos) llevaron a la construcción del Frente Democrático Nacional, oportunidad inédita para las izquierdas. La estatua del último emperador azteca cambió de signo; al pasar ante ella en Reforma, los manifestantes gritábamos: "¡Cuauhtémoc- Cuauhtémoc!".

La quema de las boletas de la elección de 1988, a la que contribuyó un supuesto opositor, Diego Fernández de Ceballos, impedirá conocer el desenlace de la jornada en la que "se cayó el sistema" cuando la voluntad popular favorecía a Cárdenas.

Para no volcar al país en la violencia, el ingeniero actuó con responsabilidad, sin deponer su postura crítica. Esta actitud debería haber bastado para que el agravio cometido en su contra se reparara en la siguiente elección. Pero el México de 1994 llegó a las urnas después del asesinato de Luis Donaldo Colosio y el levantamiento zapatista. En ese clima se impuso el voto del miedo.

Tres años después, en las primeras elecciones para jefe de Gobierno del Distrito Federal, nos llevó a un desconcierto difícil de creer: incluso nosotros podíamos ganar.

Desde entonces, el Distrito Federal ha sido la única entidad donde la izquierda ha gobernado de manera estable. Las bases de esa gestión se sentaron con Cárdenas.

Los debates no han sido el recurso fuerte de un político que prefiere el razonamiento dilatado de los discursos y que rara vez habla de algo que desconoce ("no lo sé, voy a informarme", dice con sinceridad, para desconcierto de los periodistas). En su tercer acto como candidato presidencial se topó con un populista de derecha, de innegable carisma, que usaba botas vaqueras para patear ataúdes de cartón con el emblema del PRI. El ranchero impetuoso que prometía sacar a las tepocatas, las víboras negras y otros bichos del presupuesto, parecía más radical que el ingeniero. Pero el jaripeo de Fox terminó al llegar a Los Pinos, donde su sombrero y su rebeldía quedaron colgados de una percha. Hoy Cuauhtémoc lucha por el cambio que no llegó con el PAN.

A los 80 años, representa algo que rara vez se asocia con la política. El papel de Cuauhtémoc Cárdenas como personaje histórico está fuera de duda. Lo excepcional es que lo haya ejercido sin dejar de ser algo de mayor valía: un hombre digno.















8 de mayo de 2014

                                          
                                     EL LIBRO MÁS RECIENTE DE JUAN VILLORO












02 de Mayo 2014





El valor de preguntar 


Comparadas con las Leyes de Reforma, las iniciativas de Peña Nieto no sólo desmerecen en grandeza de miras, sino que revelan uno de nuestros mayores rezagos: la incapacidad de usar el lenguaje. 

Vivimos en un mundo al revés donde un corrector de estilo recibe un sueldo anual inferior al aguinaldo de un diputado. En tiempos de Juárez, quienes defendían las leyes en el Congreso eran escritores de la talla de Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano. Hoy las leyes se escriben para no ser entendidas. ¿Qué puede decir no sólo el ciudadano común sino una persona culta ante conceptos como "must carry", "must offer" y "preponderantes", que enrarecen el debate sobre telecomunicaciones? La significativa reforma constitucional de los medios se redujo en forma lamentable en la Presidencia. La iniciativa que Peña Nieto devolvió a los senadores elimina el carácter social, cultural y comunitario de la reforma, favorece a los grandes consorcios televisivos, perjudica a la producción independiente, restringe la participación ciudadana y traslada facultades decisivas de un órgano autónomo (el Ifetel) a la Secretaría de Gobernación. Esto atenta contra el derecho a la información. La gran paradoja es que se habla de comunicación en lenguaje cifrado. Así se oculta el daño a una nación de televidentes. 

Hace unos días Alfonso Cuarón utilizó su prestigio y sus recursos mediáticos para hacer un cuestionamiento muy razonable sobre la reforma energética. Sus preguntas están en la mente de muchos ciudadanos. Esto se debe a que las reformas son voluntariamente incomprensibles y a que la publicidad oficial al respecto contribuye a la desinformación. En spots que ofenden a la inteligencia y desconocen la igualdad de género, un hombre alecciona a una mujer, anunciándole que con la reforma energética bajará el costo de la luz. Al final una voz pide a la ciudadanía que se informe. En vez de ofrecer datos, la propaganda sugiere que si alguien se opone a la reforma lo hace por ignorancia. Gracias a las preguntas de Cuarón nos enteramos de que tal vez la luz baje en 2018. En lo que eso llega, ya volvió a subir. Ya sabemos lo que significa la palabra "infórmate". La incapacidad de aclarar y debatir confirma que nuestra política sigue mereciendo el nombre de "la tenebra", donde la principal zona de negociación es "lo oscurito". Tratar de saber qué pasa puede ser visto como un pecado ciudadano. A propósito del cuestionario de Cuarón, Arturo Escobar, coordinador de diputados del PVEM, dijo: "Si viviera en México, se daría cuenta que todas sus preguntas se respondieron en el debate que se dio en el Congreso". Escobar descalifica a un mexicano por no vivir en su país, alarde patriotero que recuerda tristemente al nacionalsocialismo. Se puede vivir en China y saber lo que pasa aquí. Por lo demás, quienes vivimos en el país difícilmente entendemos lo que dicen los diputados (para colmo, la reforma energética se aprobó en fast track el día de la Virgen de Guadalupe). Hay otras preguntas, no planteadas por Cuarón. La política energética dependerá de una Comisión de Hidrocarburos y del Consejo de Administración de Pemex. 

