miércoles, 30 de marzo de 2011

EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE EMIL CIORAN, LA ENTREVISTA QUE LE HICIERA ESTHER SELIGSON EN 1985


ACERCA DE CIORAN: http://bit.ly/hIvwmA


MIÉRCOLES, JULIO 07, 2010

Esther Seligson: Entrevista a E.M. Cioran




Entrevista con E. M. Cioran
Esther Seligson

Para E. M. Cioran no basta con ser hombre. No es suficiente. Tampoco hay ninguna posibilidad de llegar a ser siquiera “como dioses”. “No lucho contra el mundo -dice en su último libro publicado en 1979, Écartèlement, y recién traducido al español por la editorial catalana Montesinos con el título de Desgarradura, lucho contra una fuerza mucho mayor, contra mi fatiga del mundo”.
¿Y qué es lo que “fatiga” a este filósofo que desde hace cuarenta años reflexiona, en una continua paradoja, sobre la inutilidad de todo, empezando por el hecho mismo de existir, con una actitud de apasionado rechazo e incansable cuestionamiento? Alguna vez Cioran confesó que la vida valía la pena ser vivida a causa de algunos momentos de plenitud y que, a pesar de lo que pensaba, no dudaría, en caso de que la posibilidad existiese (la reencarnación, por ejemplo) en optar por vivir nuevamente...Hace más o menos unos veinte años que leí por primera vez a Cioran y pronto se cumplirán trece de haberlo conocido. Durante todo ese tiempo en el que pasé de ser un lector exultante a un espectador “reconfortado”, nunca dejó de sorprenderme la coherencia que tienen sus contradicciones (las más obvias: el seguir vivo cuando aboga por el suicidio; el escribir cuando no cree que nada merezca tomarse ningún trabajo), su afán por desmenuzar los procesos de la historia (que él define como “el Destino en marcha”) y las sutilezas del comportamiento humano, la lucidez con que se mira así mismo, sin indulgencia pero tampoco con agresividad, su ocio y la energía que gasta en hablar con y de sus amigos y conocidos, en relatar anécdotas que pongan al descubierto lo absurdo, intrigante, inesperado y frágil de la condición humana y, sobre todo, el hecho de que aún no haya cedido a las tentaciones de la fama, al halago de los premios, a la seducción de los medios masivos.

A veces hemos comentado que quizá sería más interesante escribir lo que relata de viva voz, lo que obtiene de su contacto con las personas de carne y hueso, que las conclusiones y las reflexiones que de ello saca en sus ensayos. La sabiduría de Cioran, en el sentido oriental del término, se acerca de muchas maneras a la de sus añorados sabios griegos o hindúes y a la de algunos anacoretas cristianos. Sus conocimientos nunca se dan por satisfechos y siempre anda a la caza de un nuevo detalle, ya sea de la estupidez humana o de su genialidad e ineditismo. Cioran es un escéptico, un dudador “profesional”, pero hay algo en él -o mucho- de un romántico, de un curioso impertinente y travieso, demasiado burlón e irónico como para, incluso en sus más agrios escritos y pensamientos, considerarlo un incrédulo impasible y desafectado.

El contexto en que se desarrolló la presente entrevista fue el de los acontecimientos de los últimos días de octubre y primeros de noviembre del año pasado. Días de pérdidas artísticas y políticas (Truffaut, Michaux, Indira Gandhi) que Cioran se negó a comentar arguyendo que una entrevista debe consistir en una serie de indiscresiones y no en discutir lo que ya está dicho en los libros. De esas indiscreciones supimos que nunca había oído hablar del cineasta muerto (“Me quedé con -y sigo frecuentándolas- las películas de Greta Garbo, Conchita Montenegro y Dolores del Río”); que gusta de Brahms, sobre todo la sonata número dos para piano y violoncelo, y de los tríos de Mendelssohn; que, dada su gran amistad por Michaux, le fue preciso asistir a su cremación y horrorizado con el olor y el humo que el cuerpo incinerado desprendía, se pregunta aún si sólo a eso nos reducimos en tanto seres humanos. Como corolario afirmó, a raíz de los sucesos en India: “sí, creo que la Democracia es el único régimen soportable... a condición de que dure...”(1)


ES. -Se dice que usted es pesimista

EMC. -No es verdad. No tengo la impresión de serlo. No exagero: lo que digo es cierto; tal vez esté más acá de la realidad, pero tiene una explicación, y es que todo lo que he escrito ha sido en momentos de depresión y entonces escribir se convierte en una suerte de terapia inventada a mi gusto. No se escribe cuando se tienen deseos de bailar. Sin embargo, hay quienes pueden escribir en un estado neutro, y no sólo los profesores. Generalmente escribir es inútil, pero como nadie puede hacer nada por nadie, pues entonces uno mismo debe hacerlo, para “curarse”, aunque sea momentáneamente. Las páginas más siniestras que he escrito después me dan risa. A la relectura son de nuevo deprimentes, pero lo que corrijo es el estilo, no el pensamiento. Si de verdad fuera pesimista, la mayor parte de la gente no me leería. Incluso me encuentran “reconfortante”. Soy un pequeño benefactor. Pero mi remedio no es universal.


