viernes, 5 de noviembre de 2010

FERNANDO ZAMORA en LABERINTO 386



LA PIVELLINA




La vigilia y el sueño

Fernando Zamora
@fernandovzamora

Los artistas discuten a menudo, no sólo con palabras, también con obras. Discuten por ejemplo: ¿al espectador hay que despertarlo o hacerlo soñar? El núcleo de semejante cuestión parecería poder estudiarse pensando el documental, ese género fílmico que en el inicio del arte pretendía “objetividad”, palabra muy sospechosa cuando la blande un artista, uno de esos que manipulan la realidad para transformarla en arte. La Pivellina, juega a ser un documental. No resulta nunca gratuito el hecho de que Tizza Covi y Rainer Frimmel, guionistas, directores, fotógrafos y editores de esta película hayan sido, antes que “realizadores de ficción”, documentalistas. Tengo la sospecha, sin embargo, de que habiendo pensado hasta sus últimas consecuencias lo que significa “documentar la realidad”, concluyeron que había que inventarla. ¿Cómo puede un documentalista aspirar a la objetividad cuando por fuerza necesita una cámara, un punto de vista y un material que tiene que ser editado? La realidad es esto: la vida de estos cirqueros en una periferia de Roma; cirqueros de una familia de esas que no salen en los manuales del bienpensante: abuelo, abuela y nieto que es nieto sólo de uno de los dos. Pero se lo pasan bien. Se lo pasan de ensueño (así los miran los ojos de sus creadores). No necesitan ni ser muy ricos, ni muy bellos, ni muy talentosos. En esta familia aparece un día una niña: La Pivellina. La dejaron abandonada en un parque con una nota en que la madre decía: “volveré”. Y la vida en la que entra entonces La Pivellina ¿qué es? Sí: un ensueño. El de unirse a una familia tan adorable como ésta. Especialmente porque hay un príncipe en este cuento: un adolescente que vive con los abuelos aprendiendo a pelear y a lanzar cuchillos, aprendiendo la historia de Italia y conociendo las calles de Roma. Referencias aquí, las hay todas: como en el neorrealismo italiano, los actores se interpretan a sí mismos, improvisan sobre su cotidianidad y se ríen de sus propias carencias; como en la tradición socialista de cine europeo hay un gustillo por no ser ricos y andar a la escuela sin euros en el bolsillo. Y sin embargo la referencia más importante en La Pivellina, la que estoy seguro que pocos han visto, es la de Federico Fellini. No es que haya aquí escenas oníricas, ni grandes golpes visuales. La cámara va siempre en mano, como pusieron de moda los nórdicos y hay planos largos en que la diversión consiste únicamente en ver cómo juegan unos niños al fútbol. Pero Fellini está aquí: en el circo, en el deseo que él mismo expresó alguna vez: “Cuando yo era adolescente, quería largarme en un circo”. Y este circo, que no es un circo hollywoodense, ni felliniano; éste que al final de cuentas es más una pequeña familia que un circo, es en el que viene a caer La Pivellina y entre documental y sueño, uno se encuentra frente a una película que despierta, como quieren los teóricos europeos, pero que hace soñar, como quieren los productores de Hollywood. Puede que la vida en este suburbio de Roma sea “real”, pero en esta realidad, es imposible dejar de soñar.

FICHA
La Pivellina. Dirección: edición y fotografía, Tizza Covi y Rainer Frimmel. Guión: Tizza Covi. Con: Tairo Caroli, Asia Crippa Patrizia Gerardi y Walter Saabel. Italia, 2009

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