¿Cómo se escogerá a esas personas? Lozoya dijo en entrevistas que serán expertos de reconocida independencia. Eso suena muy bien, pero es una valoración subjetiva. Para ser profesor titular C en la UNAM hay que tener doctorado, obra publicada, experiencia docente, participación en congresos; en suma: cumplir con requisitos objetivos. 

¿Quiénes serán los superhéroes capaces de resistir las tentaciones multimillonarias de las compañías petroleras, con sabiduría técnica para decidir la explotación e inquebrantable integridad? El margen de ganancia de las transnacionales dependerá de la dificultad de la explotación en aguas profundas y de la inversión y el tiempo necesarios para hacerla. No hay claridad sobre el grado de participación de Pemex (en este caso sinónimo del país). La primera víctima de las reformas ha sido el lenguaje. Estamos como en el espacio exterior: nadie oye nuestro grito. 

La trama de Gravity puede ser vista como una metáfora de la realidad nacional: vamos en una nave a la deriva, donde urge una respuesta orientadora. En medio del sinsentido, una vieja costumbre cultural adquiere el valor de la rebeldía: hacer preguntas.

25 de Abril 2014

El martirio de contribuir


"Abril es el mes más cruel", escribió T. S. Eliot. La frase es recordada por sus paisanos cada vez que hacen su declaración de impuestos. Nacido en Estados Unidos, Eliot se trasladó a Inglaterra a los 25 años, donde se convirtió al catolicismo y trabajó en el banco Lloyd's. 

Su referencia al mes de las crueldades tiene que ver con el clima y el espíritu, pero el poeta sabía que en Semana Santa se rinden cuentas religiosas y fiscales. El sacrificio de Jesús y la tiranía de Hacienda son motivos de abril. 

Por cierto que Cristo fue acusado de oponerse a pagar tributo al César (sabía de lo que hablaba porque uno de sus discípulos, Mateo, era recaudador de impuestos). Ya el antiguo testamento se refería a esa incómoda situación: la recompensa de David por abatir a Goliat consiste en que su familia quede exenta de pagar impuestos en Israel. 

Los antecedentes históricos de una molestia sirven para el melancólico consuelo de entender que desde hace mucho el asunto no tiene remedio. En el caso de los impuestos, todo pasado fue mejor. Con inquebrantable fe en el sistema decimal, la Iglesia estableció el diezmo para que los devotos quedaran bien con Dios donando el 10% de sus ganancias. 

Como las tiranías son más ambiciosas, en años de buenas cosechas los faraones recaudaban el 20% de los granos. Eso parece una bicoca ante el 32% que muchos pagamos en el México de Videgaray. 

"¿Y qué recibo a cambio?", pregunta el causante que en abril da una fortuna y se queda con un huevo de Pascua. Cualquier contribuyente mexicano está a menos de 30 metros de un bache, lo cual revela que sus impuestos no sirven para asfaltar. Para colmo, la forma de contribuir pertenece a una de las variantes más sutiles de la tortura. 

Si Kafka ideó una máquina que escribía la sentencia en el cuerpo del condenado, Hacienda ha ideado una declaración que aniquila la razón. Voy a contar lo que me dijo una amiga mexicana que vive en Nueva York. Omito su nombre porque su juicio es tan acertado que puede ser tomado como antipatriótico. 

Los mexicanos somos seres peculiares: nos fascina decir cosas horribles del país, pero nos ofendemos si los extranjeros las dicen (sobre todo, si las dicen mejor que nosotros). Esto se extiende a los paisanos que de pronto opinan en el extranjero. 

Cuando Javier Aguirre entrenaba a la selección y comentó que México estaba "jodido", fue muy criticado por decirlo en Madrid. ¿La capacidad de juicio tiene jurisdicción local? Un atávico complejo nos lleva a pensar que así es. Callo el nombre de mi amiga. Baste saber que hace años ella declara en Estados Unidos. Esto la ha rejuvenecido. Ya otros mexicanos que viven fuera me habían comentado que la paz fiscal es posible. Ella confirmó el milagro. Luego dijo: "En México nadie puede trabajar porque todos están dedicados a tratar de trabajar llenando recibos, buscando formas de retención y facturas para desgravar; nuestra burocracia sigue siendo virreinal; es un desastre para la productividad, pero permite un control absoluto: aquí los súbditos sólo tienen tiempo para hacer trámites". 

Videgaray pasaría a la historia como un benefactor si lograra algo de sentido común: que el ticket de compra tuviera valor fiscal, como sucede en países donde los papeles no son abstractos. En nuestra tierra baldía el consumidor está obligado a brindar dinero tridimensional, pero el vendedor pospone la entrega del comprobante y desplaza sus compromisos al universo digital. 

En España que algo "pase factura" es mala noticia. En México también lo es, pero de un modo milagroso: siempre pagamos, pero no siempre recibimos factura. Nuestros impuestos son abusivos, tomando en cuenta que no tenemos servicios públicos escandinavos y que a los monopolios se les condonan contribuciones porque el Presidente tiene la facultad imperial de hacerlo. 