ES.-Desde que escribió Historia y Utopía,* ¿se ha modificado su visión de Rusia y de Europa?EMC. -Esencialmente, no. Rusia me interesó porque su literatura es la más profunda. En cambio, no hay poetas comparables a los ingleses. Dos grandes genios hay en la literatura: en poesía, Shakespeare, y como visionario, Dostoievski, éste último a causa de su dimensión religiosa que toca, a la vez, el delirio y el límite posible de esa dimensión. El personaje de Kirilov no ha sido sobrepasado. Transformó sus estados patológicos en visión. A primera vista parecería mórbido, en realidad elevó la epilepsia al grado de Metafísica. Yo me considero como un epiléptico frustrado. Shakespeare y Dostoievski me marcaron profundamente. Por otra parte, en el origen de Historia y Utopía está María Zambrano, a quien conocí en el Café de Flore. Hablamos de sus maestros -de Ortega- y sobre la Utopía. Entonces le dije que escribiría algo al respecto. Y así surgió. Me puse a leer la literatura utópica. Swift escribió la más bella antiutopía, aunque Gulliver sea en sí mismo una utopía. Su comparación entre el hombre y los caballos, que son lo contrario del hombre, es la descripción más terrible que se ha dado. Es el humor negro llevado al absoluto. El carácter de la Utopía es admitir que el estado de perfección es posible. En cuanto a Europa, pienso que aún va a ceder frente a Rusia. No creo en una agresión, pero sí en las presiones cada vez más fuertes sobre una Europa agotada. Esta visión la tengo desde siempre, desde el liceo cuando leí la teología rusa. Mi padre era un sacerdote dependiente de un obispo que tenía una biblioteca en alemán sobre los rusos, quienes, por cierto, siempre se han creído en el deber de salvar al mundo. Bajo qué forma no importa, lo importante es la voluntad de llevar a cabo esa misión que es lo que a Rusia le da su sentido como nación. Mientras que Europa occidental ya no cree en sí misma, sus naciones se han gastado. Y conste que hablo de realidades históricas, no ideológicas o políticas. Lo ideológico implica siempre una situación local, mientras que una perspectiva histórica es más vasta. La fórmula política es la respuesta a una situación inmediata.


ES. -¿Piensa todavía en el final de la Historia como en un Apocalipsis?

EMC. -No. Creo que el hombre está condenado, pero no puedo decir cómo va a terminar. Hay muchas posibilidades. Creo, sí, en su destino trágico. Hablar de la bomba atómica es vulgar, pero real. La catástrofe no será total. Para precisar: desaparecerán Europa, Rusia y Estados Unidos. Son las naciones que han hecho la Historia. El apocalipsis atómico es ya una visión para porteras: verosímil y fundada, sí, pero no es interesante. Es el destino del hombre -fuera de estos “accidentes”- lo que interesa. Siendo un aventurero por naturaleza, no terminará en su cama. Si todo va bien, terminará como un degenerado, achacoso, una caricatura de sí mismo, un animal desgastado. No puede renovarse indefinidamente dado el ritmo acelerado de la Historia, pero puede arrastrarse aún durante siglos como un sobreviviente. Todo lo que el hombre hace se vuelve en su contra: ése es su destino y ésa es la ley trágica de la Historia. Se paga por todo, por lo bueno y por lo malo. Es la gran ironía de la Historia como destino del hombre, destino que consiste únicamente en desgastarse. Todo tiene una finalidad, salvo el hombre, fanático agarrado a sus objetivos. Y todo fanático es un simulacro de Dios. ¿Se puede vivir si no se cree en el objetivo de la Historia? ¿Tiene la vida un objetivo? Cuando uno asiste a un entierro, no puede decirse que morir haya sido el objetivo de esa vida. Y no hay objetivo en sí mismo. Es la ilusión del objetivo lo que constituye el gran motor. Sólo que aquel que lo tiene no sabe que se trata de una mera ilusión. Y el Conocimiento consiste en saber que lo es, todo lo demás es la vida ( no necesariamente con mayúsculas)... En fin, estas mi visión optimista, en caso de que el hombre no se destruya violentamente por sus propios medios...


ES. -Usted ha dicho que su única patria es la lengua en la cual se expresa. Así pues, la escritura sería para usted su documento de identidad.

