domingo, 27 de marzo de 2011

"...de Williams y Taylor hubiera querido hablar el cartujo en vez de comentar (en silencio) el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia"




En camisa de once varas

El santo oficio

José Luis Martínez S.

  • 2011-03-27 | Milenio Semanal
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Foto: Especial

El cartujo no aprende, se mete en camisa de once varas y desbarata su precaria estabilidad emocional. Ahora mismo, al redactar esta homilía, la mano le tiembla y la prudencia le aconseja detenerse, pero él prosigue encaprichado hacia el despeñadero de la insensatez. Podría, si fuera juicioso, intentar una oración por Elizabeth Taylor, la última diva de una generación incomparable, protagonista de películas como La gata en el tejado caliente, De repente en el verano y Dulce pájaro de la juventud, basadas en textos de Tennessee Williams, de quien este 26 se cumplió el centenario de su nacimiento. Latigueado por los demonios del desencanto y la amargura, Williams escribió sobre las cuchilladas en el alma, creando personajes inolvidables como el Stanley Kowalski de Un tranvía llamado Deseo, interpretado extraordinariamente en el cine por Marlon Brando en la obra maestra de Elia Kazan. En sus Memorias, publicadas en español en 2008 por la editorial Bruguera, el dramaturgo explica: “El tema mayor de mis obras, el dolor de la soledad, me sigue como mi sombra, una sombra formidable, demasiado pesada para arrastrarla tras de mí, todos mis días y noches”. Homosexual y borracho, Williams no tuvo una vida fácil, repetidas veces visitó el fracaso y anduvo en busca de amantes alquilados; siempre a la deriva, sólo conoció la certeza de su vocación. “Tal vez soy una máquina, un dactilógrafo. Un dactilógrafo compulsivo y un escritor compulsivo”, dice en esas memorias donde no deja lugar a la duda cuando apunta: “Mi vida más intensa es mi trabajo”. El monje piensa en los ojos violeta de Elizabeth Taylor (Maggie) mirando con ternura, con coraje, con odio, con esperanza, a Paul Newman (Brick) en La gata sobre el tejado caliente, recuerda a los personajes de El zoológico de cristal o La noche de la iguana, y no puede sino darle la razón a Edwina Dakin, la madre de Tennessee, cuando afirma: “No hay un acto despreciable que mi hijo no haya descrito: asesinato, canibalismo, castración, locura, incesto, violación, infidelidad, ninfomanía, homosexualidad”. En una autoentrevista, citada por el maestro Fernando Martínez Monroy en el suplemento Laberinto, el dramaturgo descubre la raíz de su teatro. “¿Por qué no escribe sobre personas agradables, buenas? ¿No ha conocido a ninguna persona agradable en toda su vida?”, se pregunta, y responde: “Mi teoría sobre la gente buena es tan simple que me da vergüenza comentarla… nunca he conocido a alguien a quien no pudiera querer si se le conocía y comprendía del todo, y en mi obra, al menos he intentado llegar al conocimiento y a la comprensión”. El conocimiento y la comprensión, ahí está el origen de todo… De esto, de Williams y Taylor hubiera querido hablar el cartujo en vez de comentar (en silencio) el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, pero ya lo ven ustedes, nada más no entiende… QUERIDOS CINCO LECTORES, con pupilentes color violeta en señal de luto, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.

joseluis.martinez@milenio.com

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