Para colmo, el calvario no sólo llega en Semana Santa. Cuando mi amiga describía el estancamiento burocrático nacional, se refería a que, además de la declaración anual, hacemos declaraciones mensuales. ¿Cómo puede un columnista encontrar el adjetivo exacto cuando tiene que hacer la séptima llamada para protestar porque se acaba el mes y aún no le llega la factura que "ya le mandaron"? Eliot, nacido en Estados Unidos, pudo escribir que abril es el mes más cruel. En México todos los meses son abril.







18 de Abril 2014


El inventor del hielo 

Gabriel García Márquez solía recordar que llegó a México el día de la muerte de Hemingway. Ciertos momentos se definen por lo que perdemos: el 17 de abril de 2014 falleció la única persona que hubiera escrito bien esa noticia. 

Desde sus primeras crónicas, publicadas en Cartagena de Indias y Barranquilla, García Márquez decidió que la realidad es una rama de la mitología, llena de cosas tan difíciles de probar y tan inolvidables como éstas: no hay nada más dramático que una negra engreída, suicidarse es una forma de ser chino y el azúcar murmura cuando sube a las naranjas. 

Después del asesinato del político liberal Jorge Eliécer Gaitán, la prensa colombiana pasó por una fuerte censura. Imposibilitado para cubrir acontecimientos, el joven García Márquez narró la vida íntima de un bandoneón, los problemas de tráfico causados por los muertos y el desconcierto producido por una vaca que se creyó urbana. 

Como su maestro Daniel Defoe, renovó el periodismo para renovar la literatura. El autor de Robinson Crusoe tuvo que llegar a los sesenta años para describir el desconcierto que produce una huella en la arena de una isla desierta. Nacido en Piscis -signo aliado de la fortuna-, García Márquez encontró más pronto a su náufrago. José Salgar, encargado de la cocina de El Espectador, bajó la escalera en espiral del diario y pidió al joven periodista de Aracataca (al que apodaban como Trapo Loco por su fantasiosa mezcla de ropas) que escribiera el relato de un náufrago. Todo mundo conocía la noticia. García Márquez encendió un cigarrillo pensando en pretextos para negarse, pero el diálogo lo llevó a una revelación: podía escribir en primera persona, como Crusoe en su isla. Los lectores conocían la información, pero nadie, ni siquiera el náufrago, conocía la vida interior de la información. 

García Márquez entendió el periodismo en clave cervantina. Los datos que el mundo pone frente al Quijote son arbitrarios, abigarrados, caóticos; se trata de "noticias". Desde su perspectiva, la época ha enloquecido; desde la perspectiva de la época, él ha enloquecido. Gracias a este desfase, todo se comprende dos veces: con la mirada alucinada del Quijote y con la sensatez del entorno. El resultado es la literatura moderna. A los 53 años, Alonso Quijano concluye su aventura de lector absoluto, transformando la realidad en libro. A los 19 años, García Márquez inicia su aventura narrando la realidad como fábula. 

En un buen reportaje los detalles son inobjetables y la trama tiene la desmesura de lo que sólo es lógico porque así sucedió y puede ser probado. Con esa estrategia, García Márquez escribió dos obras maestras de la novela breve: El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada. El narrador actúa como reportero de investigación de sus propias creaciones. Los datos son tan exactos que no dudamos del resto. 

En sus clases en la Fundación de Nuevo Periodismo, Gabo recordaba que "la ética debe acompañar al periodismo como el zumbido al moscardón". Para el novelista, la apariencia de realidad es el zumbido del moscardón. El episodio de Cien años de soledad en que Remedios la Bella sube al cielo no es un triunfo de la exageración sino de la exactitud. La chica, de por sí etérea, sale a un patio donde las sábanas se secan como velas de navío. La escena va por buen camino pero le falta "realidad". Un reportero que ha cubierto homicidios sabe que si la víctima lleva calcetines de distintos colores es porque se vistió en la oscuridad. Con el mismo sentido de la precisión, García Márquez buscó un dato para apuntalar su fantasía. Acercó a Remedios a una taza de chocolate; un líquido espumoso, ascendente. Buen combustible. Cuando ella lo bebió, no hubo Dios que la parara. 

El cronista de la fabulación ofrecía informes únicos: el gasto militar del planeta podría usarse para perfumar de sándalo las cataratas del Niágara... la conquista de la luna no dejó otro saldo que una bandera en una tierra sin vientos... 

Hay cosas cuyo valor depende del deseo. En el primer capítulo de Cien años de soledad, García Márquez brindó una exclusiva del trópico: el hielo es el gran invento de nuestro tiempo. 

Descubrir el agua tibia no tiene chiste; reinventar el hielo fue un golpe de genio, la noticia que sólo podía dar el mayor reportero de la imaginación latinoamericana.



11 de Abril 2014

El centauro en su casa

A mediados de los años setenta, Sergio González Rodríguez tocaba en el grupo de rock Enigma. Los músicos usaban como apellido su signo del zodiaco y él era Sergio Acuario. Después de ofrendar su oído a las deidades del alto volumen, el brioso guitarrista se concentró en su más genuina y rítmica pasión: la literatura.