EMC. -Algo hay de cierto. Simone Weil escribía en su Carta a un religioso que “cambiar de religión es una cosa tan grave y peligrosa como lo es para un escritor el cambiar de lengua”. Para mí, que adopté el status de apátrida, la lengua es una amarra, una base, una certeza. No se es de una nacionalidad, sino de una lengua. Fuera de ella todo se vuelve abstracto e irreal. Entonces, sí, una lengua es una patria y yo me desnacionalicé. En cierto sentido me liberé, pero también resulta doloroso. Para un poeta eso sería una catástrofe.


ES. -¿Todavía le seduce tanto París?

EMC. -No. Para mí París fue la idolatría. Pero estoy cansado de ella, porque envejezco, y la ciudad también. El encanto se ha terminado. Y si no la dejo es porque he vivido en ella durante cuarenta años. Pero ya no me inspira más. Chamfort escribió antes de la Revolución Francesa: “París, ciudad de luz, ciudad de placer donde las cuatro quintas partes de sus habitantes mueren de pena”. Es una ciudad triste. Se ha desgastado. Se ha convertido en un infierno -o una pesadilla- que no logro abandonar. No sabría vivir en otra parte.


ES. -¿Cuál fue su relación con Henri Michaux?

EMC. -Lo conocí hace más de treinta años. Hicimos muy buena relación y fuimos amigos siempre. Hablábamos horas por teléfono y nos veíamos seguido. La edad en él no tenía importancia, pues siempre fue vivaz, combativo, crítico y burlón, curiosamente no desgastado por la vida. Yo me sentía más viejo que él. El no tenía esa amargura que los años nos enseñan y a menudo lo sorprendía yo en flagrante delito de optimismo. Era muy burlón e irónico. Daba la impresión de estar fuera del mundo, pero en realidad siempre estaba al corriente de todo, de cine principalmente. Su vida fue un logro pues hizo exactamente lo que quiso. Escribió, profundizó. No era un fracasado** (y la mayoría lo somos en cierta medida. En mí el logro es ser precisamente un fracasado, aunque pude haberlo hecho mejor), por eso su muerte no tiene nada de triste. Mi debilidad es por aquellos que tienen algo de irrealizados. Yo le reprochaba que se entristeciera ante la posibilidad de la desaparición del hombre; me sorprendía ese aspecto naif de parte de un ser tan lúcido e inteligente. Le reprochaba también el haber profundizado demasiado en la droga. Un escritor no debe profundizar demasiado en su tema, a riesgo de parecer un científico. El escritor debe sugerir. Michaux tenía mente de científico; en realidad quiso ser médico, pero abandonó la carrera. Para mí, él es el tipo exacto del hombre logrado...


ES. -El hombre le fascina, ¿no es así?, aunque esté usted contra la condición humana. ¿O es al revés?

EMC. -Es evidente que lo que me interesa es el aspecto ambiguo del hombre. Los hombres me provocan horror, pero no soy un misántropo. Si fuera todopoderoso -Dios o el Diablo- suprimiría al hombre. Todo está dicho de él en el Génesis. Atraído por aquello que lo niega, optó por el peligro, es decir por la Historia. Desde el comienzo escogió mal y sin ese exilio no habría habido historia. Optó por su condición trágica... No, yo no acepto el Génesis como revelación, sino como concepción del hombre, como punto de vista. Aquellos que escribieron esos libros no hacían nada más que reflexionar, tenían todo el tiempo, y vieron, antes del desarrollo de la Historia, lo que el hombre era, su destino y su condición: escogió el Conocimiento y, en consecuencia, el drama. La aventura humana empezó por una incapacidad de modestia. Dios le pidió que fuera humilde, que se estuviera quieto en su rincón, que no se ocupara de nada. hombre es metiche entremetido, ése es su principio demo- niaco; y si no se acepta este principio, no se comprende la Historia. El hombre estaba corrompido desde el principio. No creo en el pecado original a la manera cristiana, pero sin él no se entiende la historia universal. La naturaleza humana era ya corrupta en el huevo. Y no, no hablo como creyente, pero sin esta idea me veo en la imposibilidad de explicar lo que ocurrió. Mi actitud es la de un teólogo no creyente, un teólogo ateo.


ES. -En caso de que se le ofreciera la inmortalidad, ¿qué mundo imaginaría usted para vivir en él?

EMC. -No puedo responder, a menos que creyera en la realidad de la Utopía. En el fondo, para mí el interés de la Pero el vida está en que no hay respuestas. Sí, ocasionalmente, o por accidente, existen, pero no como respuestas en si Para mí no hay certezas. Soy un escéptico...


Notas

*Editado por Gallimard en 1960 y publicado en español en México por Artífice Ediciones en 1981.

**El término que Cioran utiliza en francés para hablar del fracasado es raté, que tiene una connotación más como de infortunio y de algo malogrado y frustrado, irrealizado. Y hemos traducido como “logro” lo que él llama réussite, que en cierta habla popular mexicana se diría “hacerla”


(1) Esta entrevista data de 1985. Cioran, escitor rumano, nació en 1911 y murió en 1995.

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