jueves, 31 de octubre de 2013

ADIÓS AL PADRE DEL ROCK ALTERNATIVO: LOU REED





Lou Reed, listo para trascender el tiempo

El pasado domingo una triste noticia se apoderó, primero de internet, y un momento después, ya se había extendido como lo hace el fuego en verano, imparable, por todas las redacciones de todos los periódicos del mundo, por todas las cadenas de televisión, por todas las emisoras de radio. Y es que la noticia, para qué negarlo, no era moco de pavo. Había muerto Lou Reed.

Lou Reed. Un icono. Un símbolo. Una figura capital de la música contemporánea. Un pilar imprescindible de la cultura desde los años sesenta del pasado siglo. El santo grial del rocanrol animal, como escribió Calamaro. El yonki, bisexual y mal encarado, que sobrevivió a su propia leyenda. Lou Reed. El tipo que, junto con John Cale, puso en funcionamiento The Velvet Underground, uno de los grupos fundamentales del rocanrol. El tipo que cantó a los chutes de heroína. El tipo que se paseó por el lado más salvaje de la vida y volvió, vivito y coleando, aunque eso sí, con unos cuantos kilos de menos, para contarnos lo que por allí, entre el lumpen-proletariat, habían visto sus ojitos. El tipo de cuya cabeza brotaron temas como “Walk on the Wilde Side”, “Romeo and Juliet”, “Heroin”, “Sweet Jane”, “Caroline says”, “Dirty Boulevard, “Perfect Day”, “The Gift”, “Sister Ray”, “Sex with Your Parents”, “Vicious”, “Kill Your Sons” “All Tomorrows Parties”, “Satellite of Love”, “The Day JFK Died” y tantas y tantas canciones que, prácticamente, sería imposible enumerarlas todas. El tipo que grabó discos maravillosos, afilados e hirientes, unas veces; dulces y comerciales, otras; pero siempre honestos, siempre repletos de verdad y de pasión, porque nunca te dejaban indiferente. Estoy hablando de discos como Transformer, como Berlin, como Magic and Loss, como Rocanrol animal, como Growing up in Public, como New York, como The Bells, como The Blue Mask, como aquel primer disco de Velvet Underground, cuya portada mostraba el plátano más famoso del globo terráqueo, salido de la mente calenturienta de Andy Warhol. El tipo que fundía como nadie, poesía y rocanrol. Sí, has leído bien: POESÍA. Y ahora es cuando a muchos de los lectores de este artículo les toca decir, que no, que la poesía es otra cosa. Que Lou simplemente escribía canciones, algunas muy buenas, pero canciones al fin y al cabo. Pues no, amigas y amigos. Siento llevaros las contraria, pero precisamente POESÍA, y de la buena, muy buena, es lo que escribía el gran Lou. Y lo digo bien clarito y sin complejos.

Y es que hablar del escritor de canciones Lou Reed es hacerlo de uno de los más grandes poetas del siglo XX y de lo que llevamos de este siglo XXI. Y a los versos me remito. Y si tú, caro lector, eres uno de esos incrédulos que opinan que no hay poesía en el rocanrol, te invito a que busques y te hagas con un ejemplar de Atraviesa el fuego. Todas las canciones, el precioso libro en edición bilingüe que en el año 2000 recopilaba todas las letras escritas por Lou, tanto para su grupo, los revolucionarios The Velvet Underground como para sus discos en solitario o sus trabajos acompañado de John Cale, como aquel majestuoso Songs for Drella, el trabajo en el que, tras varios lustros, los dos genios se volvían a juntar para conmemorar la figura de su amigo Warhol.

“…cuando pasas por el fuego lamiéndote los labios…” o “…en lo alto hay una puerta, no un muro…” o “Atrapado entre las estrellas desfiguradas” o “…reflejar lo que eres, en caso de que no lo sepas…” o “Manda la oscuridad a paseo” o “no es momento para tragarse la rabia”, son algunos de los versos que escribió Lou Reed. Y no seré yo quien diga que no los hay mejores que estos. Seguro que sí. Pero a mí, como lector, me resulta difícil encontrarlos.

Hace unos años, Lou Reed y el dramaturgo Robert Wilson pusieron en pie el proyecto Time Rocker. Solía decir Lou Reed que el objetivo de ambos, con esa obra, era “transcender el tiempo, cruzarlo y cruzar sus diversos límites y mundos”. Desde el pasado domingo, la figura inconmensurable del músico neoyorquino ya está, por derecho propio, en otro plano de la realidad. Ya ha transcendido el tiempo y ha cruzado sus límites. Ya ha conseguido su objetivo. Descanse en paz.


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