Sus primeras reseñas revelaron a un lector de temple gambusino, dispuesto a encontrar oro en ríos poco frecuentados. En la revista Nexos tuvo a cargo la sección "Numeralia" donde establecía insólitas conexiones estadísticas entre los más diversos temas, dotando de elocuencia e incluso de sentido del humor a las cifras.

Aunque ha ejercido con fortuna la ficción, su tono distintivo se consolidó en el ensayo, bautizado por Alfonso Reyes como "el centauro de los géneros", animal híbrido que combina la reflexión con la narración. Amparado en esa figura, González Rodríguez publicó un libro notable: El centauro en el paisaje. Ahí abordó las formas más peculiares de la comunicación, incluidas las señales extraterrestres y la transmigración de las almas.

Hay diversos modos de ser centauro. González Rodríguez representa una especie de un solo miembro que explora el revés del mundo. La realidad le interesa por sus secretos y por la posibilidad de descubrirlos. Piglia señaló que el detective es una variante popular del intelectual: reúne pistas dispersas para explicar sucesos. González Rodríguez es un investigador privado que transcribe los hechos con el pulso trepidante de quien espera que la lectura modifique el desenlace.

Su viaje por las zonas ocultas de lo real comenzó en Los bajos fondos, investigación sobre la bohemia y los antros de la cultura mexicana. Huesos en el desierto, escalofriante expediente sobre los feminicidios en Ciudad Juárez, lo convirtió en referencia obligada en la discusión sobre los crímenes de género. Interesado en la simbología de la violencia, continuó su trayectoria con El hombre sin cabeza. Hace unos días se le otorgó el Premio Anagrama de Ensayo por Campo de guerra, donde el centauro recorre un paisaje devastado.

En 1981 Juan García Ponce obtuvo el mismo galardón con La errancia sin fin (ensayos sobre Borges, Musil y Klossowski), y en 1996, Gabriel Zaid fue finalista con su ya canónica reflexión sobre la industria editorial, Los demasiados libros. Uno de los aspectos más fascinantes de Campo de guerra es el cruce de informaciones que contiene. Valdría la pena escribir una tesis sobre el aparato de notas. En su lejana columna "Numeralia", González Rodríguez transformaba las estadísticas en parábolas de la realidad. Con la misma inventiva, dota de elocuencia a informes de aridez mineral y arma un tejido comprensible a partir de reportes militares, noticias, textos jurídicos y filosóficos. El resultado es el mapa de un país sin soberanía.

En toda confrontación bélica, las nociones de frente y retaguardia resultan esenciales. No es el caso de la guerra contra el narcotráfico: el país entero es el teatro de los acontecimientos y cualquiera de nosotros puede ser un daño colateral. La soberanía se ha desvanecido ante el control territorial de los cárteles, las autodefensas y la injerencia de la DEA y la CIA a partir de la Iniciativa Mérida firmada entre Bush y Calderón en 2008.

Uno de los capítulos más demoledores se refiere a las víctimas de la violencia. El autor de Campo de guerra asesoró a Roberto Bolaño para escribir el inventario de la tortura que integra "La parte de los crímenes" en la novela 2666. Ese expediente del horror continúa en este libro. Los criminales practican una estrategia de borramiento; desfiguran a sus víctimas en espera de que el daño se vuelva amorfo, anónimo. Si las facciones y los nombres se pierden, la impunidad tendrá su reino. González Rodríguez escribe contra esa desmemoria.

El 19 de julio de 2011, Oswaldo Zamora Barragán, niño de diez años, salió a pastorear sus ovejas en el municipio de Petlalcingo, Puebla. Ignoraba que su país había cambiado. Tropezó con un explosivo y perdió un brazo y una pierna. Estaba en un campo sin otra cosecha que la sangre.

Lo más dramático del sinsentido es que tiene explicación. Tal es la excepcional enseñanza de Campo de guerra. Una vez más, González Rodríguez demuestra que ciertos paisajes sólo pueden ser visitados por un centauro.





04 de Abril 2014

Telecracia 


El derecho a la información está en juego. Esto, que suena muy dramático, lo es. 

La reforma a la ley de telecomunicaciones aprobada por el Congreso despertó fundadas esperanzas de terminar con el duopolio televisivo, estimular la competencia y, sobre todo, garantizar contenidos de interés público, ciudadano y comunitario. 

Por desgracia, la iniciativa que el presidente Peña Nieto envió al Senado para convertir el proyecto en ley representa un terrible retroceso, no sólo respecto a los cambios propuestos, sino a lo que ya había. La iniciativa parece redactada por los propios dueños de los medios. Los derechos de los usuarios se evaporan en el éter. 

Para protegerse del interés público, la propuesta fue escrita en un lenguaje macarrónico, lleno de tecnicismos. De modo paradójico, carecemos de un lenguaje común para hablar de comunicación. Trataré de traducir algunos aspectos de este tema esencial. 

Desde hace años, el panista Javier Corral se ha significado por defender a los ciudadanos de los abusos de las televisoras. El miércoles pasado convocó a una reunión en el Museo Trotsky en la que ocho expertos hablaron de la inconstitucionalidad de la iniciativa de Peña Nieto y del carácter regresivo que tiene para México. 

