sábado, 8 de enero de 2011

"...IGNORAMOS QUE SOMOS LO QUE OLVIDAMOS" acerca de CARMEN BOULLOSA, "LAS PAREDES HABLAN", escribe Ma. Teresa Priego en su columna en EL UNIVERSAL:



“Las paredes hablan” de Carmen Boullosa

Más de María Teresa Priego *

* Tabasqueña. Feminista (tendencia retro) Estudió Letras en la Universidad de Monterrey. Diplomado en Historia del Arte en Roma. Maestría en Estudios de lo femenino en París VIII. Traductora. Vivió en Suiza y en Estados Unidos.

Integrante del Comité Editorial de Debate Feminista. Fundadora del Instituto de Liderazgo para Mujeres Simone de Beauvoir. Divanera compulsiva. Aprendiz de psicoanálisis. Fóbica del avión. Los elevadores y la vida social intensa. Es muy feliz en las bañeras, los mares, los ríos, las lagunas y la lluvia. La existencia de Plutón, es su más rotunda certeza científica.

Autora del libro de cuentos Tiempos oscuros. Cuentos en antologías de Cal y Arena. Planeta y en Debate Feminista.


08 de enero de 2011

Año Nuevo. Entre magia y simbólico una evoca parteaguas. Pasado-futuro. Con lo que el pasado tiene de futuro. Y viceversa. En avatares cronológicos divagaba, cuando comencé Las paredes hablan. Alusión a Juan Ruiz de Alarcón. Guiño nostálgico a un eslogan del 68: “Los muros tienen la palabra”. La narradora de la novela es una casa. Muros hablantes. Me sumergí en una historia de entrecruzamientos temporales y memorias. Que dura dos siglos. Volver a la escritura de Carmen Boullosa. La autora de Antes. Duerme. Son vacas, somos puercos. El velázquez de París. La escritora con los ojos más grandes y oscuros y pelones de toditito el continente. El dato de los ojos es exacto, lo juro. Lo suyo en ciertos ámbitos. Escritura, pupilas, imaginarios. Es la seducción de la desmesura.



Volver a esa fiesta del lenguaje que Carmen ofrece. Como en La otra mano de Lepanto. Desbordadero de palabras, personajes, hechos, datos históricos, callejones. Olores. Texturas. Sensualidades. Escritura de abundancia. Carmen abre las manos y suelta bandadas de pájaros de colores sobre las páginas. Tucanes y guacamayas. No le da miedo. Ni tantito. Imaginar los juegos de tiempos y las aventuras más complejas, junto a los detalles más minúsculos. Esos que suelen pasar inadvertidos. La independencia. La Revolución. El Bicentenario. Y la pepena de la basura —maledicencia incluida— en el Callejón del Fuego. Las especias y la manteca en la cocina. El jolgorio de las mujeres en el ritual de descolgar las sábanas. La vida. Minuciosa y cotidiana.

Tampoco le tiembla la mano a Carmen, para hacer que una frase poética termine sin más trámite en la palabra “chancletear”. Humor subterráneo que viene del empiernamiento, de lo que suele ser ajeno. A Carmen le gusta el mezcladero. Tiempos. Clases. Razas. Sexos. Lenguajes. Bello-feo. Agri-dulce. En las tres historias (1810-1910-2010) el personaje femenino se llama María. En las tres, su amor se llama Javier. Y El Traidor. Aquel por quien la desgracia llega, se llama Julián.

Las tres Marías andan el mundo (cada una en su siglo) con los aires de esos personajes femeninos lunáticos y disruptivos que ama Carmen. Fuera de “época”. Las que saben inventarse su modo de ser humanas y libres. Rompen con los decretos de la feminidad “ambiente”, y viven —sin siquiera preguntárselo— sus feminidades de elección. Como María la bailaora, en La otra mano de Lepanto (María, nombre fetiche de Carmen). Como el personaje de La virgen y el violín, novela biográfica en la que indaga la vida de la pintora renacentista Sofonisba Anguissola. El Javier de 1810 se encuentra a su María. Ella pensó: “Gachupín enriquecido a nuestra costa”, y él: “Mechas de india”, “Pelos de placera”… No le quedaba claro si era dama o de servir… Eso de montar a caballo como varón. Eso de practicar el tiro. Eso del latín, y las ideas, tantas y tan radicales. El escándalo (de ella) en él se convertía en un brillo lunar irresistible”.

La María insurgente incendia la casa. Tras la muerte de Javier. La casa dice: “Fui una hoguera”. Huyó hacia los campos de batalla, al frente de un batallón de mujeres. Por amor a la libertad y por venganza. La apodan La Demonia. Fue detenida, encerrada en La Merced y quizá fusilada. No es la única versión que la casa hablante cita. Tal vez después de encabezar un batallón, María fue olvidada. Murió de tifus. En la miseria. Hay quien murmure que su dolor la convirtió en una caída de agua que está en el Ajusco: La Demonia.

“Nos han enseñado y hemos llegado a creer que somos lo que recordamos, que nuestra memoria es la fuente de nuestra identidad, pero —y no en menor medida— ignoramos que somos lo que olvidamos… De allí deriva el privilegio del escritor como testigo y mensajero de la memoria, como go between que conecta el pasado para siempre y definitivamente perdido con una nueva vida, imprevisible, en el lector y en una estirpe de lectores sucesivos”, N. Braunstein, en La memoria, La inventora.

1910. Casa Espíritu sigue liberal, y antirreeleccionistas. Al lado se levanta Casa Santo: “Casa Espíritu, en el estudio, había una bandera de los alzados, blanca con tres picos, colgada de un bastidor. En Casa Santo, un enorme retrato de don Porfirio, nomás le faltaba una veladora”. 2010. María regresa a México. A casa Santo. Es fotógrafa. Es hija de un hampón. La memoria inventora de Carmen construye una tercera historia inserta en La Historia. Somos lo que recordamos. Sí. Y lo que “olvidamos”. Y lo que inventamos. Y Carmen cumplió una vez más. Su exquisita y alada función de go between.

Escritora

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