domingo, 6 de febrero de 2011

JUAN JOSÉ MILLÁS, La imagen. EL PAIS SEMANAL. EL PASO FIRME DE LA HISTORIA.



LA IMAGEN.ELPAIS SEMANA:

El paso firme de la historia

LA MIRADA DE JUAN JOSÉ MILLÁS

13/02/2011

El mártir y el tirano. El tunecino Al Bouazizi se dio fuego para protestar por su desesperada situación. El dictador le visitó en el hospital. La revuelta democrática había prendido.

En la antigüedad se derrocaba a los tiranos pegándoles un tiro. Ahora el tiro te lo tienes que dar tú y lo más que consigues es que el tirano cambie de país llevándose una tonelada y media de oro. Tal es lo que ocurrió en Túnez, donde el suicidio de un ciudadano acabó en pocos días con el régimen de Ben Ali, que ahora se toca la barriga en un emirato árabe donde ha recibido asilo, increíblemente, de carácter político. El suicida es la momia yacente de la foto, todavía con vida, a la que el tirano tuvo el estómago de visitar para comprobar los desperfectos. El tirano es el señor de la izquierda unos días antes de largarse con todo el producto interior bruto de su país a lugares más templados. Mientras el uno se iba a la otra vida con el cuerpo hecho un cristo, el otro se largaba a Arabia Saudí con los riñones forrados. Parece que hay un consenso ecuménico según el cual resulta más civilizado que el oprimido acabe consigo mismo en vez de acabar con el opresor.

Bueno, ya sabemos cuánta gente tiene que arder a lo bonzo en Túnez para que ocurra algo. Ahora, dada la situación de indefensión general de los pobres de la Tierra, convendría calcular cuántos ciudadanos han de arder, no sé, en Marruecos, cuántos en Argelia, cuántos en Rusia, pero también cuántos en España, Francia o Luxemburgo. Ahí tenemos la demostración de que la historia se dirige con paso firme hacia ningún sitio. Esta foto en la que el quemado ha de soportar antes de morir la visita del dueño de la gasolina es una lección impagable de zoología. No se pierdan la actitud reverencial del cuerpo médico.



OTRAS ENTRADAS:

Una ilusión de óptica

No se les ve la cara, pero son como nosotros. Ocurre en Irán, pero el lugar no cambia nada. Los ajusticiados, en un momento solemne de la vida de cualquiera, murieron en chancletas.

He aquí una foto clásica de ahorcados. Decimos que es clásica porque se atiene con fidelidad a las reglas del género, la principal de las cuales es no sacar la cabeza, por si el ahorcado nos sacara la lengua. Además, de este modo uno se imagina la expresión del muerto como le da la gana, en función de sus necesidades sentimentales o venéreas. Ahora bien, si es duro enfrentarse al rostro de un difunto ajusticiado, más arduo resulta aún contemplar el de los vivos que asisten al espectáculo. Mírenlos ahí, en plan pánfilo, como el que se asoma a una puesta de sol. Por no faltar, no faltan ni los fotógrafos aficionados a los tópicos, de los que obtienen conmovedoras postales. Quizá lo que buscan los de los móviles en ristre es eso, una postal que enviarán a su novia o a sus padres, o con la que se masturbarán a escondidas.

Si esfuerzan un poco la vista, comprobarán que a la derecha de la imagen, en la casa del fondo, la vida cotidiana sigue su curso: hay una señora tendiendo la ropa en la azotea y un grupo de gente bajo una sombrilla, quizá tomándose un aperitivo. Ni siquiera los cadáveres colgantes han sido ataviados para la ejecución (momento solemne donde los haya en la vida de cualquiera) con sus mejores galas. Ahí los tienen, en pantalones de chándal y chancletas de andar por casa. Podemos hacernos la ilusión de que el drama ocurre en Irán, que nos cae un poco lejos, pero se trata de eso, de una ilusión óptica, pues por lejos que se encuentren, geográficamente hablando, las víctimas y los verdugos son seres humanos, lo mismo que nosotros.

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