Resumo algunos de sus argumentos. Por principio de cuentas, se vulnera el derecho a la información. El artículo 1 de la Constitución garantiza que lo ya conquistado en materia de derechos no tenga retrocesos. La iniciativa de Peña Nieto pretende esta involución. 

A diferencia de lo que ocurría en el proyecto de reforma inicialmente aprobado, ahora apenas se habla de contenidos y el Instituto Federal de Telecomunicaciones pierde importancia. El control de los medios deja de ser autónomo y recae en la Secretaría de Gobernación. Este diseño autoritario somete la información al criterio del Ejecutivo. 

La defensa del usuario y las posibles sanciones al respecto se convierten en facultad de las empresas. Además, se renuncia a que un monto de las ganancias regrese al sector en forma de producción independiente (incluyendo la de noticieros). 

En la iniciativa de Peña Nieto predomina el interés del mercado, pero favorece claramente a un sector. Carlos Slim, que se convirtió en el hombre más rico del mundo al usufructuar la telefonía en forma monopólica, no es un ejemplo de filantropía. Sin embargo, la ley le niega los beneficios que concede a las televisoras. Esto se debe a que la iniciativa no distingue a los empresarios según los servicios que ponen en venta (radio, telefonía, televisión abierta, televisión por cable, internet), sino que los reduce a dos sectores (telecomunicaciones y radiodifusión). El empresario preponderante en un sector queda bloqueado en el otro. Según la iniciativa, Telmex es preponderante en telecomunicaciones, pero Televisa no lo es en radiodifusión (aunque, por ejemplo, tenga el 61% de la televisión de paga). Esta arbitrariedad protege a una empresa y lesiona a otra. 

La libre competencia no se garantiza y, en cambio, se discrimina y bloquea a los usuarios. Tomemos el caso de internet. En el mundo según Peña Nieto, los concesionarios podrán bloquear contenidos y registrar las comunicaciones. La retención de datos personales es una invasión de la privacidad que ya ha sido sancionada en Alemania y que próximamente lo será en toda la Unión Europea. ¿Podemos aceptar esta versión del Gran Hermano digital? 

Pasemos a la participación pública. De acuerdo con la iniciativa, los tiempos del Estado serán de "hasta 30 minutos", lo cual significa que podrían durar unos segundos. Para colmo, el telemarketing no es considerado como publicidad. El Estado pierde injerencia y los anunciantes la ganan. 

¿Qué hará el Senado con la iniciativa? Aprobarla en fast-track sería una ofensa a la ciudadanía. Como su nombre lo indica, un parlamento tiene la obligación de discutir. Hasta ahora, los senadores han escuchado básicamente a los concesionarios y resulta asombroso que no tengan previsto oír a los comisionados del Ifetel, "órgano garante" de las telecomunicaciones. 

¿Se limpiarán los aspectos más orwellianos de la iniciativa, quitándole facultades de vigilancia a Gobernación para que la ley parezca "democrática"? Eso no sería suficiente. 

La Constitución se está vaciando de contenido normativo y el futuro de la comunicación está en entredicho. De no rectificar en su empeño de favorecer a Televisa por encima de los ciudadanos, Peña Nieto, que fue creado por la televisión, podría verse apagado por la televisión.



Marcar el mundo con la cara


Por Juan Villoro 

28 de marzo 2014

En 2013, el Diccionario Oxford escogió como palabra del año a selfie, no por méritos eufónicos o etimológicos, sino porque describe una nueva forma de comportamiento: el autorretrato digital.

Encontré esta información en un sugerente ensayo de Sergio Octavio Contreras, "El yo como espectáculo", publicado en el revista Etcétera. Siguiendo a Guy Debord, Contreras analiza el exhibicionismo de nuestra época: en temporada de vacaciones, 5.4 millones de ingleses suben fotografías a la red para probar que están de vacaciones, y la popularidad en Facebook depende en buena medida de que los amigos prestigien tus fotos con la operación like.

El yo se expresa con voracidad en la galaxia de fotos que circulan en la mediósfera. Lo interesante es que no se trata de un narcisismo de viejo cuño ni de una celebración de la personalidad. A diferencia de los descarnados autorretratos de Rembrandt, Bacon o Lucian Freud, que no rehúyen las heridas del tiempo, o de las alambicadas poses de Mae West o Liberace, los selfies atrapan el rostro como un dato "natural" y ponen énfasis en el paisaje o el momento que acreditan. El rostro tiene ahí una función notarial, es el sello que certifica que estuviste en los 100 años de la abuela, la Torre Eiffel o el maratón de Nueva York.

La única habilidad necesaria para autofotografiarse es estirar el brazo. La falta de perspectiva otorga excesivo realce a la nariz y nos concede mejillas de Pepe Grillo, pero esto no importa porque no se trata de un género artístico sino testimonial.

Andy Warhol profetizó que en el futuro todo mundo sería famoso durante quince minutos. En esta irónica utopía, la celebridad sería banalmente para todos. Con el frío cálculo del dandy, Warhol puso su yo en escena para mostrar que no era otra cosa que una cáscara, la inexpresiva superficie de un artista que se identificaba con una marca de detergente. Sus autorretratos polaroid destacan por la ausencia de gestualidad. La gran paradoja warholiana es que sus homenajes eran fúnebres. Al elogiar el dinero, lo devaluaba. Admirador de las máquinas, buscó imitarlas; la única vacilación interior que se permitía era la de un aparato defectuoso que pinta fuera de registro. Al publicitar su ego, lo convirtió en mera apariencia, anticipando el selfie.

