viernes, 28 de octubre de 2011

EL ESPACIO DE VERA MILARKA Y SU COLUMNA "LA DIABLA" EN REFORMA.









Peter Brook: la totalidad del vacío

Por Vera Milarka

26-Oct-2011

Quienes tuvimos el beneficio ritual de decirle adiós a Peter Brook ayer (25/oct.) en el Teatro Julio Castillo presenciando Una Flauta Mágica según W.A. Mozart, en una emotiva función con una audiencia de 900 almas desbordadas de reconocimiento y respeto por este rey de Midas escénico, tocamos un pedacito de cielo teatral, aunque no faltó alguno que otro miembro de la comunidad que salió como un chamuco ardiendo en su propio infierno.

Si algo he aprendido de teatro se lo debo a Brook, un prestidigitador auténtico, un filósofo de la escena más que un director; y eso pasó en los años 70 cuando lo vi en el Teatro El Galeón. Yo era una adolescente estudiante de teatro como los muchos que había esta vez, cargando el ambiente de un clamor de gozo sin reservas culteranas, entregados en cuerpo y espíritu a la experiencia "brookeana".

Aquella función resultó memorable por una lección a "vuelo de avión", dado que en cierto momento los actores que actuaban aquel inolvidable Ubú Rey de Jarry, resolvieron como magos su misión escénica. Ante la irrupción de un avión que parecía rasar el techo del teatro, los actores simplemente se vieron entre sí, y lejos de gritar para omitir la realidad, la incorporaron a la escena siguiendo con la mirada y en silencio, la trayectoria del avión en total concentración y, junto con ellos, la audiencia expectante y actuante también.

¿Puede haber mayor aprendizaje de teatro? Entre esa clase y la de ver convertirse unos ladrillos en casa, barda y panes en cuestión de minutos, Peter Brook había demostrado sin la menor dificultad toda su pedagogía teatral bajo el lema de su famoso libro: "dadme un espacio vacío" (y habrá teatro), máxima de sabiduría equivalente a la de Arquímedes: "dadme un punto de apoyo y moveré el mundo".

Por eso Brook más que un maestro es un filósofo de la escena (a la manera antigua: esteta, teólogo, matemático); muy distinto a ciertos chamanes del teatro mexicano que sólo ellos "median y hablan con Dios". Me refiero a los que se asumen genios y por lo tanto son incapaces de legar su talento a otros más que a partir de idearios intelectuales que ellos mismos son capaces de seguir al pie de la letra.

No, Brook es un Prometeo del teatro que le ha devuelto el fuego a los actores que son, a fin de cuentas, quienes iluminan y dan vida a la escena; esa energía civilizatoria humana que alcanza su principal sentido -por ende-, gracias a los espectadores. Él nos ha enseñado que los demiurgos son los actores, para desgracia de los dramaturgos que se disputan la "autoría legítima del teatro" contra los dicta-directores.

Peter lo demostró siempre, y Una Flauta Mágica de Mozart bajo su adaptación y la de Franck Krawczyk y Marie-Hêlène Estienne, con la compañía Théâtre des Bouffes, no fue la excepción. Basta tomar un "verso" de su inigualable poética escénica para confirmar dónde hay teatro y no simulación, ese regreso a su teatro esencial, alquímico, que sólo necesita la materia prima para lograr la transmutación del plomo (una historia cualquiera) para convertirla en oro: la mise en escene.

Eligiendo cualquier instante de Una Flauta Mágica, uno casi "insignificante", en la que un actor carga dos varas de bambú en forma de cruz, una vertical como soporte y la horizontal de donde "cuelga" otro actor está la belleza irrefutable del arte. La realidad es que el actor sostiene dichas varas; la construcción de la escena, el teatro como tal, nos muestra a un hombre en la actitud natural del artificio de estar "suspendido", es decir, lo vemos sosteniéndose (y no cargando) dicha vara... allí está el holograma teatral donde se sintetiza todo el lenguaje que lo define, baste decir, paradójicamente, que sobran las palabras...

Esto mismo vamos a observar en toda la obra, la nítida trasfiguración de elementos sencillos donde un cuenco es vientre embarazado de mujer (acaso hombre también) y luego cuna; donde las varas de bambú son choza o haces de luz de un ángel y así, sucesivamente, los recursos se vuelven inmensos, infinitos y exactos como un hai kú o como ecuaciones de primer grado.

La música de piano de Franck Krawcyk también entra en la convención que materializa el andamiaje invisible de la obra, una anécdota humanizada a diferencia del original de Mozart, que revela una cándida historia de amor, sublime en la ternura de la jocosidad simple y sabia. Las voces, así como el texto cantado en alemán que a muchos eruditos parece haberles recalcitrado en los tímpanos, no empañó ni un ápice la pureza del montaje; la lección de un hombre cuya valía radica en que no se traicionó nunca, no al menos como otros que no han sido capaces de ser fieles a su mito.

Brook como filósofo de la escena, hizo de su teatro una actitud frente a la vida, un estatuto estético basado en las premisas fundamentales del convivio que hace posible que lo que veamos sea teatro (no danza, no narración oral escénica, no videoteatro, no performance y arte acción, no oratoria adosada a una espesa masa escenográfica) aunque en algún momento se haya apoyado en todo ello.

Un teatro cuya divina trinidad, hoy como hace 30 mil años, lo hace posible suceder en cualquier espacio vacío (llámese foro, a ras de tierra, calle, garaje, escenario, estadio, etc.). Se trata del acto volitivo primordial que emerge de la mente, el corazón y el cuerpo de un actor, ante los ojos de un colaborador indispensable de todo ceremonial: el espectador. ¿Qué es el vacío en el arte sino la totalidad donde el artista ejecuta su magia?

milarquinarte@yahoo.com.mx

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