Hay personajes históricos de los que sólo conocemos un grabado o un par de fotografías. No dudamos del rostro que tuvieron.

El efecto de los millones de autorretratos digitales es distinto. El nieto que dentro de unas décadas recibirá de herencia los selfies de su abuelo, ¿tendrá tiempo o siquiera interés de revisarlos?

Contreras menciona selfies espectaculares, como los de los astronautas que se han captado a sí mismos en el espacio exterior, con la Tierra de trasfondo. Otros pueden ser comprometedores. Cuando Obama alargó el brazo para retratarse con la primera ministra de Dinamarca, aparentemente desató la ira de su esposa. Esto revela que lo más significativo del selfie no es la imagen en sí, sino el hecho de tomarla.

Estamos ante una nueva manera de marcar el territorio. Si los gatos comienzan el día oliendo las fragantes noticias que otros animales han dejado en el entorno, el cibernauta lo comienza viendo fotos donde lo decisivo no es la cara de Chacho, sino la sorpresa de que esté en Paraguay o de que se haya vuelto a retratar junto a Lupita.

El sentido más desarrollado en el ser humano es la vista. Los selfies comienzan a tener entre nosotros la misma importancia que las secreciones tienen para los olfativos castores.

El espectáculo del yo, como atinadamente lo llama Contreras, difunde la apariencia de una persona y diluye lo que lleva dentro. Al modo warholiano, el rostro se vuelve una cita de sí mismo, una rúbrica, una mancha de identidad.

En su ensayo sobre el graffiti, Norman Mailer señaló que esos muralistas se sirven del spray para decir: "Estuve aquí". A través de un seudónimo, muchas veces indescifrable, dejan la huella de una presencia. Su identidad no tiene por qué ser conocida; disuelven su yo para transformarlo en alias.

Algo parecido ocurre con el selfie. Nadie busca ahí un espejo del alma. En su avasallante reproducción, las facciones son ajenas a la psicología; representan un eficaz emblema, el alias de una especie que marca el mundo con su cara.






El peligro de informar

Por Juan Villoro


El 18 de marzo, el capítulo para México y Centroamérica de Article 19, asociación dedicada a proteger a los periodistas, presentó su informe anual. Pocos días antes sus oficinas habían sido asaltadas. Eso confirmó el clima de persecución y violencia documentado en el informe.

El ataque a la libertad de expresión lesiona a la sociedad entera. El Estado también es víctima del suceso: si el gobierno en turno no investiga y sanciona el crimen, se convierte en cómplice de los hechos.

Durante el sexenio de Felipe Calderón México fue definido por Reporteros sin Fronteras como el país más inseguro para ejercer el periodismo. Con la llegada a la Presidencia de Enrique Peña Nieto, se bajó de volumen al tema de la violencia, pero las muertes no amainaron.

El gobierno de Peña Nieto ha creado dependencias para perseguir los delitos contra periodistas; la comunicación con los agredidos es más precisa y constante; un ombudsman está en funciones y se promulgó la Ley General de Víctimas. Asombrosamente, esto no ha mejorado la situación. Estamos ante un costoso simulacro: la fiscalía especializada en delitos contra la libertad de expresión tiene un presupuesto anual de más de 30 millones de pesos, pero no ha contribuido a detener a un solo culpable. El gobierno actual está mejor informado y muestra mayor disposición que el de Calderón. No es por ignorancia que no se actúa, sino por falta de voluntad política. Su inmovilidad roza el cinismo.

Y el drama aumenta. De acuerdo con Article 19, 2013 fue el año en que más se amenazó a los periodistas desde 2007. La organización registró 330 casos de agresión al gremio.

En foros internacionales, Peña Nieto ha destacado la relevancia de la información y la necesidad de que se ejerza en un clima de libertad. Pero gobierna con bipolaridad: las declaraciones mejoran mientras los hechos empeoran y las leyes se perfeccionan para ser ignoradas.

En todas las sociedades hay una franja donde lo ilícito adquiere apariencia de ser lícito. De nada sirve vender droga si después no se puede usar ese dinero. Los delincuentes requieren de complicidades para establecer negocios "legales". Es ahí donde la información se vuelve particularmente peligrosa. El capo que embarca cargamentos de cocaína en un breñal del desierto no piensa en su reputación. En cambio, el empresario, el alcalde, el diputado, el coronel o el jefe de policía que sirven de tapadera al crimen pueden perderlo todo si se conoce lo que hacen. Es en esa frontera entre lo criminal y lo aparentemente legal donde un reportaje puede significar el acta de defunción de un periodista.

La equivocada estrategia de sacar el Ejército a las calles para amedrentar a los cárteles pasó por alto que el narcotráfico es un negocio que cumple el ciclo completo de producción, distribución, ganancia y lavado de dinero al interior de la sociedad. Al desatender ese circuito se ha puesto en peligro a los periodistas que sí lo atienden. Es por eso que Darío Ramírez, director de Article 19, señala que la principal amenaza contra los periodistas proviene de las propias autoridades.

El ataque a los medios se concentra en regiones claramente diferenciadas, lo cual responsabiliza a los poderes locales. La mayoría de los delitos se concentran en Veracruz, Coahuila y el Distrito Federal. En las dos primeras entidades, gobernadas por el PRI, el problema tiene que ver con la connivencia entre las autoridades y el crimen organizado. En el caso del DF, el hostigamiento es un efecto secundario de la progresiva criminalización de las marchas: los informadores son vistos como cómplices de los "anarquistas" (aberración idiomática con que se unifica a toda clase de maleantes). "Dañar la propiedad ajena en día de protesta se ha vuelto un agravante legal", señala Ramírez. De los 330 ataques contra periodistas, 60 ocurrieron en el contexto de movilizaciones sociales.

Los capitalinos estamos hartos de que la ciudad se paralice. Sin embargo, mientras no haya una regulación clara y democrática de las manifestaciones, su presunto control provocará abusos como los que se han cometido contra los periodistas.

El periodismo sobrevive gracias al heroísmo de los colegas. Sin embargo, el creciente respaldo a los informes de Article 19 revela que no todo está perdido: la valentía es contagiosa.

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¿Cómo flota un mexicano?

Por Juan Villoro para REFORMA

El triunfo tiene una hermana gemela: la sospecha. Nada se investiga tanto como el éxito.

Los logros de Alfonso Cuarón han provocado una maliciosa pregunta: ¿qué tan mexicana es su película? Lo que equivale a decir: ¿qué tan nuestros son los Óscares que empuñó en su noche de gloria? ¿Estamos autorizados a exclamar: "¡México-México-ra-ra-ra!"?

Desde los mayas, el país cuenta con astrónomos de primera fila, pero nuestra contribución a la carrera del espacio ha sido modesta. Los experimentos con semilla de amaranto que Rodolfo Neri Vela hizo en el espacio exterior produjeron alegrías con regusto cósmico. Aparte de eso, hemos aportado poco. Nuestros cohetes son de feria.

Buscar valores nacionales en una obra artística suele ser ocioso. Sin embargo, el tema de la identidad no deja de estar presente en un país que se celebra a sí mismo con lluvias de confeti tricolor. Incluso en la estratósfera nos preguntamos qué tan mexicano es el cosmos.

Esto lleva a la concepción que el cineasta y su coguionista, Jonás Cuarón, tienen de la tecnología espacial. Gravedad debe su trama a una cadena de averías. Nada sirve en esa parte del universo. Las estaciones interplanetarias parecen administradas por el Seguro Social y han recibido un mantenimiento digno de la Línea 12 del Metro o las plantas de Pemex.

Cuarón se formó en una nación donde los motores se arreglan con un alambrito y donde el chofer de un transporte escolar puede ser un ex convicto sin licencia de manejar. Si Stanley Kubrick imaginó una sinfonía de elegantes naves que giraban como astros creados por el hombre, él concibió máquinas destruidas por una lluvia de asteroides, pero sobre todo por la incapacidad de prever riesgos.

Así como el terremoto de 1985 se hizo cargo de los edificios mal construidos en la Ciudad de México, los aerolitos se hacen cargo de las naves que se enteran demasiado tarde del riesgo que corren. La alarma les llega con vernácula impuntualidad.

El mexicano suele enfrentar el peligro con una nerviosa carcajada. ¿Qué hace un plomero ante una fuga de gas para conjurar el miedo? Canta una canción. No es otra la actitud del personaje encarnado por George Clooney.

¿Y qué decir de Sandra Bullock? La protagonista cumple con todos los requisitos nacionales para hacerse cargo de una situación dramática: no está preparada para la tarea, pero la enfrenta "a valor mexicano".

En ese averiado universo ni siquiera es posible decir: "Houston, tenemos un problema". Todas las telecomunicaciones se han venido abajo. El silencio extiende su monopolio. No es casual que esta negra pesadilla haya sido concebida por un paisano de Carlos Slim.

Cuando finalmente la astronauta establece contacto con la Tierra, escucha unos ladridos. Otro golpe de color local: el mexicano es alguien que habla con los perros y depende de ellos para saber si sigue vivo, según lo revela una pieza mayor de nuestra narrativa: "No oyes ladrar los perros", de Juan Rulfo.

Al igual que 2001: Odisea del espacio, la película de Cuarón parte de un problema técnico para llegar a un desafío del espíritu. La gravedad es un tema existencial.

Al respecto hay que decir que los mexicanos lidiamos de manera peculiar con la atracción de la corteza terrestre. O la aceptamos por completo y dormimos la siesta en la calle principal del pueblo, o la sobrellevamos a medias con ese lastre del alma que recibe el craso nombre de "hueva". Existir pesa, para qué más que la verdad.

La ingravidez debería ser una liberación; el paraíso donde se avanza nadando de muertito. Y ahí entra el audaz sesgo de Cuarón: contra lo que podríamos suponer, flotar es un infierno; cada quién debe asumir su propio peso.

Cuando Sandra Bullock concluye su Odisea, regresa a un paraje de tierra rojiza, como la "india brava" en Idilio salvaje de Manuel José Othón: "Si vienes del dolor y en él nutriste tu corazón, bien vengas al salvaje desierto". Ese páramo anticipa la "suave patria" de un discípulo de Othón: Ramón López Velarde.

En el episodio que filmó para la saga de Harry Potter, Cuarón colocó unas calaveritas de azúcar como seña de identidad. En Gravedad no ha tenido que hacerlo: sus deslumbrantes efectos especiales se parecen mucho a nuestra vida diaria, donde nada funciona y todo importa.

Ir lejos sirve para entender lo próximo.






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Fecha de publicación: 14 Mar. 14











Última lección
Juan Villoro


Reforma
07-Mar-2014


En algún momento los niños se preguntan a qué se dedican sus padres. Saber que el mío era filósofo no me llevó muy lejos. Pedí más datos y explicó que estudiaba "el sentido de la vida".

Mis compañeros tenían padres con oficios comprensibles: un médico, un piloto, un vendedor de alfombras. Cuando les dije que el mío buscaba el sentido de la vida pensaron que se trataba de un vago que iba de cantina en cantina.

Nada más lejos de la realidad. El pensamiento sólo tiene días hábiles y los de mi padres estuvieron llenos de libros, seminarios, cátedras. Recuerdo una conferencia suya en un auditorio de la UAM-Iztapalapa. De pronto se fue la luz. Él acalló el rumor del público diciendo: "Afortunadamente, las palabras y las ideas son luminosas en sí mismas", y continuó sin perder el hilo del discurso.

Muerto en miércoles de ceniza, Luis Villoro Toranzo nació en 1922, en Barcelona. Comenzó su trayectoria estudiando a los primeros defensores de los indios y la concluyó convertido en uno de sus principales interlocutores. En 2012 recibió en Morelia un homenaje de la comunidad purépecha en el que fue llamado "Tata" y donde una mujer le dijo: "Gracias a usted no me da vergüenza de ser india".

A través del movimiento zapatista y el diálogo con el subcomandante Marcos, pasó de la reflexión al terreno de la experiencia. Como en una parábola clásica, se convirtió en protagonista de su objeto de estudio.

Uno de los episodios más conmovedores del medio siglo mexicano fue la donación popular para pagar las indemnizaciones de la expropiación petrolera. El país entregaba collares, llaves y herramientas a cambio de un recurso natural. En esas jornadas, mi padre donó su máquina de escribir. Fue un gesto decisivo: no le bastaba interpretar el mundo; quería cambiarlo.

Viajó a Cuba, militó en las juventudes socialistas, estuvo en la creación del Partido Popular, colaboró en la revista El Espectador (insólito espacio de disidencia política), fue miembro de la Coalición de Maestros en el 68, fundó el Partido Mexicano de los Trabajadores. Alternó la lucha política con sus iniciativas culturales y académicas: perteneció al grupo Hiperión, inventó planes de estudio para la UAM, creó la revista Crítica y, como embajador ante la UNESCO, luchó porque las estatuas saqueadas al Partenón volvieran a Grecia.

Su cordialidad lo llevaba a tratar a los desconocidos como si los conociera. Discreto en las reuniones, disertaba sobre pedido acerca de cualquier tema. Nunca lo oímos decir una mentira, ofender a alguien o contar un chisme.

Era un modelo de integridad pero sabía divertirse. Le gustaban los Raleigh sin filtro, el chocolate, el vino, la loción Aqua Velva, el despegue de un avión (en el aire se sentía libre), el futbol, las calles de París, la música clásica, algunas novelas y casi todas las mujeres.

El tiempo perfeccionó su rostro: parecía un Quijote pintado por Velázquez en pos de un molino de viento. Pasaba la mañana en cama, leyendo La Jornada y El País. Al saludarlo le preguntaba: "¿Qué posibilidades hay de cambiar el mundo?". Él sonreía, pero contestaba en serio: encontraba a diario un motivo y un modo de cambiar la realidad.

Cuando terminó mi acto de ingreso al Colegio Nacional, me senté a su lado y preguntó: "¿Qué planes tienes?". Yo estaba aturdido: mi único plan era dormir. "¿No estás escribiendo nada? ¡Haz planes!". Una vez más él ya estaba en el futuro.

"La filosofía es una preparación para la muerte", escribió Montaigne. Mi padre enfrentó la suya con serenidad, acompañado del amor de Fernanda Navarro, rodeado de los búhos que coleccionó a lo largo de su vida, pendiente de sus cuatro hijos, esperando un nuevo escrito de Alfredo López Austin, Pablo González Casanova o Roger Bartra, una visita de mi madre, Memo Briseño o Margo Glantz.

No quería padecer la indignidad del dolor ni someterse a abusos médicos. Sin ayuda externa, deseaba irse en el momento justo.

El miércoles era el cumpleaños de mi hermana Renata. Habló con ella, colgó el teléfono y cerró los ojos como quien cierra un libro. El maestro daba su última lección.

Nos va a hacer mucha falta: estas atropelladas líneas ya son testimonio de su ausencia.

A veces fue acusado de "romántico" o "idealista", como si pudiera haber exceso en esas virtudes. Su despedida fue la confirmación de sus argumentos. Lo acompañaron estudiantes de muchas épocas, luchadores sociales, académicos, miembros de comunidades indígenas, cómplices de sus reiteradas utopías.

Durante 91 años Luis Villoro cambió el mundo.



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